Más aún, noté en el artículo que el gobierno ha declarado que el desfinanciamiento es de 430 millones de dólares —que es exactamente la cifra que yo estimé en un artículo de octubre de 2009— que era el desfinanciamiento que el presupuesto llevaba. Estos hechos justificaban que yo parafraseara el título de una novela de Gabriel García Márquez y llamara el artículo “Crónica de un desfinanciamiento anunciado”.

Un amigo a quien aprecio mucho me mandó un email diciéndome “Siguiendo con García Márquez, parece que el presidente no tiene quien le escriba... (un programa coherente)”. En realidad, el presidente no tiene quién le escriba…un plan fiscal que haga sentido en un momento en el que se necesita austeridad…ni un programa realista y a tiempo para sacar al país de su crisis económica…ni un una estrategia para solucionar los problemas sociales del país…ni un esbozo de lo que hay que hacer para combatir la violencia. La falta de alguien que le escriba va mucho más allá: no sólo es que el país no progrese, es que ni las cosas rutinarias funcionan. No es que estemos estancados; es que vamos para atrás.

El presidente parece no preocuparse por no tener quien le escriba porque él no está desarrollando su propio proyecto. En realidad él parece ser un personaje en una obra escrita para el FMLN, en la que él proporcionó el camino para que dicho partido pudiera escalar el poder y desde allí controlar las instituciones democráticas para minarlas, tratando de asegurarse de que el pueblo no pueda removerlo por medio de elecciones libres. Este libreto no es original del FMLN pero sí ha sido efectivo en muchos lugares y circunstancias.

Aplicado desde los tiempos más antiguos, fue analizado con claridad meridiana por Nicolás Maquiavelo (1469-1527) en su famosa obra “El Príncipe”, en donde dice: “El populacho es por naturaleza inconstante; es fácil persuadirlo de algo pero difícil de confirmarlo en dicha convicción. Por eso (al llegar al poder) es urgente arreglar las cosas para que cuando dejen de creer se les pueda hacer creer por la fuerza”.

Por supuesto, para arreglar las cosas de tal manera que puedan forzar al pueblo a aceptar una tiranía es necesario estar en el poder para poder manipular las instituciones que pueden coartar las libertades de los ciudadanos por la fuerza de sus armas o por su presencia en todo el país —tales como los ministerios de seguridad, educación y salud; la fuerza armada; el Organismo de Inteligencia del Estado; migración; y similares. El escalamiento del poder de acuerdo a esta observación de Maquiavelo, entonces, requiere de dos pasos: primero tomar el poder para minar las instituciones democráticas e infiltrar aquellas que permitan el control territorial del país y, segundo, usar este control para subvertir el orden democrático y quedarse en el poder.

Esta es la estrategia que el presidente Chávez de Venezuela y sus aliados en ALBA han aplicado en los últimos años, al usar el poder conseguido a través de la democracia para destruir las instituciones democráticas, eliminando así la posibilidad de que el mismo pueblo que los ha elegido los saque después del poder cuando muestran su identidad despótica. Es el mismo libreto que pusieron en escena el presidente Chávez de Venezuela, el de Bolivia, el de Ecuador y que no pudo ejecutar el expresidente Zelaya de Honduras.

Conforme el tiempo va pasando y se va develando la esencia del régimen del FMLN, se va creando en la población la clara impresión de que el presidente Funes está representando un papel en el mismo libreto. En su caso el libreto es ligeramente distinto. Mientras que en los otros países el que está en el poder es el que ha destruido las instituciones para perpetuarse él mismo, en el caso de nuestro país el presidente sólo parece haber servido de vehículo para que otros, los líderes del FMLN, se perpetúen. Después de muchas derrotas el FMLN entendió que el electorado de El Salvador es moderado y no está de acuerdo con tiranías como las del presidente Chávez o la hereditaria de los hermanos Castro. Por lo tanto, necesitaba una careta que les diera la imagen de moderados para ganar las elecciones y poder tomar control de las instituciones que les permitirían, como ellos mismos han dicho, instalarse ellos mismos en el poder —aunque el pueblo no quiera. Mauricio Funes les dio esa careta. Su única función era esta. No necesita quién le escriba, porque todo lo escriben los del FMLN, no para resolver los problemas del pueblo, sino para asegurarse de que la democracia deje de funcionar en el país y ellos puedan perpetuarse en el poder. Es una vergüenza. Pero es la realidad.

Con la economía cayendo en picada, con el crimen cada vez más grave, con la situación política cada vez más caótica, y la perspectiva de perder la libertad, es evidente que el precio que el pueblo está pagando por esta transacción política —uno con la presidencia y sus comodidades, los otros con el poder real— es altísimo. Así como va, el presidente Funes debería saber que la gente ya está usando otro título de García Márquez para referirse a su presidencia: La mala hora.

Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de Hoy (El Salvador) el 4 de marzo de 2010.

Manuel Hinds ex Ministro de Finanzas de El Salvador y autor de Playing Monopoly with the Devil: Dollarization and Domestic Currencies in Developing Countries (Council on Foreign Relations, 2006).