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11/04/2010 | Un tímido reflorecer austriaco

Juan Ramón Rallo

Durante las últimas semanas la Escuela Austriaca de Economía ha ganado algo de notoriedad en los medios de comunicación internacionales. No es mucho, prácticamente nada, pero acostumbrados al invierno siberiano al que la tenían acostumbrada parece bastante.

 

Hace unos días fue Gregory Mankiw, uno de los economistas y tomboleros más conocidos del mundo, se planteaba hace unos días desde su blog que quizá, penurias que ha de sufrir uno, no fuera tan buena idea aquello de dejar que los bancos se endeuden a corto plazo y presten a largo. Ahora, el autor de uno de los libros de macroeconomía más vendidos y estudiados en las facultades, parece darse cuenta de que esa estrategia financiera, tan desestabilizadora, tan peligrosa y tan ruinosa puede no tener demasiados beneficios. Oh, de golpe, ese método tan científico, tan exacto y respetable que empleaban todos estos economistas resulta que ha engañado a varias generaciones de economistas; lo que parecían conclusiones asentadísimas, dejan de serlo de la noche a la mañana.

Bien está que Mankiw recapacite, aunque mejor habría estado que el economista de Harvard no hubiese dejado de leer La Acción Humana de Mises por estar escrita en 1949. Así quizá se hubiese ahorrado y les hubiese ahorrado años de confusión a muchos, pues Mises ya analizaba y criticaba ese descalce de plazos por el que hoy —61 años después— Mankiw comienza a preocuparse. Pero bueno, si la ciencia económica realmente existente es una disciplina nada sectaria, nada ideologizada y nada influida por intereses políticos y empresariales, habrá que asumir que todos los artículos académicos que se publican cada año han absorbido como una esponja lo mejor de las generaciones anteriores; esto es, habrá que asumir que todo lo aprovechable de La Acción Humana está adecuadamente filtrado, aislado e incorporado en la corriente económica mayoritaria. Já.

El otro que hace unos días reivindicó algunas conclusiones típicamente austriacas fue el ex presidente de la Fed, Alan Greenspan. En un largo artículo donde pretende excusar su más que evidente responsabilidad en la gestación del boom artificial del crédito, Greenspan concluye que los problemas de un sistema financiero aparecen cuando éste se endeuda a corto plazo e invierte a largo. Quizá a muchos les sorprenda. A mí no tanto. Cualquiera que haya leído qué pensaba Greenspan en 1966 sobre el patrón oro podrá darse cuenta de que la teoría austriaca nunca lo abandonó: para lo bueno y para lo malo. Pues sin esos conocimientos probablemente no hubiese logrado sostener el castillo de naipes financiero de EE.UU. durante tanto tiempo y la crisis actual hubiese sido mucho más liviana.

Mas no quería hablarles ni de Mankiw ni de Greenspan. Otros dos economistas de renombre, Martin Wolf y Paul Krugman, han vuelto a colocar a la Escuela Austriaca en primera plana de sus reflexiones muy recientemente.

Wolf, editor del Financial Times, ha escrito para recabar opiniones sobre la Escuela Austriaca. En principio, el inglés ve con agrado algunas de sus teorías: básicamente, que la reserva fraccionaria tiende a generar booms de crédito que cristalizan en forma de malas inversiones generalizadas. La exposición de Wolf es simple y muy poco matizada, pero cumple su función de transmitir la esencia sin errores. No así cuando Wolf pasa a reflexionar sobre la parte de la teoría austriaca que no le agrada: la idea de que los problemas de la crisis se solucionan dejando que quiebre todo.

Es cierto que algunos austriacos (sobre todo concentrados en el Mises Institute) son favorables a que, si es necesario, se derrumbe el sistema, pero otros no. Hayek, por ejemplo, era consciente de los riesgos de la contracción secundaria; también otros austriacos han alertado sobre los peligros de que la liquidación necesaria se transforme en una sobreliquidación. Yo mismo he sugerido alternativas al rescate público de la banca que no pasan por su quiebra. Es una pena que Wolf no conozca demasiado bien toda esta rica tradición austriaca, aunque en su descargo reconoceré que los implicados tampoco han hecho demasiado por darla a conocer.

Distinto es el caso de Krugman. En el Nobel de 2008 se juntan en distintos porcentajes dosis de ignorancia y de mala fe. Es difícil saber cuál prevalece dados sus antecedentes. Pero afirmar que la teoría austriaca del ciclo económico es incapaz de explicar por qué surge desempleo durante la fase recesiva denota nula comprensión sobre la misma. La heterogeneidad y la poca convertibilidad de los bienes de capital unidas a la falta de ajuste en los precios relativos (entre ellos los salarios) explica la persistencia del desempleo durante la crisis. En caso contrario, no sólo no habría desempleo, sino que no habría crisis. Parece mentira que haya que volver a explicar esto.

Otros economistas de media fila, como Brad Delong, ese que manipula los textos de Hoover para tergiversar a un Hayek que él mismo reconoce que no entiende, también han participado en el debate, pero sus opiniones son sólo un refrito de las de Krugman con un poco de jerga monetarista, así que tampoco merece la pena prestarle demasiada atención.

En general, pues, periodistas y economistas, sabiéndolo o no, manipulando sus tesis o no, están empezando a conceder a la Escuela Austriaca la relevancia que merece. Nada que probablemente sea mérito de quienes nos consideramos austriacos —en general divulgadores muy perfectibles— sino más bien de la propia tozudez de los hechos.

Y es que cuando los bancos centrales expanden el crédito a gran escala, provocan una crisis sin precedentes, rebajan los tipos de interés sin conseguir reinflar la burbuja y además los planes de estímulo keynesiano sólo sirven para lastrar el crecimiento presente y futuro, una de dos: o empiezas a aceptar el peso de las teorías austriacas o dejas que la ideología te ciegue. Esperemos que la gente honrada y equivocada tenga más peso que la gente deshonesta y politizada. Los primeros terminarán por comprender en algo cómo funcionan las cosas, los segundos sólo tratarán de oscurecerlas y crear hombres de paja para que su propia torpeza no se nota demasiado.

El Cato (Estados Unidos)

 



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