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15/06/2010 | Africa - Tensión social: La verdad oculta en Sudáfrica

Camilo Olarte Cortés

Las teorías conspirativas abundan y hay grupos de blancos que auguran una guerra civil; para la mayoría, el Mundial completará el proyecto de unificación multirracial.

 

Es una tarde fría como lo serán todas durante el Mundial, con las calles de Johannesburgo inundadas por la bandera multicolor de Sudáfrica. En una esquina del centro un grupo de negros salta y grita mientras levanta, en lenguaje xhosa, un mensaje de advertencia para sus contendedores del primer encuentro: los mexicanos. La prueba para nuestro país es inmensa: estará enfrentando a una nación que siente estarse jugando una parte de su historia en este Mundial.

A pesar de que estamos a casi cero grados centígrados en Johannesburgo, en el Orlando Stadium de Soweto, 40 mil aficionados eufóricos, en su mayoría blancos, no paran de gritar y saltar un solo minuto. Hoy, 29 de mayo, todavía no ha arrancado el Mundial, pero como preludio se juega la final del campeonato nacional de rugby entre los Stormers y los Blue Bulls. Por primera vez en la historia se disputa aquí, donde nació la revolución negra sudafricana que venció al apartheid. En este mismo suburbio, el viernes 11 de junio México fue parte de la historia reciente de Sudáfrica al enfrentarse contra su selección de futbol en el partido inaugural.

En esta zona conurbada de Johannesburgo, el 16 de junio de 1976 un grupo de estudiantes negros se levantó en contra del gobierno, en protesta por una ley entonces promulgada, la cual obligaba a las escuelas a impartir 50 por ciento de sus clases en afrikáans, la lengua nativa del grupo étnico que creó el apartheid. La fuerza pública no pudo controlar la situación y disparó contra la multitud ocasionando una masacre. Ésta fue la gota que derramó el vaso y el inicio del final del apartheid. Todo ha cambiado en Sudáfrica desde entonces.

La euforia que raya en la locura toma las tribunas. El sonido ensordecedor de las vuvuzelas, la versión africana de las cornetas utilizadas en los estadios latinoamericanos, y antes prohibidas en los juegos de rugby, resuenan estruendosamente evidenciando la presencia viva de la cultura ruidosa y festiva del África negra. El apartheid no existe más. Los fríos afrikáners que al bailar parecen tener dos pies izquierdos, intentan contagiarse de la vibración colorida y musical.

Años atrás ningún sudafricano blanco hubiera osado entrar al Soweto y mucho menos a su estadio. Todavía hoy, muchos tuvieron que luchar contra sus propios miedos para lograrlo. El Orlando Stadium era el templo del futbol de los negros que rechazaban el rugby por considerarlo una expresión de la violencia opresiva de los blancos. Sólo la pasión desbordada de estos últimos por el deporte pudo acarrearlos masivamente hasta este lugar.

Así lo supo entender Nelson Mandela cuando en 1995 logró reconciliar a todo un país alrededor del equipo sudafricano: los Springboks. El equipo logró coronarse campeón mundial en contra de cualquier pronóstico sensato. Ese día, Tata Mandela, el abuelo de toda la nación, logró con un simple partido de rugby que los enemigos a muerte se abrazaran y cantaran juntos el “Nkosi Sikelel”: el hermoso himno negro que hoy ha sido transformado para incluir las once lenguas más importantes de Sudáfrica. Esta proeza política y deportiva, que guarda tintes casi milagrosos, está descrita de una manera exacta y apasionante en el libro El factor humano de John Carlin, que fue llevado posteriormente al cine por Clint Eastwood con el nombre de Invictus.

En esta tierra donde los blancos eran más blancos y los negros más negros, los colores han perdido, a través del tiempo, su poder separatista. La bandera multicolor de Sudáfrica ahora es sólo una y, bajo ésta, se estará jugando el mundial de fútbol.

EL MUNDIAL EN BLANCO

Los Blue Bulls, el equipo de Pretoria, domina completamente el encuentro y vence a los Stormers 25 a 17. El Orlando Stadium enloquece después del minuto 80. Los afrikáners celebran en Soweto como si fueran negros: saltando y gritando con el alma. Para el sudafricano blanco, el rugby no es sólo un deporte, es un canto a su espíritu guerrero: la recreación del campo de batalla. En el rugby los hombres se reafirman como tales.

Todos los jugadores del equipo ganador son afrikáners y, en su mayoría, de Pretoria. En esta ciudad que hoy es la capital administrativa y ejecutiva del país, fue donde los afrikáners —o Boers como también se suele llamar a este grupo étnico de granjeros errantes, descendientes de colonos holandeses— se asentaron definitivamente después de la Gran Marcha. Una carrera nómada y colonialista que, con justificaciones religiosas, venció y oprimió con terrible crueldad a las diferentes tribus guerreras en su recorrido por el sur del continente.

Los afrikáners sólo representan siete por ciento de la población y han quedado reducidos a una minoría desprovista del poder político tras ser abolido el apartheid. Sin embargo, su influencia política y económica sigue siendo muy importante y, probablemente, vital para el país. Esto lo pudo entender Mandela al abandonar las ideas más radicales de la lucha armada y apelar al corazón, tanto de blancos como de negros, para una reconciliación.

De la población blanca, 70 por ciento son afrikáner y 30 por ciento descienden de los ingleses. A pesar de que durante generaciones han convivido —físicamente no hay diferencias notables— es fácil reconocer a un afrikáner de un sudafricano inglés: su forma de moverse, vestir y hablar los evidencia.

Los afrikáners son gente conservadora y religiosa, defensora de la institución familiar y de sus valores. Son duros emocionalmente, guerreros; pero al mismo tiempo, sentimentales. Aman a su tierra por encima de cualquier cosa y tienen una conexión especial con ella. Es natural ver a niños afrikáners caminando sin zapatos en pleno invierno en un moderno centro comercial. O ver adultos con gracia campesina disfrutar de la comida con las manos. Sus ciudades están diseñadas para no perder el contacto con la tierra; son amplias y generosas y guardan un profundo respeto hacia el paisaje y la naturaleza. Las mujeres son hermosas, de cuerpos fuertes y miradas penetrantes. Los hombres son robustos, de huesos grandes y, casi siempre, brutos en sus modales.

El micromundo de los Afrikáners, hasta ahora, se está abriendo. Existe todavía un profundo desconocimiento de lo que pasa afuera de sus fronteras. Aunque esto está cambiando rápidamente dentro de las generaciones que no conocieron el apartheid. Los jóvenes no logran entender los resentimientos que todavía existen hacia ellos; muchos hasta sienten vergüenza por lo que hicieron sus ancestros.

Sudáfrica es un país en construcción y el proceso no ha sido fácil. Todavía existen problemas de seguridad muy importantes, la distancia cultural y económica entre clases es inmensa y el racismo subsiste en las dos direcciones. El miedo generalizado parece llegar a los límites de una paranoia colectiva. No es difícil encontrar en los bares a jóvenes cargando un arma de fuego en el cinto para su defensa personal.

Algunos culpan a la inclusión social de la población negra —y a los últimos dos gobiernos negros— de todo lo que está ocurriendo en el país. Grupos de extrema derecha como la AWB cobijan este tipo de pensamiento y su discurso se acerca en un fundamentalismo peligroso. Las teorías conspirativas abundan y el éxito del Mundial de futbol podría representar una de sus más fuertes derrotas, tal vez la definitiva. Sin embargo, hay muchos blancos pertenecientes a estos grupos que se están preparando para una guerra civil, la cual según ellos se va a desatar a causa del Mundial.

EL MUNDIAL EN NEGRO

Para el blanco común y, sobre todo el afrikáner, ha sido difícil entender la importancia que tiene el futbol para la población negra. Dentro de su lógica —todavía contaminada por la segregación y por el pequeño mundo que los rodea— consideran al futbol como un deporte inferior.

Lo que es el rugby para los blancos, el futbol lo es para los negros. Desde el apartheid, este deporte se convirtió en una respuesta a la segregación y una forma de identificarse con el resto de África negra. Hoy, en cualquier calle, se ven niños pequeños jugando descalzos, intentando emular a sus jugadores favoritos. La pasión por el futbol crece en los barrios negros, y lenta y tímidamente se está trasladando al mundo blanco.

Antes del campeonato de los Springboks, en el mundial del 1995, la única posibilidad de ver a un negro en un partido de rugby habría sido apoyando al equipo contrario. Actualmente, se les ve en las tribunas gritando por su equipo con la vehemencia y la pasión de cualquier blanco.

El respeto y el reconocimiento del negro a la máxima pasión del afrikáner: el rugby, ha sido uno de los pilares de la reconciliación entre las razas. Hoy es el turno del blanco. La playera del Bafana bafana (como le dicen cariñosamente al equipo) se ve ahora en cualquier esquina y, a diferencia de hace unos meses, su portador puede tener la piel de cualquier color.

Realizar un Mundial en tierras sudafricanas es ya un logro político importantísimo para los negros. El desarrollo y final de este Mundial parece tener una relevancia fundamental para su historia. Ahora es el momento de la población negra y es la oportunidad de los antiguos opresores de respetar y querer el deporte de los que fueron sus enemigos.

Para el pueblo negro no es el primer proceso de reconciliación por el que ha tenido que pasar. Las nueve lenguas que se hablan entre ellos pueden explicar el largo y muchas veces sangriento camino que han tenido que recorrer para convertirse realmente en una nación.

EL MUNDIAL EN TECNICOLOR

Un partido de futbol tiene el poder para ocasionar una guerra, como ocurrió entre Honduras y El Salvador, según lo narró Ryszard Kapuscinski en su crónica La Guerra del Futbol. También puede esquivar guerras civiles o hasta derrocar dictadores. El deporte, como emoción colectiva, puede también tener un inmenso poder cohesivo, como lo entendió Mandela, quien ahora tiene 92 años. Sudáfrica tiene la gran oportunidad de finalizar su gran obra en este Mundial. El país, que apenas empieza a identificarse como tal, se muestra como una nación multirracial: hoy recibe a medio millón de aficionados de todos los colores para celebrar el Mundial Sudáfrica 2010.

Milenio (Mexico)

 


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