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16/06/2010 | Africa - La nueva pasión por el fútbol

John Carlin

En cada esquina de África, millones de personas sueñan con convertirse en Drogba, Essien, Touré o Eto'o. Aquí, el fútbol hermana enemigos y llega a ser hasta instrumento político. Hace veinte años apenas había africanos en las Ligas europeas. Hoy ya representan el 14% de los jugadores extranjeros. Los futuros 'cracks' mundiales se fabrican en lugares como los que lleva retratando desde 1999 el fotógrafo Thomas Hoeffgen.

 

Los Elefantes, la selección de fútbol de Costa de Marfil, han tenido un impacto arrollador en la política interna de su país. Costa de Marfil había sido uno de los países más prósperos y estables de África durante décadas hasta que en 2002 explotó un conflicto entre los musulmanes del norte y los cristianos del sur. Un grupo armado rebelde obtuvo el control del norte, dividiendo el país en dos, hasta que en 2007 se firmó un endeble acuerdo de paz. El capitán de Los Elefantes, Didier Drogba, propuso que una eliminatoria decisiva para el Mundial de Sudáfrica se disputase en el norte del país. Aquel partido, según gran parte de los observadores políticas marfileños, influyó de manera decisiva en el destino del país. El acuerdo, que ha resultado duradero, se selló. Muchas cosas dividían, y siguen dividendo, a las diferentes partes del país, pero el fútbol ha resultado ser el gran cemento de unidad nacional.

No es el único caso africano. Ruanda vivió una de las peores atrocidades del siglo XX en 1994, un genocidio en el sentido real (no el absurdamente desproporcionado, como demasiadas veces ocurre) de la palabra. Un partido hace seis años contra el país vecino de Uganda unió a los dos bandos, genocidas y sobrevivientes, de manera eufórica. También se han visto casos, como en Camerún, de dirigentes déspotas que han utilizado el éxito de sus selecciones como instrumento para consolidarse en el poder.

Lo interesante es saber por qué existe muchas veces una vinculación tan cercana en África entre la política y el fútbol. Y la respuesta es que el fútbol del continente es, como en otros lugares pobres del mundo, el consuelo y la alegría de las multitudes. Es la actividad social que más corazones toca. El fenómeno Nintendo sólo ha llegado a las capas sociales más privilegiadas. El fútbol, el deporte de equipo más democrático que existe, es la principal diversión que ofrece la vida. Es democrático porque es accesible a todos, independientemente del tamaño, raza, religión o nivel económico. Lo pueden jugar bajitos (véase el Barça, el club más admirado del mundo en este momento) y altos, gordos y flacos, blancos y negros. Y no es necesario invertir en un costoso equipamiento. Ni siquiera botas, ni siquiera un balón reglamentario. Una pelota de tenis puede servir o, incluso más habitual en los pueblos africanos, donde la mayoría de los niños juegan descalzos, unas bolsas de plástico bien apretadas y atadas con cuerda o cinta adhesiva.

La superficie donde se juega tampoco tiene que ser de hierba, ni natural ni artificial. Puede ser una calle, un patio, un terreno baldío lleno de piedras (que también pueden servir de balón) o un campo de arena. Escenas de este tipo, llenas de niños concentrados pero sonrientes, se ven a lo largo y ancho de África, desde Marruecos hasta Sudáfrica, de Kenia a Senegal. Las niñas también juegan al fútbol, con más y más frecuencia.

Prácticamente todos entienden las reglas del juego, con lo cual ver partidos en televisión de las grandes Ligas europeas se convierte en una forma de entretenimiento mucho más popular que el cine. Muy pocos tienen sus propios televisores, por eso en los guetos de las ciudades se dan muchos casos de individuos emprendedores que se han conseguido una parabólica y un televisor y, dentro de una choza de madera, se han construido pequeñas salas oscuras, como de cine. Carteles anuncian los grandes partidos que se avecinan de la Premier League inglesa o de la Liga española -o de la Champions- y se cobra la entrada. Esto explica, a su vez, la cantidad de camisetas del Barcelona, del Real Madrid, del Manchester United y del Arsenal que se ven en los rincones más inesperados de África y lo informada que está la gente sobre los pormenores de, por ejemplo, las luchas internas en las directivas de los clubes, sobre los eternos rumores de grandes fichajes veraniegos.

El Mundial de Sudáfrica ha puesto, a su vez, la atención del mundo en el fútbol africano. Y no se trata sólo de los futboleros europeos, varios de cuyos héroes provienen hoy de países como Costa de Marfil (Drogba, del Chelsea, y Yaya Touré, del Barcelona), Camerún (Samuel Eto'o, del Inter de Milán), Ghana (Michael Essien, del Chelsea). También ONG y empresas internacionales, cuyos integrantes no necesariamente tuvieron un interés previo en el fútbol, han descubierto el potencial que tiene el deporte para avanzar sus causas. Desde que Sudáfrica fue nombrada anfitriona del Mundial de este año en 2004, han surgido docenas de organizaciones que utilizan el fútbol como anzuelo para mejorar la educación de los niños africanos y enseñarles a prevenir enfermedades mortales como el sida y la malaria. La ONG alemana Kickfair tiene un proyecto en Kigali, la capital de Ruanda, con el que a través del fútbol intentan también fomentar las condiciones para que las secuelas del genocidio de 1994, en el que murieron casi un millón de personas en cien días, se superen y la paz en aquel país resulte duradera. Nike y Adidas, las dos grandes empresas de ropa deportiva, tienen varios proyectos en el continente que vinculan el fútbol con la guerra contra el sida. La FIFA, el organismo que controla el fútbol internacional, ha dado su apoyo a muchas campañas de esta naturaleza.

Un caso reciente del poder de persuasión que tiene el fútbol se dio en Uganda el mes pasado, cuando el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, y el presidente de Uganda, Yoweri Museveni, participaron durante diez minutos en un partido de fútbol a favor de las víctimas de la guerra que se ha librado durante los últimos 20 años en el norte del país.

Una consecuencia directa de toda esta actividad política, económica y social relacionada con el fútbol ha sido la mejora de las condiciones en las que el deporte se juega en África. Decenas de miles de niños que hace seis años habrían jugado descalzos hoy visten botas y uniformes del mismo nivel que lucen los juveniles de los grandes clubes europeos. Balones de verdad están reemplazando a las bolsas de plástico. Gracias a las donaciones internacionales y, en el caso de Sudáfrica (el país más rico del continente, con diferencia), locales, campos con porterías y líneas trazadas están apareciendo en zonas rurales donde muchas veces la mayoría de la gente está en el desempleo y los afortunados ganan un euro al día.

Ante la mejora de la calidad del fútbol y de los niveles de educación y sanidad, los jugadores de fútbol africanos se volverán más disciplinados, más competitivos y más tácticamente astutos. Hoy, el 14% de los profesionales en las Ligas europeas que provienen de otros países son africanos. Hace 20 años, la cifra era prácticamente cero. En 20 años, el porcentaje será mucho más alto. El Mundial de Sudáfrica marca un hito, un nuevo comienzo para el continente. El futuro del fútbol pertenece a África.

El Pais (Es) (España)

 


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