"Ciudad" es algo que aún podemos ver.  "Nación", sin embargo no lo es, expone el mencionado autor. Lo mismo sucede con democracia, soberanía, representación, legitimidad, justicia, etc., etc. Así, es que la capacidad de administrar la realidad política y económica a la que estamos sometidos, se fundamenta solamente en un pensamiento conceptual, no visible.

Basta observar como los hombres primitivos, limitados a palabras concretas podían comunicarse pero estaban lejos de desarrollar una capacidad cognitiva que les permitiera abandonar sus aldeas y expandirse más allá de la organización tribal. Sin embargo, nos hemos ido dando maña para hacernos de sucedáneos poco fieles de conceptos abstractos. De ese modo, podemos pensar en desempleo imaginando un hombre desocupado o la felicidad observando una sonrisa. Pero nada de ello nos hace comprender las causas del desempleo ni cómo resolverlo. La presencia de un cartonero no nos explica la pobreza ni la del preso saliendo de una cárcel nos enseña qué es la libertad.

¿A qué viene todo esto? A que los argentinos estamos viviendo prácticamente en exclusividad "la era de la imagen" y en consecuencia, la dirigencia política (que es el tema que me atañe analizar) se vale de ésta para vaciar conceptos. A través de la televisión, se nos muestra, por ejemplo, una urna y en esa figura se encarna -con un reduccionismo peligroso- la idea de democracia. Atrofiada nuestra capacidad de abstracción estamos seriamente limitados para entender. En términos de Sartori, el "homo sapiens" se convierte en el "homo videns", a quién el lenguaje conceptual o abstracto le es reemplazado por un lenguaje perceptivo (o "concreto") infinitamente más
pobre en todo aspecto pero, sobre todo, en cuanto a la riqueza de significado. 

Traduzcamos lo expuesto a la coyuntura nacional: Nuestros políticos arman sus discursos en torno a un vocabulario abstracto pero no lo dejan librado al azar. Es decir, en forma casi inmediata buscan el modo de presentarnos alguna imagen para que sus palabras cobren el significado que ellos desean instalar. Basta escuchar al Presidente para observar que remite en toda ocasión a términos tales como "país", "seriedad", "pasado", "culpables", "males", etc. Con estos conceptos nadie, ya sea de la derecha o de la izquierda, estará en desacuerdo. Todos - o casi todos- queremos un país serio, libre de los males que se acuñaron en el pasado.

Pero Néstor Kirchner necesita que esa seriedad, ese ayer, esas culpas y esos males obtengan en la mente de la opinión pública figuras concretas. De esa forma es como junto a esos términos instala palabras que sí pueden identificarse a través de la imagen. Así es como "mágicamente", la seriedad aparece traducida en la figura de su gobierno, los males -en los últimos días- surgen bajo la representación de índices de inflación y, éstos, atan a los supermercados que aparecen como sinónimo de culpables. Del mismo modo, el pasado endemoniado queda ligado a la figura de Eduardo Duhalde.

Este es el modus operandi de toda campaña política y hasta es justo advertir que no es un monopolio exclusivo de la Argentina. Ahora bien, en la última semana se produjo una variante en esta asignación falsa de imágenes para los conceptos que escuchamos y repetimos a diario sin que tengamos plena conciencia de sus implicancias.

A nadie hubiese sorprendido que los medios hablaran de "clientelismo", de subsidios o de otras argucias similares para "comprar" una elección. La historia nacional tiene, lamentablemente, vasta jurisprudencia en el tema.
Pero, hete aquí, que a esas abstracciones se le ha dado referencias concretas disímiles a las que pretendió darle, hasta ahora, la dirigencia. No se trató ya de relacionar subsidios con "planes sociales" que también es un binomio difícil traducir en imagen. Muy por el contrario, a éste se lo mostró reflejado en cheques. Y al "clientelismo" se lo fotografió en productos tangibles como electrodomésticos: heladeras, calefones, cocinas, lavarropas... cargados en camiones.

Semejante situación, hace peligrar aquel "empobrecimiento de la capacidad de entender" al que aludiera al comienzo de estas reflexiones y que se ha convertido en una necesidad acuciante para el gobierno. En la medida en que el pueblo acepte las representaciones cognitivas que le son dadas, prefabricadas, por la dirigencia no hay amenaza. Pero, ante otras representaciones, el andamiaje sobre el que está construido el "país en serio" del kirchnerismo se cae sin remedio. 

Quienes han permitido que lo abstracto adquiera una realidad más acorde a la verdad que a la fantasía política han sido - esta vez- algunos medios de comunicación. De allí, la necesidad de entender que en su justo uso pueden
aportar más luz que oscuridad a nuestras vidas. Sólo se trata de aceptar que palabra e imagen no se contraponen inevitablemente, sino que es factible combinar conceptos y figuras en una suma positiva, integrándose unos a
otros. Claro que, entonces, es necesario tener cierta capacidad de discernimiento y un juicio crítico propio porque está en cada uno asociar, como hemos dicho, el clientelismo a objetos concretos o quedarnos en las figuras que nos proporcionan la mayoría de los políticos al integrar sus palabras con sus conveniencias electoralistas. Comprar sin chequear los precios trae serios riesgos.

Estamos inmersos en este juego de pesos y contrapesos. Hay palabras y hay imágenes. Pueden o no complementarse pero hay que estar sumamente atentos porque si compramos los "combos" ya hechos sin delimitar quiénes son los creadores de estos, es posible que nos encontremos con un calendario con el 23 de Octubre en colorado figurando, ni más ni menos, que a nuestro sistema de gobierno.

Y de ser así, el lunes 24, amaneceremos cual "pueblo sometido" falsificado en el eufemismo de "ciudadanos representados"... 

Gabriela Pousa es Analista Política. Lic. en Comunicación Social (Universidad del Salvador) Master en Economía y Ciencias Políticas (ESEADE) Queda prohibida su reproducción total o parcial sin mención de la fuente.