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06/09/2010 | EE.UU. - Obama, ante el abismo electoral

Marc Bassets

Con los sondeos en contra.Las legislativas se plantean como un referéndum sobre la frágil economía.La desconexión del presidente con una parte del país daña a los demócratas. Bill Clinton perdió las legislativas de 1994, pero después ganó las presidenciales. Freno al cambio:Una derrota obligaría a la Casa Blanca a corregir el curso de las reformas.

 

El pánico se adueña de los demócratas. De nada ha servido lo que tenía que ser el verano de la recuperación, en el que los parados debían volver a trabajar y los estadounidenses a ver el futuro con optimismo gracias a las políticas económicas de Barack Obama. De nada ha servido que el presidente se apuntase éxitos políticos inesperados, como la reforma de la sanidad y la del sistema financiero. 

La ola de esperanza que acompañó la llegada del primer afroamericano a la Casa Blanca en enero del 2009 se ha tornado en apatía, en disgusto, a veces en miedo, en hostilidad.

El lunes, el día del trabajo pone fin mañana al verano. Y el martes comienza la cuenta atrás para unas elecciones legislativas y estatales que pueden modificar el paisaje político de la primera potencia mundial. El 2 de noviembre, los estadounidenses están llamados a renovar los 435 escaños de la Cámara de Representantes y 37 de los cien escaños del Senado. Además, elegirán a 37 de los 50 gobernadores del país. Quedan casi dos meses de campaña, y todo puede cambiar, pero hoy por hoy los sondeos pronostican que los demócratas de Obama perderán el control de la Cámara y quizá del Senado.

"Comparado con esto, lo de 1994 parecerá un picnic dominical". Habla Mike Lee, candidato republicano a senador por Utah, ante una multitud entusiasta en un teatro del centro de Washington. Cuando dice "1994" alude al año en que los republicanos tomaron el Congreso y obligaron al presidente demócrata Bill Clinton a girar a la derecha. El mitin, organizado por Freedom Works, un grupo de activistas afines al movimiento anti establishment y anti-Obama tea-party,tiene por objetivo movilizar voluntarios ante las elecciones. Por el escenario desfilan candidatos republicanos que han recibido el apoyo del tea-party,la fuerza minoritaria pero influyente que en el último año y medio ha propulsado la oposición al presidente. "He venido a anunciar que Barack Obama será un presidente de un solo mandato", proclama entre aplausos la congresista de Minnesota y líder de la facción tea-party en el Capitolio, Michele Bachmann.

Una victoria republicana en la Cámara, aunque los demócratas mantuvieran la precaria mayoría actual en el Senado, pondría freno al programa de reformas de Obama. No sólo porque los republicanos intentarán revocar la reforma sanitaria. Quizá no lo logren, pero en todo caso Barack Obama tendrá que olvidarse de promover nuevas iniciativas que huelan aunque sea remotamente a intervencionismo o a un modelo social europeo. En los últimos meses, con la mayoría menguada en el Senado y el temor de los legisladores a la desafección de los votantes, la Casa Blanca ya se ha visto obligada a aparcar promesas como la ley de inmigración y la ley energética y medioambiental.

Uno de los problemas de los demócratas es la escasa movilización de la base que catapultó a Obama en las presidenciales del 2008. El votante centrista duda de que la política económica del presidente haya servido para algo, y teme el déficit descontrolado. Los jóvenes se sienten menos identificados con el Partido Demócrata que hace dos años. Los hispanos están decepcionados por la parálisis de la reforma migratoria. Aunque los republicanos no son más populares que los demócratas, sus bases, descontentas con un presidente al que no acaban de aceptar, y al que consideran desconectado de la América real, están más motivadas.

En los próximos días Obama quiere pasar a la ofensiva con varios discursos y una rueda de prensa sobre la economía. El problema de los demócratas es que, pesea que probablemente los estímulos fiscales hayan evitado un recesión más grave y un paro aún más elevado, el ciudadano apenas lo nota. La impresión de una parte del electorado es que el presidente ha perdido un año enredándose en proyectos como la reforma sanitaria en vez de centrarse en el empleo. Las legislativas serán un referéndum sobre la economía. Y, aunque en realidad son elecciones locales - cada estado y circunscripción elige a sus representantes-también lo serán sobre el establishment - demócrata y republicano-y sobre Obama.

Si los demócratas no consiguen el milagro, en noviembre comenzará otra presidencia, con un nuevo Obama, probablemente menos ambicioso que el original. Más centrista y menos demócrata. Los apologistas de la cohabitación sostienen que el reparto del poder entre la Casa Blanca y el Capitolio representa mejor que el dominio de un solo partido los equilibrios políticos de EE.UU. También es cierto que es habitual que el electorado aproveche las elecciones de medio mandato para corregir la elección presidencial de dos años antes, y que una derrota en las legislativas no tiene por qué anticipar una derrota en las siguientes presidenciales: Clinton ganó con comodidad en 1996 después del revés de 1994. Sin embargo, no resulta fácil imaginar qué puntos de encuentro puede hallar Obama con el Partido Republicano actual, derechizado por la presión del movimiento tea-party y cuya estrategia desde que Obama sustituyó a George W. Bush ha sido el bloqueo casi sistemático.

"Los candidatos republicanos se sitúan en la extrema derecha del espectro político", señala, en una rueda de prensa, Chris van Hollen, congresista de Maryland y presidente del Comité Demócrata para la Campaña al Congreso. "Están fuera de sintonía con sus distritos". La esperanza demócrata es que los candidatos apoyados por el tea-party y escorados a la derecha asusten al votante centrista y no afiliado con ningún partido, que suele decantar las elecciones. De ahí que muchos candidatos demócratas planteen la campaña no tanto exhibiendo el balance de Obama - del que, al contrario, quieren desentenderse-sino resaltando el extremismo republicano y la culpa del ex presidente Bush en el paro y el estancamiento. "Ya están descorchando el champán - dice Van Hollen-. Y es prematuro".

DC - Pugna identitaria en la capital: El alcalde ve peligrar la reelección por la decepción de los afroamericanos

Cuando en 1971 Hunter Thompson, padre del periodismo canalla, se instaló en Washington para cubrir la campaña presidencial, le llamó la atención algo que suele sorprender a los recién llegados: la capital de EE. UU. es una ciudad racialmente dividida. Los blancos viven mayoritariamente en los barrios ricos del noroeste, y los afroamericanos en los del este y sudeste, donde hay más paro, más pobreza y más violencia.

"La verdad simple y contundente es que Washington es principalmente una Ciudad Negra y que, por tanto, la mayoría de los crímenes los cometen los negros. No siempre contra los blancos, pero con la suficiente frecuencia como para poner nerviosa a la población blanca relativamente rica en sus contactos sociales fortuitos con sus conciudadanos negros", escribió Thompson.

En 40 años las cosas han cambiado. Las relaciones raciales no son lo que eran entonces, cuando EE.UU. empezaba a dejar atrás la segregación. El Washington de ahora es más diverso. Entonces el 72% de washingtonianos eran negros. Ahora son el 54% y, según las previsiones, dejarán de ser mayoría en torno al 2020. El aburguesamiento y emblanquecimiento de barrios populares ha alterado los equilibrios raciales.

La identidad negra de la capital - la ciudad semioculta tras la oficial, la de la Casa Blanca, el Capitolio, los lobbies, la comunidad periodística y diplomática-corre peligro. Y está en el centro de la campaña para la alcaldía. Las primarias demócratas del 14 de septiembre seguramente decidirán el alcalde. El alcalde desde el 2007, Adrian Fenty, de 39 años, ve amenazada la reelección por Vicent Gray, de 67 años. Fenty, como Obama, es hijo de un negro y una blanca. Gray es afroamericano.

La mayoría de los votantes reconoce a Fenty - un político de la generación posterior a las luchas de los derechos civiles, como Barack Obama-los esfuerzos por transformar la ciudad: reducción de la criminalidad, mejora de la limpieza y una revolución en la escuela pública que se ha convertido en modelo nacional. Pero los sondeos pronostican una victoria con más de diez puntos de ventaja para Gray, actual presidente de la Cámara legislativa local.

El alcalde está perdiendo el voto negro. Muchos lo consideran demasiado tecnocrático, demasiado implacable en su ansia reformista. Demasiado blanco. Seis de cada diez afroamericanos creen que sólo le preocupan los washingtonianos de clase media alta. Y le reprochan que haya colocado a blancos en los cargos de más peso. Sobre todo, creen que es un cómplice de la expulsión de los afroamericanos de los barrios más céntricos. De la pérdida de identidad de Washington.

Sábado, ocho de la mañana en un barrio acomodado en el noroeste de la ciudad. Fenty hace campaña en un mercadillo. Recuerda su compromiso de gestionar la ciudad como una empresa: precisamente lo que irrita a muchos conciudadanos. Medio centenar de personas le aplauden, casi todas blancas. Una de las pocas afroamericanas grita: "¡No queremos volver a los años de Barry!".

Se refiere a Marion Barry, el carismático alcalde que sucumbió entre escándalos de drogas y prostitución. Barry procedía del movimiento de los derechos civiles. Gray, más cercano que Fenty a la comunidad negra, ha repudiado a Barry, pero la campaña de Washington es una batalla generacional, entre la generación Obama y la que vivió la segregación y participó en las luchas de los años sesenta por la igualdad.

La Vanguardia (España)

 


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