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21/11/2005 | Un año después: la herencia de Arafat

Barry Rubin

Yasir Arafat murió hace un año, el 11 de noviembre del 2004, pero su legado permanece como una fuerza muy poderosa en la política palestina. De hecho, el colapso del movimiento nacional palestino se debe directamente al modo en que Arafat lo construyó y gestionó durante sus casi cuatro décadas al mando

 

Según cualquier rasero, Arafat tuvo una carrera notable. En toda la historia moderna, ningún terrorista ha tenido tan buena prensa o ha sido internacionalmente honrado en su funeral. Más allá de esto, el legado de Arafat afecta al mundo entero. En un sentido muy real, él era el padrino de los movimientos radicales nacidos en Oriente Medio que han llevado a una nueva era de terrorismo global.

Desde los años setenta, los funcionarios americanos se llamaban “el terrorista de teflón” . Arafat explotaba el optimismo a ultranza de que podía obtenerse la paz fácilmente con que sólo se le hicieron concesiones, o su vanidad de que él era el único que podía solucionar el gran problema de Oriente Medio con que sólo se fuera agradable con él. Demostró lo fácil que es engañar al Occidente bienintencionado y lo rápidamente que olvidaban lo que él había hecho la última vez. Arafat fue capaz de darse la imagen de ser políticamente progresista, lo que le permitió intimidar a su propio pueblo, ignorar su pobreza, perpetuar ultrajantes teorías conspiratorias y animar la corrupción sin que nada de ello jugase en su contra de cara a la izquierda occidental. De hecho, las encuestas de opinión mostraban que en el momento de su muerte, Arafat era más popular en Francia que entre los palestinos.

Hasta el final, los muchos que alababan a Arafat -- muchos más de lejos en Occidente que en el propio mundo árabe, hecho de gran significado - le encontraban admirable principalmente debido a tres cualidades. Se decía un nacionalista que lideraba y representaba a su propio pueblo; que era querido por él, el símbolo de su lucha; que era personalmente un individuo valiente y defensor del oprimido.

En realidad, Arafat nunca fue un nacionalista verdadero - si definimos nacionalista como alguien cuya prioridad es obtener un estado independiente y mejorar la situación de su pueblo. La intoxicación con la revolución y el mito de la victoria total, no el bienestar de los palestinos, era lo que le motivaba. Hacia finales de los años 70, ya había creado un movimiento que podría haber obtenido un estado en el contexto del acuerdo de paz Egipto-Israel en Camp David y en diversas ocasiones posteriores, si hubiera moderado sus objetivos y tácticas.

En 1993, al firmar los Acuerdos de Oslo, persuadió a muchos de que estaba preparado para un compromiso de paz. Y volvió a su patria para convertirse en el gerente de la Autoridad Palestina (PA), que parecía determinada a lograr un estado. Pero aún así, como gobernante de 2 millones de palestinos, no hizo nada por beneficiarlos materialmente. La economía, la educación, la salud u otros temas carecían de interés para él. Y en el 2000 rechazó, en Camp David y en el plan de Clinton, dos oportunidades de lograr un estado y poner fin a la presencia israelí. El lugar de eso, Arafat volvió a la guerra, creyendo aún que la violencia lograría sus objetivos. El resultado ha sido cuatro años de derramamiento de sangre y las muertes sin sentido de bastantes centenares de personas. Hacia el final de esa edad, y rechazando taxativamente ponerle fin, Arafat murió.

Pero la historia de Arafat está lejos de haber terminado. Ha dejado una herencia venenosa al movimiento palestino. La ausencia de líderes palestinos eficaces que le sucedan o de instituciones para gobernar es atribuible directamente al rechazo por parte de Arafat a nombrar un sucesor o a permitir cualquier alternativa a su propio poder personal. Al rechazar subordinar los múltiples movimientos, facciones y milicias que compiten por el poder y el botín, Arafat garantizó la presente anarquía. El ascenso de Hamas no se debe solamente al rechazo por parte de Arafat de combatirlo, sino también a su utilización de Hamas como fuerza terrorista contra Israel. La presente anarquía en la Franja de Gaza descansa sobre los cimientos de barro levantados por Arafat.

Las mismas ideas pueden hacerse respecto al presente fundamentalismo del movimiento. Fue a Arafat quien continuó la reunificación de la violencia, la demonización de Israel, y la representación de la moderación como traición en el siglo XXI. Cuando los hombres armados de las Brigadas de los Mártires de al-Aksa de Fatah, o incluso los de Hamas, dicen estar siguiendo la línea política de Arafat, están en lo cierto. Su aceptación nominal de la paz en Camp David no fue implementada, mientras que sus colegas más cercanos en el movimiento continuaron la estrategia de glorificar el terrorismo e insistir en que la única solución satisfactoria sería la destrucción de Israel.

Cuando rascas la superficie más allá de todos los detalles y sucesos diarios, lo que está claro es que el movimiento nacional palestino está dividido en líderes sectarios, facciones y grupos. Los pistoleros hacen lo que quieren, los señores de la guerra dividen el poder en diferentes secciones del West Bank y la Franja de Gaza. No hay motivo para creer que Abú Mazén vaya a tomar nunca el control. La directiva palestina está paralizada - algunos tienen miedo de intentarlo, otros no quieren - ante cualquier posibilidad de un compromiso de paz con Israel. Incluso el apoyo internacional está en declive. Mientras que los islamistas de Hamas probablemente tomen el control, se dirigen hacia una situación de casi igual poder que los nacionalistas de Fatah.

En fin, la situación palestina es un desastre terrible sin ninguna pista de cómo puede solucionarse. Éste colapso y catástrofe se debe en gran medida a los métodos y políticas de Arafat. Esta es la ironía de su vida y su memoria: Arafat creó y levantó el movimiento, pero sembró las semillas de su fracaso y quizá hasta de su destrucción.

Barry Rubin es el director del Global Research in International Affairs (GLORIA), centro asociado del Instituto de Investigación de Política Exterior. Es coautor junto con Colp Rubin del recién publicado Odiar a América: la historia (Oxford University Press).

El Reloj (Israel)

 



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