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09/03/2010 | México - El caro pecado de la esposa de un sicario

Cinthya Sánchez

Sandra pasó 10 años en prisión y, al recuperarsu libertad, se encontró con un mundo hostil.

 

No volteó para atrás aunque escuchó varias veces su nombre. Todas la miraban. Era bien conocida. 10 años de vida presidiaria la hicieron famosa. “Jálame Sandra”, le gritaban cientos de mujeres. El día que imaginó miles de veces como el más feliz de su vida, no lo fue. Mientras caminaba por el último túnel que divide el Reclusorio Oriente de la calle sólo abrazaba sus pertenencias mientras pensaba: “Ojalá que se arrepientan”.

Se moría de miedo. Su red social estaba cimentada en la delincuencia. Su mejor amiga, la hija de un narcotraficante famoso a la que le faltan cinco años de encierro; su marido, un sicario con 260 años de condena; su barrio, el más peligroso de la delegación Álvaro Obregón. Y, para colmo, ella había perdido experiencia hasta para cruzar la calle.

Sandra fue liberada cuatro años antes de lo previsto. Por eso esa noche de abril de 2003 no le dijo a su madre que saldría libre. Le dio la sorpresa. Llamó a uno de sus amigos para que fuera por ella. En un auto de los 80 hicieron el recorrido a 60 kilómetros por hora, aunque a Sandra los nervios le hacían pensar que iban más rápido. A media noche tocó la puerta. Abrió su mamá, la miró, se le desencajó el rostro y dijo: ¿Te fugaste?. “No mamá, me liberaron”.

Recuerda que fue impactante. Las mismas camas, la misma sala, el mismo comedor, la misma estufa y refrigerador de hace 10 años. “Me deprimió mucho ver la miseria en la que vivía mi familia. Nada en la casa había cambiado”. Esa noche, su madre despertó a los dos hijos de Sandra para darles la sorpresa. Los tres la miraron con esperanza.

Esa noche durmieron juntos por primera vez. Compartió la cama con su hijo de ocho años y su hija de 12. La abrazaron toda la noche. “Sentí mucha responsabilidad; mi mamá y mis hijos tenían la esperanza de que con mi regreso las cosas cambiarían, yo me moría de miedo. Con qué los iba a mantener. Quién me iba a dar trabajo luego de haber salido de la cárcel, esa y muchas noches siguientes no dormí de la angustia”, dice.

De un penal a otro

Sandra fue mujer de cuatro penales. Una de las más de siete mil reclusas en México. Cumplió su condena en el Reclusorio Norte, en la Penitenciaría de Tepepan, en el Reclusorio Oriente y en el penal de máxima seguridad del Altiplano, antes La Palma. Fue una de las 23 mujeres que en la historia del país han pisado esa cárcel. Sus compañeras: la esposa, la amante, la nuera y la suegra de “El mocha orejas”. Cuando ella llegó sólo había 7 mujeres en todo el penal.

Los dos años que estuvo ahí sólo durmió bocarriba para que la cámara la vigilara siempre. Cada hora un guardia le alumbraba el rostro para checar que siguiera respirando. Sin hablar con nadie. Sólo una hora diaria para salir al patio y sola. Esos dos años dejó de llamarse Sandra. Se convirtió en un número, el 890. “Viví ese infierno hasta que la Comisión Nacional de Derechos Humanos nos sacó de ahí y nos repartió en diferentes penales. A mi me tocó con mi comadre, acusada de narcotráfico”, cuenta.

A La Palma fue trasladada junto con su esposo. Fueron acusados de matar a un escolta del ex secretario de Gobernación Jorge Carpizo.

El día que ocurrió el evento Sandra no estuvo ahí, dice. “Fue mi esposo, pero yo no iba con él. Nunca he matado a nadie. Me culparon injustamente, sólo por ser la esposa de un sicario. Tal vez mi único delito, que he pagado muy alto, fue haberme mantenido con dinero sucio durante siete años que duramos casados y libres”, cuenta.

El día que los detuvieron, Sandra iba embarazada. Sería su segundo hijo. Tenía 20 años y seis de casada. Nunca pudo separarse de David, su esposo. “El día que lo intenté me soltó un balazo en la pierna y me dijo: ‘Te vas, pero coja’”. Tampoco pudo enamorarse de otros. “A todo hombre que se me acercaba, lo mataba”.

Su hijo nació en la cárcel, en Tepepan. Se lo quitaron el mismo día en que la llevaron a La Palma. Tenía cuatro años. No volvieron a dormir juntos hasta la noche de la liberación. Cuatro años después.

Comenzar de nuevo

Del reclusorio salió con varias cartas de recomendación. Todas dirigidas a bandas delictivas. “De qué más puedes trabajar afuera si todo tu mundo está relacionado con delincuencia. Lo más accesible para una ex presidiaria es trabajar de lo que se proponga; secuestro, fraude, narcotráfico, robo y otros delitos”.

La condición para ser liberadas es llevar una carta que conste que ya tienen empleo afuera. La mayoría son historias falsas. “La mía la conseguí con una amiga de mi mamá, pero fue puro cuento, quién me iba a dar trabajo si había estado presa y no sabía hacer nada”, dice.

Le tomó un año conseguir un empleo legal. Trabajó como contratista en una constructora, un empleo sin prestaciones ni horarios, donde sólo gana dinero si consigue contratos. En siete años que lleva libre ha logrado menos de 10 contratos. Se mantiene de vender arreglos florales, muñecas, ropa, zapatos, lámparas o lo que pueda.

Tuvo que dejar el barrio donde nació y se criaron sus hijos. “Si no quieres volver a la cárcel, lo mejor es alejarte de los delincuentes que conoces de toda la vida”, dice. Hoy le renta un departamento a una custodia del Reclusorio Oriente en la colonia Doctores. Ahí vive en el último piso de un edificio del INVI, siempre con las ventanas y la puerta abierta.

“Cierro la puerta a las 11 de la noche. De lo contrario me siento encerrada”. Hay costumbres que en 10 años no se quitan. Sandra se sigue despertando a la hora de la lista. A veces, cuando entra al baño, se sale con el papel en la mano.

Dice que la calle cambió mucho en 10 años. “Se te olvida como cruzar, la colonia donde viviste es diferente, con nuevas contrucciones, vecinos y más peligros, las drogas son más accesibles”.

El estigma

Cree que como mujer es sumamente difícil salir de prisión. “Nos sueltan así al mundo y es casi imposible construir uno nuevo. Tenía mi propio mundito adentro. Jugaba basquetbol, trabajaba, fui reina de belleza, era líder, tenía amigas, tenía mi historia y mi vida hecha”, asegura.

Le costó mucho trabajo adaptarse a la libertad. Hasta hace poco, todavía caminaba las calles pensando que la gente sabía de primera impresión que había estado en la cárcel. “Pensaba que se me notaba. Cuando alguien grita ¡Sandra!, me da miedo voltear, pienso que seguro es una ex compañera de celda”.

“La cárcel es parte de mi vida. No la puedo borrar, aunque se me hayan acusado injustamente. Es parte de mi historia. A veces, cuando veo a las presas que salen en los noticieros, se me hacen conocidas, porque estuvimos juntas alguna vez ”, dice.

Sus dos hijos estudian. Están 100% becados por la Fundación Unidas para Ayudar, dirigida por Beatriz de la Vega, una mujer que con sus propios recursos económicos ha salvado de recaer en la delincuencia a cientos de mujeres que, estigmatizadas, no encuentran ayuda.

Su fundación es la única organización civil que ayuda a mujeres en reclusión. “Si muchas no hemos caído en la desesperación y con ella en la delincuencia es por ella”, reconoce Sandra.

Las experiencias

Dice que las mujeres que pagan condenas son distintas a los hombres. “En 90% de los casos hay un hombre atrás de los delitos, muchos son por amor, nosotras no nos amotinamos, no nos fugamos. En Tepepan barríamos la calle, un día se cerraron las puertas y una compañera se quedó afuera, pero tocó la puerta para que le abrieran”, dice.

A la cárcel de mujeres no llega nadie. No hay hombres que las visiten, ni tíos, ni primos, ni hermanos. Sólo las mamás. Son mujeres olvidadas. Muertas en vida. Pagando doble condena, “porque para nosotras, la verdadera cárcel es estar lejos de nuestra familia, de nuestros hijos”.

 

Hoy, Sandra mira por su puerta la ciudad. Lo hace pensativa. Tiene como propósito acudir a la Suprema Corte de Justicia para que le reconozcan su inocencia, a pesar de que ya cumplió toda su condena. “Nunca fui culpable”, insiste.

Tiene 37 años y ahora disfruta de la tecnología. En su cuenta de Hi5 se cambió de nombre y puso la foto más sexy que tenía; esa donde era suficientemente joven y guapa, pero otras mujeres la delaten y le manden mensajes para recordarle su “negro pasado”. “La cárcel nunca me dejará libre. Perdí gran parte de mi juventud tras las rejas, pero no fue suficiente, la historia me persigue”, asegura.

 

El Universal (Mexico)

 


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