Silvio Berlusconi y Gianfranco Fini ofrecieron ayer un espectáculo sin precedentes, un agrio duelo dialéctico entre correligionarios, un ajuste de cuentas retransmitido en directo por televisión. El primer ministro italiano y el presidente de la Cámara de Diputados, cofundadores del Pueblo de la Libertad (PdL) hace sólo un año, ventilaron sus diferencias políticas en una reunión extraordinaria de los dirigentes del partido que adquirió tintes dramáticos por la acritud de los reproches. 

La ruptura entre Berlusconi y quien durante un tiempo pareció su inevitable delfín se oficializó de manera muy cruda, casi grosera. Uno y otro se leyeron la cartilla. Explotaron las tensiones acumuladas. 

La primera intervención fue de Berlusconi, muy suave, superficial, como si el partido fuera una balsa de aceite. Luego llegó el turno de Fini, que habló durante casi una hora. Desgranó una argumentación muy sólida, en la que tocó todos los puntos delicados, sin morderse la lengua. 

Según él, Berlusconi y otros oradores adoptaron una "actitud pueril" en sus discursos, barriendo "el polvo bajo la alfombra". Él no caería en este juego. Se quejó del "apaleamiento mediático" que sufre, especialmente del periódico Il Giornale,propiedad de la familia de Berlusconi, que lo llama traidor y lo insulta a diario. Dijo Fini que el liderazgo de il Cavaliere en el PdL no está en discusión, pero tampoco es bueno el "centralismo carismático" y debe permitirse la crítica y la disensión internas. 

Fini, consciente de que rompía la baraja, iniciaba sus arremetidas con frases como "lo digo sin ironía", "no quiero causar polémica" o "no creo decir una herejía". Pero luego disparaba balas de grueso calibre, ya fuera en sus críticas a la falta de concepto político del PdL para hacer frente electoralmente a la Liga Norte ("nos hemos convertido en una fotocopia de la Liga"), a la retórica sobre la inmigración o a otras estrategias erradas, como querer reformar la justicia dando la impresión de buscar la "impunidad" (de Berlusconi). 

El primer ministro, visiblemente nervioso, trató de replicar sobre la marcha. "Mi voluntad no es sabotear sino mejorar la política", se justificaba Fini. 

Al concluir Fini, Berlusconi subió a la tribuna hecho un basilisco. No le tocaba todavía, pero nadie osó impedirlo. Fue entonces cuando el enfrentamiento se hizo más bronco. Berlusconi acusó a los hombres de Fini de haber expuesto al PdL "al escarnio público". Juró que él no controla Il Giornale y anunció que ha aconsejado a su familia su venta. Crispado, recordó que el martes pasado Fini le dijo que se arrepentía de haber cofundado el partido. También le echó en cara su ausencia en un reciente gran mitin en Roma. Fini se levantó de su asiento y replicó, con dedo acusador. El golpe final más demoledor fue cuando el primer ministro instó a su correligionario rebelde a dejar la presidencia de la Cámara de Diputados si continúa terciando en el debate político. Pareció el desafío definitivo, una invitación a dejar el PdL. "¿Qué dices?, ¿me echas?", le espetó Fini. 

La tormentosa reunión concluyó con la aprobación de un documento programático que sólo tuvo once votos en contra. En él se censura la creación de corrientes internas y se pide disciplina y decisiones por mayoría. Berlusconi intentó que quedara patente la soledad de Fini. Este afirmó que seguirá en el partido, al frente de una minoría crítica, y también como presidente de la Cámara. Es impredecible calcular cuánto se sostendrá esta precaria situación o si abocará a una crisis de gobierno.