En el accidente en el que murieron el presidente polaco, Lech Kaczynski, y 95 personas más ha habido mucha cabezonería. Para empezar, si las autoridades rusas no mienten, la cabezonería de empeñarse en aterrizar en un aeropuerto cerrado por la niebla tras tres intentos fallidos de tomar tierra. ¿Puede tomar un piloto por sí solo la irresponsable decisión de intentar aterrizar cuatro veces en un aeropuerto cegado por la bruma, cuando poco antes se le había invitado a dirigirse a Minsk o a Moscú? ¿Debería hacerlo cuando tiene a su cargo a las más altas autoridades de su país?.
El periodista Jedrzej Bielecki, que viajó en varias ocasiones con Lech Kaczynski, recordó cómo en 2008 el comandante del avión del presidente polaco se negó a aterrizar en la capital de Georgia, Tbilisi, por las peligrosas condiciones del aeropuerto. El piloto tomó tierra en la ciudad azerbaiyana de Bakú entre los denuestos de Kaczynski, que le amenazó con despedirle por haber tomado esa decisión, cuenta Bielecki a la agencia EurActiv. Desde entonces, pilotar el avión presidencial ha sido misión con una prima de estrés.
En la fatalidad de estos acontecimientos, el primer ministro ruso, Vladímir Putin, había invitado a su homólogo polaco, Donald Tusk, con quien mantiene buena sintonía a la ceremonia de reconciliación y homenaje a las víctimas de la matanza de Katyn, pero había dejado al margen a Kaczynski a quien no podía ni ver. Fue entonces cuando el presidente polaco decidió hacer el viaje por su cuenta, y suplir la falta de invitación con una numerosa delegación.
Y así, con el muy patriota y más obstinado Kaczynski a bordo, que antes había sido relegado y despechado por las autoridades rusas, el piloto recibe el informe de que no pueden aterrizar, que tendrán que venir por carretera... pero el avión lo intenta una y otra y otra y otra vez...