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19/10/2005 | El socialismo o la muerte

Alan Stoga

Latinoamérica vive hoy en un equilibrio insostenible entre buena economía y mala política. Por un lado, los altos precios de las materias primas y la fuerte demanda de importaciones por parte de EE.UU. y China impulsan el crecimiento económico, aunque la falta de una estrategia coherente de reforma signifique que el crecimiento no sobrevivirá a la caída cíclica inevitable.

 

Por otra parte, el vertiginoso populismo, la corrupción, drogas y violencia de pandillas, liderazgo débil y arrebatos de anarquía desde Río Grande hasta Tierra del Fuego están socavando las instituciones políticas ya debilitadas. La depresión económica, cuando llegue, hará todo esto aún peor.

Éstos no son problemas que Estados Unidos tenga real capacidad real de resolver por sí mismo, aunque la falta de liderazgo norteamericano es una queja habitual en muchas capitales regionales. La agenda de Washington sobre comercio y seguridad parece irrelevante para muchos, y el equipo de política exterior de Estados Unidos está preocupado por Irak, el terrorismo, las ambiciones nucleares de Irán y otras amenazas inmediatas a la seguridad nacional norteamericana. Hay poco tiempo para articular y vender una visión convincente para el hemisferio.

Sin embargo, no se puede negar que el presidente Bush forzó al Congreso a aprobar un impopular acuerdo comercial centroamericano este verano. Esa evidencia del poder político bruto ejercido a favor del libre comercio con algunos de los países más pequeños de las Américas debería haber ayudado a la popularidad de Bush en la región. Pero, en lugar de eso, sólo pareció ensanchar la brecha entre Estados Unidos y la mayoría del resto de las Américas.

¿Qué es lo que quiere Latinoamérica de Estados Unidos? La respuesta difiere en cada país. Los mexicanos quieren un súper acuerdo de migración, ser tratados como iguales por los estadounidenses, y que Estados Unidos ignore el notable aumento de la violencia proveniente de las drogas que podría transformarse en un riesgo potencial de seguridad. Los brasileños, por su parte, quieren aunar al resto de Sudamérica en torno a su propio liderazgo, en lugar de alrededor de un liderazgo estadounidense distraído, aún cuando el suyo carezca totalmente de una visión. Los argentinos quieren probar que su experimento con el radicalismo no tendrá consecuencias negativas. Los colombianos quieren un aliado militar. Los chilenos parecen querer simplemente ser dejados solos, mientras que la mayoría de los países pequeños de la región, o al menos sus líderes, simplemente quieren ayuda para sobrevivir sustormentas políticas domésticas.

Esta confusión de propósitos actúa en contra de cualquier acercamiento cohesivo a los problemas que amenazan la estabilidad de la región a largo plazo. Pero todo esto está siendo hecho de manera mucho más tóxica por parte de Hugo Chávez.

¿Qué es lo que Chávez quiere? Él quiere la hostilidad norteamericana, para alimentar con ella la retórica de su revolución bolivariana. Chávez espera que Estados Unidos continúe siendo consumido por la crisis con Irak, lo que ayuda a sustentar los precios del petróleo altos y mantiene un sentimiento anti norteamericano casi en todas partes. Y tiene la intención de usar su creciente provisión de petrodólares para promover los gobiernos populistas de izquierda -y socavar otros-, cumpliendo con las fantasías revolucionarias de largo plazo de Castro.

Por supuesto, al igual que Fidel, Chávez no ganará en el largo plazo. Esto dado que mayoría de los latinoamericanos prefieren la democracia al totalitarismo, prefieren ser ricos a ser pobres, y admiran a Estados Unidos y sus valores, aunque les desagrade enormemente George Bush. Afortunadamente, Venezuela no tiene suficiente petróleo y los precios no se mantendrán lo suficientemente altos como para permitir que Chávez convierta a la región en el paraíso de los obreros de su retórica.

El problema es que, mientras tanto, él puede hacer considerable daño. Probablemente arruinará a Venezuela, como su santo patrono arruinó a Cuba, y continuará contribuyendo al caos violento que está desgastando a los países andinos.

Su impacto más duradero, sin embargo, puede ser impulsar una nueva división entre los latinoamericanos -o al menos sus gobiernos- y Estados Unidos, justo en el momento en que la región más necesita de un diálogo constructivo.

La retórica incendiaria de Chávez está perfectamente calculada para enfurecer a Washington, incluso más porque parece paralizar a todos los otros líderes de la región, quienes están muy atemorizados o débiles o distraídos para ofrecer una visión contraria. En vez de generar reacciones de rechazo, Chávez se convierte en una razón más para aumentar la distancia entre Estados Unidos y todos los demás.

El presidente Chávez declaró recientemente, "Fidel, creo que siempre tuviste razón: Es el socialismo o la muerte". Esperemos que la muerte que él tiene en mente no sea la de Latinoamérica.

Alan Stoga es Presidente de Zemi Communications www.zemi.com

Fuente: América Economía - Pag.50/Nº 309 (octubre).

CADAL (Argentina)

 



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