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22/04/2010 | El fracasado sectarismo de Krugman

Juan Ramón Rallo

El sectarismo ideológico es sin duda preocupante cuando de hacer ciencia se trata. Todos corremos el riesgo de intentar adaptar nuestra producción científica a unas conclusiones más o menos preestablecidas, aun sin pretenderlo.

 

Sólo el genuino interés por la verdad, más allá de la cerrilidad de tener razón, unido una continuada revisión de la consistencia de nuestras teorías (tanto internamente como frente a los hechos externos) puede resguardarnos algo de contaminar la ciencia con nuestros prejuicios, obsesiones u ocurrencias.

Los hay, claro, a quienes el esfuerzo por repensar sus teorías les resulta demasiado agotador, tal vez porque hace tiempo que en lugar de pensar se dedican a embestir. Quien me conozca algo sabrá que suelo citar como uno de los casos paradigmáticos de este fenómeno dentro la ciencia económica al del Premio Nobel de Economía Paul Krugman (otro día podemos hablar de otros como Stiglitz o Romer). Obcecado con adaptar el mundo a su conciencia progre, no tiene reparo alguno en mentir descaradamente siempre que la ocasión lo merezca. Más vale no entonar un pequeño mea culpa, un “me dejé llevar por la arrogancia en asuntos que escapaban a mi comprensión”, que rectificar. Así nos luce el pelo: elevamos a gurú a un señor que en 2001 iba recomendando la formación de burbujas inmobiliarias como manera de salir de la crisis (sic) y tras el desastre ni siquiera le pedimos cuentas.

Estos días, en medio de ese impulso intervencionista contra la banca que ha cogido Obama después de nacionalizar la sanidad, el Nobel aprovechó para reflexionar sobre los culpables de la crisis y para proponer soluciones en materia regulatoria ante el auditorio de la décimo novena conferencia anual Hyman Minsky. Porque sí, adivinan, su solución para las crisis pasa por regular más: en no otra cosa piensa Krugman. Para él, casualmente, ni el Gobierno estadounidense —que incurrió en los mayores déficits de su historia— ni la Reserva Federal —que colocó los tipos de interés en su nivel más bajo desde la Gran Depresión para reinflar la burbuja de crédito— tienen responsabilidad alguna. Santos varones ellos que tienen la suerte de, pese a haber sido republicanos, estar tocadas por el aura mística de “lo público”. Fueron de derechas, sí, pero al menos no eran empresarios.

Tampoco tuvo ninguna responsabilidad, según la Conciencia de los Progres, la Ley de Reinversión Comunitaria, bajo cuyo paraguas se concedieron entre 2001 y 2006 alrededor de 1,5 billones de hipotecas tan malas o peores que las subprime, o las agencias estatales de Freddie Mac y Fannie Mae, responsables de adquirir según Greenspan entre el 20% y el 30% de todas las emisiones de hipotecas subprime durante esos años.  Aunque bueno, Krugman ya tuvo ocasión de demostrar sus estupendos conocimientos de estas dos últimas compañías allá por julio de 2008, apenas un mes antes de que quebraran, cuando en un artículo declaraba con solemne tontuna: “Freddie Mac y Fannie Mae no han concedido ninguna hipoteca subprime”. Bravo, más de un billón de dólares en adquisiciones no es nada. Claro, ni siquiera se había leído sus balances. Es pedirle demasiado.

Pero lleguemos a lo más interesante: ¿quiénes son los culpables de la crisis para Krugman? En esencia, la práctica de que los bancos se endeuden a corto plazo y presten a largo (shadow banking), unido a la opacidad y a las malas artes del sistema financiero.

Por resumirlo mucho: Krugman admite, como muchos venimos denunciando, que endeudarse a corto e invertir a largo es, cuando menos, peligroso. Pero sus soluciones no pasan por más disciplina de mercado (y, por favor, no llamemos “disciplina de mercado” a que la Fed favorezca el endeudamiento de los bancos hasta el insostenible punto en que la única alternativa sea o la quiebra o el rescate), sino por más intervencionismo. Dado que Krugman, sin comprender nada, se ríe de los problemas que la expansión insostenible del crédito genera sobre la economía real (los españoles y sus Seseñas algo sabemos al respecto) sólo ve un problema en esto de que los bancos estén cada vez más apalancados a corto plazo: que a sus acreedores les puede entrar el miedo y entonces fuercen, casi irracionalmente, la liquidación del banco. Equilicuá, eso es todo lo que necesita saber de la crisis: nos volvimos todos locos y fuimos a sacar sin motivo nuestro dinero del banco. Nada tuvo que ver con que estuvieran todos quebrados. No: la culpa de todo fue de quienes nos quejábamos de que se habían fundido nuestro dinero.

Y si el problema es que la gente que le presta su dinero al banco a veces tiene miedo y va a sacarlo, ¿cuál va a ser la solución sino la de quitarles el miedo? ¿Cómo? ¿No se lo imagina? Extendiendo el fondo de garantía de depósitos a todas las deudas a corto plazo de los bancos, de los brokers, de las aseguradoras, de los fondos monetarios y casi de cualquier cosa que se mueva. Abnegada ayuda estatal a cambio de la cual el Gobierno someterá a una estricta regulación a todas estas entidades, restringiendo en qué deben invertir y en qué no.

La cosa sería digna de análisis y refutación pausada si no fuera porque el propio Krugman cae en el ridículo al querer salvar de la quema de los culpables de la crisis a Freddie Mac y Fannie Mae. Porque veamos, ¿acaso estas dos entidades no se endeudaron también masivamente a corto plazo para invertir en hipotecas a largo plazo? ¿Acaso su opacidad no llegó a los extremos de falsificar su contabilidad en 2003 y 2004? ¿Acaso no inundaron el mundo de hipotecas basura y de derivados basura? Oh, entonces será que el sectarismo estatista de Krugman le lleva a ver en los bancos de inversión privados lo que no reconoce, corregido y aumentado, para estas agencias públicas (Fannie Mae y Freddie Mac han necesitado de momento algo así como doce veces el dinero que recibió Goldman Sachs para ser rescatada).

Sí, desde luego que su sesgo intervencionista influye, pero no sólo es eso. El motivo por el que Krugman pretende salvar a Freddie Mac y Fannie Mae es más sibilino: su deuda ya contaba con la garantía implícita del Tesoro y su comportamiento ya estaba regulado por el Gobierno. Pero ninguno de estos mágicos ungüentos evitó que sus acreedores entraran en pánico cuando quebraron —negándose a refinanciar su deuda— y, sobre todo, que, de no haber sido rescatadas ipso facto, hubiesen dado lugar a una quiebra mucho mayor que la de Lehman Brothers.

Y claro, si la regulación y las garantías del Estado no sirven para evitar las crisis, al Nobel se le acaban las ideas. Por eso, aun cuando ya se hayan demostrado fracasadas, hay que seguir dando la matraca. Que no se note que su mucha ideología y poquita ciencia también ha quebrado en esta crisis.

El Cato (Estados Unidos)

 



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