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21/05/2010 | La izquierda y el cuarto frente islamista

Oscar Elía Mañú

El islamismo tiene hoy cuatro frentes. El primero está situado en aquellos lugares en los que las tropas occidentales se baten directamente con los islamistas; principalmente Irak, Afganistán y Palestina. En el primero, los occidentales y sus aliados iraquíes están más cerca de la victoria, con una progresiva normalización del país. En el segundo, es más bien al revés, y aunque la estrategia de Obama no da los frutos deseados, es aún pronto para tirar la toalla. En Palestina, la fortaleza de Hamás -con apoyo iraní-, es demasiado importante aún como para esperar que los israelíes venzan a la totalitaria banda. Para occidente, los tres frentes permanecen aún sin cerrar.

 

El segundo frente es la zona de extensión del islamismo, principalmente en Extremo Oriente, en África o en el Caucaso. En extremo oriente, el islamismo se muestra especialmente activo en Indonesia y Malasi, hacia el sur. En África, el islamismo controla ya buena parte de Sudán o Somalia, y la infiltración es ya importante en Etiopía e incluso Kenia; en el Oeste, se afianza en el Sahel, en Mauritania, Mali y Níger. La previsible caída de Chad convertirá el continente africano en un continuo islamista de este a oeste. En el Caucaso, los islamistas hablan ya de un califato caucásico que se extiende por las repúblicas exsoviéticas, desde Chechenia a Daguestán e Ingusetia. En todos los casos, el yihadismo utiliza conflictos ya abiertos, parasitándolos e incorporándolos a su lucha global. Aquí, la iniciativa está de parte de los islamistas.

El tercer frente son aquellos países con gobiernos musulmanes donde el islamismo lucha contra gobiernos que considera apóstatas o traidores. El caso más preocupante es Pakistán, dotado de armamento nuclear y cuya suerte está cada vez más unida a Afganistán. Pero hay otros; Argelia y Egipto los más importantes. Y más allá, queda un cuarto frente: el de las sociedades occidentales, donde las aspiraciones islamistas son crecientes. Triunfal, Rubalcaba presentó hace unas semanas el informe sobre inmigración musulmana en España, en el que sólo el 5% se consideraba radical. ¡Buena noticia, sólo 30.000 probables terroristas! Lo que obvió el ministro no es la cantidad, sino la calidad: esta es la misma minoría musulmana que se afianza sobre la mayoría: la más activa, la más inquieta, la que ocupa mezquitas y madrasas. Y la agasajada por sindicatos, organizaciones y partidos políticos izquierdistas, más dispuestos a acoger al yihadista antidemocrático y antiliberal como ella que al musulmán que mal que bien se integra en la sociedad española.

En el cuarto frente, en Europa, el islamismo ha encontrado en el progresismo un aliado inesperado. Huérfana tras la caída del Muro, ebria de postmodernismo y de nihilismo, y sin un paraíso futuro que construir, parte de la izquierda europea ha volcado su frustración en la primera parte de la profecía de Marx: la destrucción del orden social europeo. El último episodio de la histeria izquierdista lo constituyen los furiosos ataques contra el Papa y la Iglesia Católica a propósito de la pederastia. Más vale no engañarse con esto: no se trata ni de los niños ni del repugnante delito. Ni del Papa. Ni de la Iglesia. Se tata del “opio del pueblo”. Se trata del cristianismo. Él es la pieza de caza mayor del progresismo, y tan pronto como se le pone a tiro, toda munición es poca.

Los ataques furibundos, donde se mezclan medias verdades, manipulaciones y abiertas mentiras, coincidieron en el tiempo con el asalto violento de cien islamistas a la Mezquita de Córdoba, ante la sonrisa comprensiva del laicismo, que no tolera un crucifijo en una escuela, pero que ve con simpatía el ataque violento a la Catedral cordobesa. Para la izquierda ávida de revancha contra la Iglesia de Juan Pablo II, toda ayuda es poca, e incluye marchar junto a las minorías islamistas que -como ella aunque por distintos motivos-, desprecian el orden político occidental.

Más vale no engañarse acerca del significado del laicismo progresista. El izquierdismo es el buldózer del islamismo: lleva a cabo la demolición cultural y moral europea sobre la que el islamismo buscará construir un sistema totalitario sobre europeos y musulmanes. Hoy, progresismo e islamismo avanzan juntos: en el matrimonio homosexual, antesala de la poligamia; en el “culto compartido”, antesala de un solo culto; en la “libertad” religiosa, antesala de la sharía para las comunidades musulmanas. En nombre de la democracia, la izquierda ataca y socava sus principios e instituciones, y en nombre también de la democracia, el islamismo domina comunidades musulmanas, impone sus imanes y encierra a los inmigrantes en guetos ideológicos y propagandísticos. Ante el pasmo general de una población eminentemente cristiana, los unos y los otros les anuncian el fin del cristianismo en Europa, y su sustitución por los dogmas islámicos o progresistas. Fin que lo será, sí o sí, del orden social tal y como lo hemos conocido.

Este es el drama de nuestro tiempo: mientras las minorías políticas, culturales y mediáticas europeas centran su interés en la demolición minuciosa y masiva de sus principios culturales y morales, de sus instituciones más antiguas y de sus creencias más inmemoriables, otra fuerza histórica se prepara para ocupar su lugar a golpe de minarete. Hegel habló del fin de la historia cuando intuyó que nada había detrás del estado moderno y la democracia, y una lluvia de críticas cayó cuando Fukuyama situó el fin de la historia en el triunfo occidental sobre la URSS: en verdad, el fin de la historia se intuye cuando los mismos europeos desmoronan culturalmente sus sociedades y las entregan a sus enemigos. Éstos ni siquiera deberán vencer en los otros frentes. Les valdrá ganar el cuarto.

(Publicado en Época, 18 de abril de 2010)

Grupo de Estudios Estratégicos (España)

 



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