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15/08/2010 | Venezuela - Colombia - Acto de fe

Revista Semana Staff

Restablecer las relaciones con Venezuela era un paso necesario, pero el apretón de manos es solo el comienzo de un camino lleno de espinas.

 

El encuentro de los presidentes Juan Manuel Santos y Hugo Chávez el martes pasado en San Pedro Alejandrino estuvo rodeado de una extraña combinación de alegría y escepticismo. Estados Unidos, Francia y Brasil encabezaron una lista larga de países y organismos internacionales que expresaron su beneplácito por la reapertura de las relaciones diplomáticas que Venezuela había roto el 22 de julio. En ambas naciones la mayoría de las opiniones le dieron la bienvenida a la cumbre presidencial que se presentó como una etapa que doblará la página de tensiones, conflictos y rupturas de los últimos años. En Colombia se unieron al coro columnistas y líderes que no forman parte de la corriente que llevó a Santos a su victoria electoral.

La euforia, sin embargo, estuvo también acompañada de escepticismo. La aparente contradicción se explica porque el banderazo hacia una nueva etapa estuvo en manos de Santos y Chávez, tal vez las dos personas que a lado y lado de la frontera han utilizado el discurso más radical y agresivo contra el vecino. El día del encuentro en Santa Marta, por las redes sociales de Internet circuló un artículo escrito por Juan Manuel Santos en 2004, en la revista Diners, que, bajo el título "Arde Venezuela… y puede quemar a Colombia", hacía una feroz crítica al carácter antidemocrático del régimen bolivariano y a sus intenciones armamentistas. En la otra cara de la moneda, al día siguiente en el programa La Noche, de RCN, dirigido por Claudia Gurisatti, se repitieron los videos de varias declaraciones de Chávez en los últimos años en favor de las Farc. En uno aceptó una petición de un grupo de seguidores para guardar un minuto de silencio por 'Raúl Reyes' y en otros aparece insistiendo en que Colombia les reconozca a las Farc un estatus de beligerancia.

Chávez, el mandatario que ha hablado de guerra, que ha movilizado tropas a la frontera y que en la pasada campaña electoral dijo que "Santos es el peor de los candidatos", llegó a Santa Marta a normalizar las relaciones con el ex ministro de Defensa que lideró el bombardeo contra Reyes en Ecuador y que fue el arquitecto de la negociación del acuerdo de cooperación militar con Estados Unidos. Es decir, el artífice de dos de los hechos que más complicaron las relaciones bilaterales en los últimos años. Por eso es toda una rareza que el primer encuentro Santos-Chávez haya sido recibido con tanto optimismo.

Durante los ocho años de la era Uribe, además, hubo varias oportunidades en las que los presidentes se reunieron en atmósferas igualmente promisorias. Si algo caracterizó las relaciones entre Bogotá y Caracas en ese tiempo fue el sube y baja continuo alimentado por las desconfianzas y susceptibilidades mutuas: la de Colombia, por el apoyo de Chávez a la guerrilla, y la de Venezuela, por la alianza del gobierno Uribe con Estados Unidos en contra de la Revolución bolivariana. ¿Qué garantiza que la buena energía que se vio en Santa Marta no será pasajera? ¿Se esfumaron en un instante las desconfianzas y temores? ¿Se le puede creer a un personaje como Chávez? ¿Cambiará algo o fueron solo fuegos de artificio?

En el corto plazo, Juan Manuel Santos y Hugo Chávez tienen, cada uno, intereses muy poderosos que se favorecen con el restablecimiento de las relaciones. El Presidente de Colombia acaba de tomar posesión de su cargo con una agenda ambiciosa de transformación institucional y modernización: el "nuevo amanecer" al que aludió en su discurso de posesión. Enfrascarse en un conflicto impredecible con Venezuela lo obligaría a concentrar la atención de su gobierno en tan delicado lío durante los cruciales 100 primeros días del cuatrienio, que se consideran un test clave sobre la viabilidad del programa de reformas.

En el frente externo, a Santos -un pragmático por naturaleza- le conviene buscar un esquema que lo libere de las concepciones ideológicas radicales y que no lo enfrasque en un juego de alianzas con el antichavismo que lo aísla de un grupo significativo en la región que simpatiza con Chávez -como los países del Alba-, que prefiere vínculos amistosos -como Brasil- o que lo trata con indiferencia -como Chile.

En lo bilateral, el enfrentamiento ha impedido una cooperación entre Bogotá y Caracas para enfrentar a la guerrilla, a los paramilitares y al narcotráfico, que utilizan la frontera como burladero. El comercio ha colapsado el 80 por ciento y hay una deuda pendiente de 800 millones de dólares a favor de empresarios nacionales, que Venezuela no ha pagado.

La tensión colombo-venezolana se ha convertido, además, en un asunto que aleja a otros países de la región que no quieren tomar partido. La distensión con Venezuela abre espacios para desamarrar la política exterior y estrechar vínculos con otros actores fundamentales en las Américas y en otros continentes. Y es una pieza coherente con los rápidos movimientos de los inicios de la administración Santos dirigidos a aliviar conflictos heredados con Ecuador, en el plano externo, y suavizar las relaciones con la oposición y las Cortes, en el campo interno.

A Hugo Chávez el viraje también le viene como anillo al dedo. Los últimos meses han sido los más difíciles de su larga presidencia de 11 años. El ex ministro de Hacienda Guillermo Perry hizo esta semana una presentación en Fedesarrollo según la cual la economía caerá este año un 3,4 por ciento, con la inflación más alta del continente, superior al 30 por ciento, y graves problemas estructurales en la industria petrolera, columna vertebral de la economía. El malestar social ha hecho que descienda la popularidad del mandatario a niveles que rondan el 40 por ciento, el punto más bajo desde que llegó al poder. John R. Thompson, investigador y periodista estadounidense que visitó Venezuela durante tres semanas, considera que "es posible que los problemas económicos que Venezuela enfrenta pongan fin pronto a los 11 años de desgobierno de Chávez".

La oposición venezolana tiene altas expectativas de que en las elecciones legislativas previstas para el 26 de septiembre se puede acercar a un 50 por ciento, para lanzar a partir de ese punto una estrategia política para triunfar en las presidenciales de 2013. No es el mejor momento para un conflicto con Colombia, y no es claro que la opinión pública reciba con simpatía la retórica anticolombiana. Teodoro Petkoff, ex ministro y director del periódico Tal Cual, dijo en entrevista con RCN, que "la opinión está tan polarizada que ni los chavistas van a dejar de ser chavistas ni los antichavistas van a dejar de ser antichavistas por el tema de Colombia".

En cambio, los dos presidentes seguramente aprendieron lecciones después de haber llegado al punto límite de la ruptura de las relaciones. El malestar entre la población de frontera, la presión internacional y los riesgos de un conflicto no son realidades cómodas para ningún gobierno. Tampoco es cierto que la caída del comercio, de 7.000 millones de dólares en 2008 a casi 1.000 millones en 2010, no tiene consecuencias nefastas a lado y lado de la frontera. El desabastecimiento de productos esenciales en Venezuela golpea la dieta diaria de millones de personas. Y en Colombia, si bien el valor total de las exportaciones ha aumentado, eso se debe a los buenos precios del petróleo y del carbón y al incremento de las ventas a Estados Unidos, pero las pequeñas y medianas compañías que trabajaban para el mercado del país vecino están duramente golpeadas porque difícilmente podrían llevar sus productos a otros países diferentes a Venezuela. Se calcula que la crisis con Chávez ha dejado más de 500.000 desempleados.

Pero la cumbre Santos-Chávez no solo se diferencia de otras anteriores por la situación coyuntural de los dos países. La apuesta también radica en un cambio en los conceptos y formas que se utilizarán a partir de ahora para el tratamiento de los asuntos bilaterales. Los cancilleres María Ángela Holguín y Nicolás Maduro, con presencia del ex presidente de Argentina Néstor Kirchner, quien ejerce el cargo de secretario general de Unasur, diseñaron un mecanismo para diversificar la agenda y canalizar futuros desencuentros a través de instrumentos discretos y diplomáticos. Habrá cinco nuevas comisiones sobre seguridad, infraestructura, comercio, pago de las deudas pendientes y atención a la población fronteriza. Su composición, funciones y métodos de trabajo serán negociados en una reunión de cancilleres que tendrá lugar en Caracas el próximo viernes.

Todo indica que los gobiernos de Juan Manuel Santos y Hugo Chávez tienen la voluntad política necesaria para doblar la página de tensiones de los últimos temas y para sacarle el máximo provecho a la oportunidad que se abrió, con el cambio de gobierno en Colombia, de renovar interlocutores, dejar a un lado heridas abiertas y revisar el panorama institucional de las relaciones.

En el punto de partida, ambos lados hicieron concesiones. Chávez aceptó que no tiene ningún papel que desempeñar en el manejo de la política de Colombia frente a la guerrilla y que el tratado de cooperación militar con Estados Unidos es un asunto de soberanía. Colombia, por su parte, que siempre había insistido en vincular a la OEA para facilitar el manejo de las tensiones con Chávez, aceptó el acercamiento de Unasur y de su secretario general, que hasta ahora eran vistos con mayor simpatía en Venezuela.

La gran pregunta es si los acuerdos de San Pedro Alejandrino serán efectivos para enfrentar los tres grandes problemas que han dañado las relaciones entre Colombia y Venezuela en los últimos años: la desconfianza mutua, la alianza de Colombia con Estados Unidos y el apoyo de Chávez a la guerrilla colombiana.

En cuanto al primer punto, el de la confianza, hay una tendencia a evitar la búsqueda de una 'química personal' y reemplazarla por una especie de seguridad institucional. Santos y Chávez conocen sus respectivos pasados y sus posiciones políticas y no aspiran a coincidencias falsas. Colombia tiene un discurso renovado en política exterior que no se limita a la alianza especial con Estados Unidos y que la pretende acercar más a América Latina. Ese mensaje explica en buena medida el tono conciliador de Chávez. Por su parte, a Santos le tranquiliza que lo pactado con su colega venezolano tuvo como garante a Unasur. Si Chávez incumple, pagará un precio en sus relaciones con Brasil y Argentina, que son países de gran importancia para Venezuela. No menos valiosa ha sido la intervención de Cuba y del propio Fidel Castro, a quien Chávez considera su maestro, con llamados a la mejoría en las relaciones.

El punto del acuerdo colombo-estadounidense que permite el uso de bases militares por parte de militares gringos pasó a un segundo plano. Santos y Chávez saben que es probable que la Corte Constitucional lo tumbe, lo envíe al Congreso u obligue a su renegociación. El mandatario venezolano le quitó importancia al tema durante la rueda de prensa del martes, y es muy probable que su actitud no se deba a que cambió de posición sino a que conoce la información que se ha filtrado en los medios colombianos sobre la ponencia del magistrado Jorge Iván Pulido, que al parecer es negativa. En todo caso, al menos por ahora, Chávez envainó la espada que había sacado hace un año cuando congeló las relaciones en protesta por la firma del acuerdo.

Y finalmente está el complejo tema del apoyo de Chávez a las Farc. Las pruebas que presentó Colombia ante el Consejo Permanente de la OEA corroboran informaciones que se habían conocido en forma parcial, que demuestran que hay guerrilleros colombianos en Venezuela y que la guerrilla utiliza su territorio como retaguardia estratégica.

Sobre esa relación, inaceptable para Colombia bajo el gobierno Uribe o en la administración Santos, no cabe duda alguna. Lo que podría abrirse ahora es la posibilidad de que Chávez deje a un lado su apoyo explícito a las Farc y al ELN, para lograr a cambio una mejor relación con el gobierno de Juan Manuel Santos y para evitar problemas con otros países latinoamericanos. Esa hipótesis no es descartable y se refuerza con declaraciones de Chávez durante el fin de semana, en las que dijo que "la guerrilla colombiana no tiene futuro por la vía de las armas" y en las que les pidió a las Farc la liberación de todos los secuestrados. Según Petkoff, "esas declaraciones hay que tomarlas en serio".

Pero si el apoyo de los últimos años está comprobado y la disposición a abandonarlo es una opción, es muy poco probable que el gobierno vecino lance una campaña militar para combatir a la guerrilla colombiana o para sacarla de su territorio. Esa sería la opción aceptable para Colombia, pero no encuentra en Venezuela ni la voluntad política ni la capacidad militar. La comisión creada por los presidentes, que será encabezada por los ministros de Defensa, desempeñará un papel definitivo en la solución de este tema, que sin duda seguirá siendo el de mayor potencial para torpedear el esquema acordado en Santa Marta.

Y habrá otros inconvenientes de tipo político. La experiencia obliga a mirar con cautela lo que se puede esperar de Hugo Chávez, un mandatario de opinión volátil que se deja llevar por las emociones. Santos, por su parte, enfrenta una opinión pública radicalmente antichavista, en la que el uribismo pura sangre -columna vertebral de su victoria electoral- no simpatiza con la diplomacia a la que decidió jugarle. Se sabe que al nuevo Presidente le gustan las apuestas en grande, aunque impliquen riesgos, y su política hacia la Venezuela de Chávez es típica de ese talante. Por ahora, es un acto de fe.

Revista Semana (Colombia)

 


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