Las esperanzas de que el conflicto tailandés se solucione de forma pacífica y próxima se hicieron añicos hace unos días, el 13 de mayo, cuando una bala atravesó la frente del líder opositor, Khattiya Sawasdipol, mientras era entrevistado por el diario International Herald Tribune. El momento, recogido por las cámaras de todo el mundo, ha significado el inicio de una escalada violenta cuyas consecuencias son imprevisibles y que anticipan más violencia. En juego está la democracia más asentada del sudeste asiático.
Las posiciones enfrentadas están muy lejos de un
acuerdo a pesar de algún intento de negociación y parece que el Gobierno sólo
contempla ahora la fuerza para acabar con la revuelta y atajar así nuevas
protestas. El país más estable y
pro-occidental de la zona se sume progresivamente en una espiral con difícil
salida y la debilidad del rey, elemento aglutinante de todas las facciones del
país hasta ahora, no hace presagiar nada bueno.
1. Thaksin, el origen del problema
Tailandia ha sido para otros países
asiáticos un modelo en muchos aspectos. El único que jamás
ha sido colonizado, de los pocos de la zona que no cayó en el comunismo y con
Filipinas, el único que mantiene un acuerdo militar con los Estados Unidos por
el pacto de Manila y hasta 2006 podía presumir de una relativa estabilidad
institucional, con una democracia parlamentaria que se consolidaba poco a poco,
bajo la tutela del rey.
Fue esta estabilidad, unos gobiernos prooccidentales,
así como la alianza con EEUU durante la Guerra Fría, lo que posibilitó que
Tailandia se desarrollara mucho más que los países de alrededor y se
convirtiera en una economía emergente, casi a las puertas de los cuatro tigres
asiáticos. A pesar de la dura
crisis económica que sufrió en 1997, Tailandia ha registrado desde los 80 unos
elevados índices de crecimiento y en la última década se ha convertido en uno
de los mayores consumidores de acero del mundo lo que indica su creciente producción
industrial.
Para buscar un origen de la situación actual podemos
remontarnos precisamente a 1997, cuando a instancias del rey, y para superar la
crisis económica provocada por un excesivo endeudamiento, se acordó modificar la
constitución y se ampliaron los poderes del primer ministro. Lo que se entendió
en su momento como una serie de medidas para fortalecer la democracia y
reforzar la autoridad devino pronto en un foco de problemas que ha terminado
por desestabilizar el país.
En 2001 aparece un personaje clave en este conflicto: Thaksin Shinawatra. Uno de los hombres más
ricos de Tailandia, dueño de la mayor empresa de telecomunicaciones, así como
de constructoras, y con negocios en toda Asia, se presentó a las elecciones con
un programa populista que buscaba atraerse a las clases rurales más
desfavorecidas. Su partido, una plataforma creada en torno a su
persona, se llamó “Thai rak Thai”, algo así como "los
tailandeses aman Tailandia". Con la promesa de subir los
impuestos a los más ricos, perdonar las deudas a las familias más pobres,
otorgar costosas subvenciones de servicios sanitarios a las zonas rurales y,
como decía su lema, "dar la voz a los que nunca la tuvieron", Thaksin ganó los
comicios. Los de 2001 y los de 2005. Y, con toda probabilidad, los de 2006, de
haberse celebrado normalmente.
En esos años, en un país con un 80% de campesinos y
unas zonas rurales deprimidas que nada tienen que ver con la cosmopolita y
occidentalizada Bangkok, se produjo una profunda fractura
social entre la elite económica, que odiaba a su primer ministro, y el campo,
donde Thaksin era considerado un héroe y conseguía más del 80% de los votos. Thaksin buscó
gobernar para ellos desde el primer día. Llevó a cabo una política de claro
perfil populista entregando generosas subvenciones al ámbito rural e
implicando a sus empresas privadas en actividades estatales. Sus empresas
creaban comedores, daban subvenciones a campesinos y hasta hacían publicidad de
Thaksin con los alimentos que regalaban. Con los nuevos poderes de la
constitución de 1997 su poder era total
frente al del parlamento con lo que fue capaz de llevar a cabo una gestión
patrimonialista del país, dominando la justicia y las actividades económicas.
Desde las elecciones de 2005 Thaksin fue acusado por los
principales periódicos de corrupción, compra de votos, fraude masivo, nepotismo
e incluso de incompetencia para acabar con el terrorismo islamista que azota el
sur del país. La millonaria venta de la mayor empresa de telefonía
celular, que era de su propiedad, a un consorcio de Singapur, por la que no
pagó impuestos, desembocó en una ola de protestas en Bangkok que hizo
literalmente imposible la gobernabilidad. A esto añadamos su nefasta gestión de
la catástrofe del tsunami y las críticas de quienes le acusan de pretender
controlar los medios mediante la coacción y el chantaje.
En 2005, Thaksin, a instancias del rey, convocó a
elecciones anticipadas para el 2 de abril, seguro de que las ganaría.
Igualmente seguros de perderlas, los partidos de la oposición se negaron a
presentarse a las mismas; pero se celebraron, y con un 61% de los votos (y una
participación del 65%) Thaksin siguió siendo
primer ministro, aunque por razones técnicas no pudo formar Gobierno. Las
manifestaciones en su contra en Bangkok se sucedieron y se inició el movimiento
"amarillo". Thaksin comenzó una
represión en toda regla persiguiendo a opositores mediante detenciones,
equiparándolos con terroristas, intentando cerrar la prensa independiente y
profundizando es sus políticas populistas.
2. Golpe de Estado de
2006
Coincidiendo con la presencia de Thaksin en Nueva York
para hablar ante la ONU, y justo cuando en Bangkok se preparaba la mayor
manifestación contra él, que con toda seguridad hubiera atraído también a miles
de sus seguidores y habría causado enfrentamientos y violencia, el Ejército, a
instancias del rey, decidió acabar con la situación de división social y
tomar el control del país mediante un golpe pacífico en el que se prometían
elecciones a corto plazo.
La irrupción del Ejército debido a "políticos
irresponsables", como declaró el general Sonthi Boonyaratklin, supuso la
vuelta de Tailandia a los años 70 y 80, donde la toma del poder por parte de
los militares no era ninguna novedad. De hecho, para la mayor parte de los
habitantes de Bangkok o Chiang Mai, la segunda ciudad del país, ésta era la
única salida posible: un golpe de Estado amparado por el rey con el que se
pudiera acabar con la situación de caos y desorden institucional, para que se
concentrara el poder durante un tiempo, hasta que entre en vigor otra
Constitución.
Entonces, Thaksin se exilia en Londres
desde donde sigue influyendo en la vida diaria de Tailandia a través de sus
negocios y de sus influencias. En mayo de 2007 el partido político de
Thaksin es disuelto por un tribunal y el 19 de agosto se vota una nueva
constitución diseñada por la junta militar que recibe el 58% de apoyo de los
votantes.
En diciembre de 2007 se celebran
elecciones en las que el Partido del Poder del Pueblo (PPP) con importantes
vínculos con Thaksin, obtiene una mayoría simple. Thaksin se apresuró a
intervenir desde Hong Kong celebrando la victoria y poniéndose a disposición de
los vencedores para volver a Tailandia y trabajar con ellos.
El 29 de enero de 2008 Samak Sundaravej,
del PPP es nombrado primer ministro y diez días más tarde Thaksin regresa a
Tailandia.
Sin embargo la nueva constitución no daba al gobierno la capacidad de influir
en los tribunales que en agosto de ese año iniciaron un proceso contra Thaksin
por acusaciones de corrupción y que le obligó de nuevo a exiliarse a Londres el
11 de agosto. El 19 de septiembre otro tribunal de Bangkok fuerza la
dimisión del primer ministro tras demostrar que recibió pagos ilegales por
participar en un programa de televisión. El PPP lo sustituye por Somchai
Wongsawat, el cuñado de Thaksin, que es nombrado primer ministro.
3. Amarillos contra rojos.
¿Cómo se ha llegado hasta aquí?
La división en la sociedad se hace enorme
y el 20 de noviembre de 2008 estalla una revuelta en Bangkok en la que cientos
de miles de ciudadanos vestidos de amarillo y cercanos al Partido Democrático
piden la dimisión de Somchai por las acusaciones de
estar bajo las ordenes de Thaksin, que sigue en su multimillonario exilio de
Londres apareciendo en televisión y participando en cuestiones políticas
internas. Los manifestantes piden la convocatoria inmediata de
elecciones.
Doce días más tarde la corte suprema de Tailandia
concluye un proceso de varios meses y determina que el PPP cometió fraude
electoral y el primer ministro Somchai es depuesto por el rey. Se convoca a las
dos semanas una votación en el parlamento para la elección de un nuevo primer
ministro bajo las presiones del rey. El parlamento, bajo la tutela de familias
próximas a la casa real, otorga el mando al rival de Thaksin, Abhisit
Vejjajiva, líder del Partido Democrático con el apoyo de numerosos
representantes que anteriormente habían apoyado y habían sido elegidos con el
PPP. Se trata de una débil e
inestable coalición de gobierno formada por 6 partidos de ideología
difícilmente conjugable. El nuevo primer ministro, nacido en Gran
Bretaña, educado en Oxford, y de carácter conservador, se compromete a realizar
unas elecciones en dos años y acusa a Thaksin de liderar desde el exilio al
movimiento opositor con instrucciones de derrocar al rey.
El 24 de febrero de 2009 se inicia el
movimiento "rojo" cuando cientos de miles de personas se concentran
en Bangkok rodeando la oficina del primer ministro y pidiendo elecciones libres
ya que el parlamento ha perdido la legitimidad tras el cambio de orientación de
los diputados electos. En abril los "camisas rojas"
boicotean la cumbre de la organización ASEAN que se celebraba en Bangkok y la
inestabilidad se hace habitual en las calles con manifestaciones semanales. En
septiembre de 2009 se concentran más de un millón de
personas en Bangkok, todas ataviadas de rojo, a las que Thaksin se
dirige por videoconferencia instándoles a no rendirse. La respuesta de Abhisit
fue acusarlos de estar a las ordenes de Thaksin y de querer convertir al país
en una república.
Hay que decir que la cuestión real es profundamente
sensible en Tailandia donde el jefe de Estado tiene una veneración no
equiparable a ningún otro país de la zona y donde una simple crítica es
justificadora del delito de lesa majestad.
Al tiempo que se sucedían las protestas, Abhisit
incrementaba la presión sobre los manifestantes acusándolos, con mayor o menor
fundamento, de ser republicanos para apelar al respeto a la monarquía. Se
suceden las detenciones que lejos de calmar la situación, producen más
protestas. Esta ha sido la tónica general de Tailandia desde entonces,
con un progresivo incremento de las protestas y frente a una actitud del
gobierno que oscilaba entre la pasividad, esperando la desmovilización de las
protestas, y la acusación constante de intentar derrocar al rey. Desde
el pasado diciembre la situación se vuelve prácticamente ingobernable con choques entre las
facciones roja y amarilla. En febrero la corte suprema de Tailandia
resuelve la apropiación de 1.400 millones de dólares de Thaksin que estaban en
cuentas congeladas por la venta ilegal de empresas estatales a un grupo de
Singapur y por el que empresas de la propiedad del ex primer ministro se
embolsaron esas cantidades de forma irregular.
4. Un problema de legitimidad
El
problema principal de Tailandia es la falta de legitimidad de cada una de las
partes. El gobierno actual no
quiere convocar elecciones ante la posibilidad de que el movimiento rojo, que
ha intentado convertir el conflicto en una lucha de clases, pueda ser el
vencedor. Se alega que Thaksin desde su exilio de Londres y con sus millonarios
negocios en Asia y Dubai sigue participando en la política y la prueba
fehaciente de ello es su omnipresente fotografía en las manifestaciones.
Los
partidarios de la opción gubernamental, menos visibles con sus camisas
amarillas, se oponen a cualquier adelanto electoral con la justificación de que
son meros títeres de Thaksin, condenado por corrupción y acusándolos de querer
iniciar una revolución social en el país. El movimiento amarillo
es profundamente monárquico y se identifica con una clase social más urbana y
cosmopolita.
Desde el día 10 de marzo los manifestantes rojos
comenzaron a instalarse en muchas zonas de la ciudad de forma permanente
–muchos vienen del campo- y el 3 de abril ocuparon el centro de Bangkok
colapsando los distritos comerciales y financieros y provocando enormes
pérdidas para la economía. El ejército no intervino
hasta el 10 de abril, cuando después de una serie de amenazas, intentó
desalojar uno de los campamentos causando 26 muertes y fracasando
estrepitosamente en el intento de hacer desistir a los manifestantes que, lejos
de verse mermados, se vieron reforzados al tener más apoyos y más movilización
gracias a las muertes y a poder presentar ante el país el conflicto como una
lucha de clases. Miles de personas se desplazaban de los pueblos a
Bangkok para unirse a los camisas rojas para protestar por el desempleo, la
eliminación de subsidios a los alimentos o los combustibles, o contra una
situación política encallada.
El 3 de mayo, el primer ministro Abhisit llegó a un
principio de acuerdo por el que el gobierno actual se comprometía a convocar
elecciones una vez que los disturbios se detuvieran y los manifestantes
abandonaran las barricadas del centro de Bangkok. Las elecciones tendrían lugar
el 14 de noviembre y el primer ministro
ofreció a los manifestantes "rojos" una reforma constitucional,
reformas económicas para reducir las desigualdades sociales, libertad de prensa
y una investigación de los incidentes del 10 de abril. No se cedía en la
revocación de las condenas a Thaksin. Los opositores accedieron a ello pero
esta vez fueron los "amarillos" otros sectores más tradicionales de
la sociedad tailandesa los que iniciaron protestas e hicieron que esa oferta
fracasara al considerar que se cedía a un chantaje por parte de los que pedían
"democracia".
Ante esta situación, los manifestantes rojos, mucho
más numerosos, y sabedores de un respaldo social mayor en el resto del país,
anunciaron su intención de permanecer indefinidamente en el centro de la ciudad
y de bloquear los distritos clave hasta que los militares no se retiraran y que
se fijara una fecha para la disolución del parlamento que a sus ojos carece de
legitimidad. El primer ministro, ante
este ultimátum realizó una nueva oferta asegurando la disolución del parlamento
entre el 15 y el 30 de septiembre. Era una solución in-extremis para poder
evitar el conflicto abierto. Cuando los manifestantes se disponían a disolverse
comenzaron las divisiones entre las filas antigubernamentales ya que algunos se
negaban a abandonar sus posiciones hasta que se investigara el papel del primer
ministro en los sucesos del 10 de abril y hasta que se retiraran los cargos por
terrorismo y lesa majestad contra muchísimos líderes del movimiento.
El 10 de mayo, el primer ministro Abhisit anunció que
si los manifestantes no se retiraban antes del día 12, se incrementaría la
presión militar para desalojarlos. El mismo día 12, tras no recibir
confirmación de la disolución, el primer ministro retiró su oferta y ordenó a
los militares que iniciaran el asalto cortando los canales de suministro de
electricidad, agua y alimentos.
5. Futuro incierto
Las últimas noticias son los sucesos tras el tiroteo
al General Sawasdepol con los manifestantes ya armados y en plena guerra urbana
contra las fuerzas armadas. El apoyo social en el resto del país es claro y la
explosión de bombas en edificios gubernamentales, hace que las expectativas no
sean lo peor. Buena parte de las fuerzas armadas tiene simpatías por
los manifestantes rojos con los que comparte el origen rural y humilde y se
teme que el conflicto se extienda a otras ciudades del país donde el ejército
no podría contener las protestas tan fácilmente.
El desbloqueo de la situación es muy complicado y la
escalada de violencia que se está viviendo en los últimos días hace presagiar
que esta crisis esta muy lejos de solucionarse ya que las diferentes partes se
posicionan para tener una posición de fuerza para poder negociar. Cada vez
es más difícil encontrar tailandeses que sean neutrales ante la situación
actual y el número creciente de víctimas servirá para alimentar el conflicto a
corto plazo haciendo más difícil una
eventual reconciliación.
El papel de Thaksin es muy importante pero sus
condenas por corrupción y las acusaciones de haber instigado un golpe de estado
contra el rey y el odio que despierta en la clase úrbana de Bangkok lo descalifican para que pueda volver a
la política en el corto plazo. Su cómodo exilio entre Londres y Dubai le
permiten evitar a la justicia tailandesa y su millonaria fortuna sirve para
prestar apoyo económico al movimiento rojo.
Clave es la figura del rey, Bhumibol, con
82 años, enfermo y recluido en un hospital de Bangkok por problemas
respiratorios, apenas hace apariciones públicas y delega absolutamente todo en
su gabinete o consejo real. Es la única autoridad que inspira
respeto y veneración a la inmensa mayoría de tailandeses y que en otras
ocasiones, como en los años 1973 o 1992, ante revueltas populares, ha podido
forjar acuerdos por el respeto que inspira su persona. Oficialmente no se ha
pronunciado a favor de ningún grupo para no dañar su propia imagen pero es
evidente que no tiene simpatías por Thaksin y que el consejo real ha estado
detrás de los cambios de gobierno y apoyando al actual primer ministro dado
que, en caso contrario, el ejército nunca habría salido a la calle ante las
protestas.
Su sucesión, para su hijo Vajiralongkorn, está aún por
solucionarse dada su baja popularidad y la revuelta actual es una erosión
continua a la institución al significar el colapso del sistema que era aceptado
por toda Tailandia y del que la monarquía era garante. Desde que heredó el
trono, hace 64 años, su política fue la de delegar los asuntos políticos en su
consejo real y en una reducida clase social ligada a su persona por vínculos de
sangre o de negocios. Es esta élite real
contra la que los manifestantes “rojos” dirigen su ira y por ello se ha
politizado la institución real, algo inédito en la historia y que supera ya las
estrictas leyes que penan el delito de lesa majestad hasta con 15 años de
cárcel por simplemente criticar al soberano. Sea quien sea el próximo rey,
difícilmente contará con la veneración y el consenso del país entero como había
sucedido hasta ahora.
La convocatoria de elecciones generales puede parecer
a priori una solución sencilla pero ello significaría acceder a las
pretensiones de los manifestantes y sería más que probable que el candidato
populista que heredara el apoyo del PPP de Thaksin ganaría las elecciones
Según la prensa tailandesa hay tentativas por parte
de EEUU de amparar una solución negociada entre ambas partes pero por ahora
todo intento ha fracasado y parece ser que China está apoyando de forma
incondicional al Gobierno. China, en 1997, facilitó a Tailandia su
primer préstamo exterior de importancia con objeto de asistir a Tailandia en la
crisis financiera y jugó un papel importante en la estabilización de esa
economía. Estratégicamente buscaría una victoria diplomática e ideológica. El fracaso de la
democracia más avanzada en el sudeste asiático y su estallido de caos y
desorden podría ser útil a China para menoscabar los intentos democratizadores
en la región y servir como un argumento para justificar su propio régimen por
la estabilidad y la armonía social que conlleva. Para China sería mucho
más conveniente que el actual vacío de poder fuera ocupado por un partido o por el ejército para instaurar un
sistema al estilo de Birmania o Camboya que pudiera ser más equiparable al
propio y con el que pudiera tener unas relaciones diplomáticas más estrechas. Naciones Unidas ha
ofrecido una ayuda que en términos reales se traduce en poco más que buenos e
ingenuos deseos para que ambas partes dialoguen.
En definitiva el problema está en un
sistema democrático de gobierno que en Tailandia se ha deteriorado por no tener
una clase media estable y estar bajo la tutela permanente de la casa real y del
ejército. Anand Panyarachun,
primer ministro en 1991 y 1992, ha declarado: "La democracia en
Tailandia no es como en EEUU, siempre dará dos pasos adelante y uno atrás. Es
una democracia al estilo tailandés, en la que la autoridad del rey prevalece
siempre. Así será el único sistema que funcione". Queda por ver cuál será
el papel de la monarquía que durante años ha instigado golpes de estado,
cambios de gobierno y que ha pergeñado un sistema político donde los primeros
ministros podían ser depuestos sin previo aviso. Ahora ya no será posible.
Desde un prisma occidental, la complejidad del país es
difícilmente trasladable a términos familiares. Es erróneo equiparar esté conflicto
a una simplista lucha de clases o de monárquicos y republicanos. Los que apoyan
al movimiento rojo vienen precisamente de áreas rurales profundamente
conservadoras y sienten una veneración absoluta por el rey actual pero no por
el círculo que le rodea y por los privilegios de una reducida oligarquía que
tiene el poder económico y político del país. Es por tanto muy
difícil buscar un único culpable a esta situación puesto que la
irresponsabilidad y falta de preparación de un pueblo en su conjunto pueden
llevar al poder a aquellos que menos lo merecen, lo cual recuerda que la
democracia es un sistema que precisa unos requisitos básicos, como la educación
y la información.
Lo que nos demuestra Thaksin, sus seguidores y sus
adversarios es el peligro de que
plataformas populistas construidas en torno a candidatos "fuertes",
con carisma, deriven en corrupción y en una usurpación de los poderes públicos.
Y eso no es un problema “tailandés", sino la prueba de la
fragilidad de un sistema que en Tailandia, como en Italia, Venezuela, Argelia u
otros sitios, tiene sus imperfecciones y sus riesgos. Tailandia estaría mucho
mejor resolviendo sus problemas políticos con una justicia independiente, un
rey fuera de la política y unas instituciones fuertes, y no con militares
golpistas, con o sin apoyo real y dividido entre facciones de colores y
dirigiéndose hacía un incierto futuro.