Sin importar cuál haya sido el contenido de la reforma, y qué tanto se haya distanciado de sus propuestas iniciales, el haber mostrado capacidad de negociación con las polarizadas fuerzas políticas legislativas le permitió a Obama ganarse el respeto de estadistas alrededor del mundo y, sobre todo, proyectar una imagen de confianza respecto de su habilidad para negociar acuerdos internacionales que luego sean aprobados en las Cámaras.
El caso de Obama bien puede ser una enseñanza para nuestro país y para el gobierno del presidente Calderón. En un mundo globalizado, y especialmente en un país como México tan dependiente de lo que sucede allende a sus fronteras (no sólo en materia de comercio exterior e inversión extranjera sino también del número significativo de mexicanos que viven en el exterior, en especial en los Estados Unidos), la “intermesticidad”, es decir el vínculo entre los asuntos domésticos o internos y los internacionales, adquiere una importancia que frecuentemente es soslayada por los tomadores de decisión. Hoy, ningún asunto de política interna puede ser ajeno a lo que sucede fuera de México. Sea el narcotráfico, los derechos humanos, la seguridad energética, la salud, la competitividad, etc., son todos asuntos donde lo que sucede en el exterior define por lo menos el marco de las opciones de política para nuestro país. A su vez, la situación interna afecta claramente las posibilidades y el alcance de nuestra política exterior.
Si bien la pérdida del prestigio de la política exterior mexicana en los últimos años puede atribuirse a una serie de errores diplomáticos en el sexenio pasado, algunos bastante graves, también debemos reconocer que existen problemas intrínsecos a la transición democrática en México y a su inserción en los procesos de globalización. La fragmentación política que ha prevalecido desde que el partido de gobierno pierde la mayoría en el Congreso y éste empieza a jugar un papel más activo en las políticas públicas no solamente ha impedido aprobar reformas que respondan al interés nacional sino que nos ha debilitado internacionalmente.
En fechas recientes se ha opinado mucho sobre Brasil y su nueva proyección internacional. A todos queda claro que su crecimiento económico, por cierto en gran medida provocado por las ventas de recursos naturales a China, ha contribuido a proyectar esa imagen positiva, que refuerza la capacidad diplomática que ha caracterizado históricamente a Itamaraty, la cancillería brasileña. En México, para mejorar la deficiente imagen no basta con que todos “hablemos” bien del país y tampoco con que los diplomáticos hagan una labor impecable, como muchos de ellos lo hacen ya.
Lo que necesitamos es creatividad y liderazgo, emprender un proyecto que demuestre nuestra capacidad de sobreponer nuestras diferencias internas, que inspire la imaginación colectiva, renueve la confianza en nosotros mismos y que mejore nuestra imagen global. No importa si tal proyecto es en materia de energía, salud, competitividad o en migración, lo importante es que detone un círculo virtuoso entre la política interior y la exterior.
*Directora del Centro de Diálogo y Análisis
sobre América del Norte, Tec de Monterrey.
isabel.studer@itesm.
