En noviembre próximo Haití celebrará elecciones generales, en un nuevo intento por producir un cambio en la generación de líderes y encaminar la situación hacia un estado de mayor tranquilidad. La población civil, muy marcada por el legado autocrático de Aristide, busca desesperadamente un camino de paz y desarrollo en el que las más básicas expectativas puedan ser cumplidas.

De toda la movilización que implica un acto eleccionario es muy poco lo que puede observarse en Haití. La miseria y la pobreza extendida hacen que sus habitantes estén más preocupados en subsistir que en producir especulaciones electorales. En realidad, esa es una práctica muy poco frecuente en un país acostumbrado al sesgo de la violencia política y del populismo represivo. La cultura cívica apenas existe en una población duramente tratada por la sucesión de ciclos políticos autoritarios.

De los 8 millones de habitantes que componen la geografía haitiana, sólo la mitad sabe leer y escribir con corrección. El resto naufraga en el analfabetismo y la urgencia que impone la pobreza. La miseria generalizada hace prácticamente imposible la acción educativa. En Haití, todos los miembros de la familia deben trabajar para no morir de hambre, o salir a escarbar basura. El dato más evidente de la gravísima condición social es el informado por Naciones Unidas para quien el 70% de la población haitiana vive bajo la línea de pobreza (y esta se define por el acceso a una canasta básica de bienes de consumo).

El otro infierno viviente de la sociedad es la proliferación de la violencia urbana. La existencia de grupos armados y bandas establecidas en los barrios más pobres, con prácticas guerrilleras, agudizan el conflicto generado por la falta de trabajo y de acceso a los bienes básicos. El delito se ha transformado en Puerto Príncipe (la capital) en el principal negocio de gente desahuciada que ve en el crimen una salida a sus penurias. En lo que va de 2005 se registran en Haití 12 secuestros diarios, muchos de los cuales terminan con la muerte de la víctima, o con el pago de, a veces, irrisorias sumas de dinero (llegaron a registrarse pedidos de rescate por 30 dólares).

La violencia política (y urbana) confluye con la dramática situación económica. Con uno de los escenarios naturales más bellos del planeta, Haití no recibe ni un solo centavo del turismo internacional. La violencia de los últimos tiempos y la falta de infraestructura han espantado a los visitantes extranjeros impidiendo el único recurso de ingreso de divisas posible. El otro, el de la ayuda internacional, ha sido cortado por la corrupción y la tiranía demostrada por los gobiernos. Esto hace que hablar del dólar en Haití sea improcedente. La relación entre su moneda (el gourde) y el dólar americano no resiste comparación.

Frente a este contexto las elecciones generales de noviembre no son más que un dato lateral. Aunque importante para el concierto de naciones, y clave para restaurar la ayuda al país, los pobladores sufren padecimientos mucho más urgentes. La falta de instrucción y el temor político terminan por cerrar un círculo de indiferencia y postergación. Con suerte –y contando la presencia de la Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización- (Minustah)- los comicios se harán sin un alto número de víctimas. Cosa altamente improbable, por desgracia.