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05/10/2005 | Cultura de la Impunidad: el lavado santo

Jaime Castrejón Diez

Como reguero de pólvora corrió en los medios la opinión de un alto prelado de la jerarquía católica que consideró que las limosnas dadas por los narcotraficantes se purificaban por el solo hecho de ser dirigidas hacia acciones de la iglesia católica.

 

Estos recursos se daban con la intención de mejorar las instalaciones o los sistemas de preparación de sacerdotes que emprendía la iglesia en varias partes del país. Se habló de un seminario en el norte del país, de construcción de iglesias y de muchas otras cosas que en realidad necesitan analizarse con profundidad.

Este tema quedó en el olvido rápidamente porque hubo otros actos que lo eclipsaron: la muerte de los funcionarios de seguridad, el rescate de Romano, el barco mexicano que fue a ayudar a los damnificados en Estados Unidos y otros sucesos que acabaron por ocultar esta noticia. Pero hay que regresar a ella porque es parte de algo que se empieza a insinuar: la cultura de la impunidad.

Se dice que los narcotraficantes ven sus actividades delictivas como algo diferenciado de sus creencias religiosas. Por un lado están contra la ley, y si ésta se les aplicara representaría una condena que tendrían que purgar en una cárcel. Por otro lado, el producto de esa misma actividad canalizado hacia la iglesia recibe el perdón espiritual porque se aplica a actividades piadosas.

Es muy sabido que lo cortés no quita lo valiente y que muchos narcotraficantes son personas muy religiosas. Inclusive, en el estado de Sinaloa existe un narco santificado que es objeto de veneración y de culto no sólo por los narcotraficantes, sino por la población en general. Se ha sabido también que hubo un intento de intervención del entonces nuncio apostólico Giarolamo Prigione para lograr un acuerdo entre los narcos y el gobierno. En muchas ocasiones se ha mencionado que el asesinato del cardenal Posadas en Guadalajara tenía que ver con la lucha entre carteles del narcotráfico.

Se oyen muchas opiniones sobre este problema. A mí me ha tocado escuchar a gente muy preparada que sostiene que: toda esta violencia se evitaría si hubiera una forma de administrar los territorios que se pelean los narcos, es decir, un poco como la mafia hizo en Estados Unidos, que evitó las guerras entre familias por medio de un autocontrol de sus distintas actividades y respetando los territorios de otros. Es decir, como si se tratara de una franquicia en que podían ejercer sus actividades ilegales sin tener que llegar a la violencia con otros grupos también ilegales.

Esto tal vez suceda ya en algunos países, porque las guerras entre carteles se dan en México, pero el principal consumidor, Estados Unidos no tiene este problema, es decir de alguna forma están administrando las franquicias territoriales de los narcotraficantes. Pero en América Latina es diferente; hemos visto las guerras de carteles en Suramérica y ahora vemos la lucha por territorios con un sinnúmero de crímenes que suceden en nuestro país.

Esta opinión, tal vez imprudente, de un obispo nos debe hacer repensar sobre cuál es la verdadera actividad del narcotráfico y cómo se ha extendido esta tremenda red que pareciera no hay manera de controlar. Así vemos asesinatos por todos lados y las detenciones que hacen las procuradurías de distintos estados y la Procuraduría General de la República parece que no tuvieran efecto en detener el narcomenudeo y el consumo. Se trata ya de un tema que, a todas luces, es central a la seguridad nacional si queremos mantener un Estado de derecho. Necesitamos asomarnos a todas las implicaciones que tiene la práctica del narcotráfico.

Pareciera que estamos entrando en una etapa de colombianización de nuestra actividad social. La fusión del tráfico de armas con el tráfico de enervantes, la narcoguerrilla, es decir guerrillas que protegen a los narcotraficantes a cambio de dinero para manejar sus actividades subversivas. En fin, tendríamos que hacer un planteamiento serio de lo que significa el narcotráfico en lo económico, lo político, lo social y ahora hasta en lo religioso.

Aceptar o ignorar estos sucesos es en realidad propiciarlos. Así lo entendió la jerarquía que, desde el Vaticano, condenó esta actividad delictiva. En su presentación en el Congreso, el secretario de la Defensa Nacional dijo que algunos de los capos del narcotráfico tienen relaciones con prelados de alta jerarquía en la iglesia mexicana. Esto debe llevarnos a la reflexión, pues lo que se desmoronan son nuestras instituciones.

 

El Financiero en línea (Mexico)

 



 
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