¿Cómo, preguntará más de uno? ¿Acaso hay un país con porcentajes de evasión más altos que los nuestros? ¿Hay habitantes de otros países, más mentirosos a la hora de “declarar” que los mexicanos? ¿Hay un país donde la corrupción está más extendida y arraigada que en México? ¡Imposible! ¡No puede ser!

De ser eso verdad, las cosas no van bien para este país que hemos medio construido a golpe de mentiras, corrupción e indolencia durante estos últimos cien años.

Por otra parte, lo dice la expresión popular: “las desgracias no vienen solas”. Vea usted, el año pasado, los cinco jinetes del Apocalipsis que descubrió Felipe Calderón como causantes de la caída del PIB, se pasearon a lo largo y ancho de la geografía nacional y nadie los frenó; además, las noticias de Grecia nos vienen no sólo a abollar el ego sino a demostrar que hemos perdido quizás el único cetro que a la fecha, nadie había osado disputarnos: ser los más evasores, los más corruptos y los más pícaros del planeta. No debemos permitirlo; algo hay que hacer.

De entrada, propongo que de los ahorros realizados por Hacienda, se cree en esta Secretaría o en Sedesol, un área encargada de desarrollar programas intensivos en evasión fiscal, prácticas corruptas en el trato con funcionarios y burócratas de cualquier nivel, organización de fabricantes de mercancía pirata y venta ilegal de uniformes de federales preventivos y soldados.

Estos cursos y algunos otros altamente especializados —¿Cómo hacer negocios con un secretario o el director de una paraestatal? ¿Cómo venderle a un gobierno a precios inflados, sin ser sorprendido? y ¿cómo sobornar a todo tipo de auditores?— serían impartidos en la segunda etapa y solo para aquellos que hayan pasado con altas calificaciones el primer nivel. Se aclara que estos programas estarán “blindados”, por lo que sobornos y falsificación de boletas no serán aceptados.

¿Qué nos pasó que fuimos rebasados por un país prácticamente desconocido? ¿Acaso nos volvimos honrados? ¡Jamás, esto nunca!

Qué tranquilidad no pertenecer a la Unión Europea, y tener plena libertad —casi en toda América Latina— para volvernos —desde edad temprana—, corruptos; qué satisfacción y orgullo contar con grandes ejemplos a seguir como Daniel Ortega en Nicaragua y Hugo Chávez en Venezuela. Esos son corruptos, no aprendices; ¿y qué me dice de lo que queda de los Castro y los Kirchner? No cabe duda que en América Latina hay corruptos de alto nivel.

Corrupción, evasión, sobornos, contrabando e impunidad; incapaces al frente de áreas clave del sector público, inexpertos al frente de áreas estratégicas de las empresas estatales, y la mentira y la hipocresía como elementos cohesionadores de la sociedad. Esto es vida; lo demás, literatura.

Por favor, conteste: ¿Qué méritos tienen los griegos como corruptos? Son novatos, advenedizos; en cambio nosotros, tenemos abolengo. Aquí, hay nombres y apellidos ilustres que han sido corruptos por generaciones; allá, sólo plebeyos en materia de corrupción mientras que aquí, personajes de prosapia y con linaje. ¿Verdad que sí?

Recuperemos nuestro primer lugar; ¡corruptos de México, uníos!