Las “etiquetas” sobre “lo femenino” incluyen también al ámbito criminal. Pensar que las mujeres son menos propensas a delinquir sólo por su condición de género es prejuicioso. Para los especialistas “es obvio” que aumente su participación dentro de los cárteles. De cualquier forma, el dato entraña gravedad, pues significa que las condiciones de violencia y de falta de oportunidades se han mantenido o profundizado al grado de que sus consecuencias se extendieron ya hacia nuevos sectores. ¿Quién hubiera pensado hace dos décadas que niños venderían droga a sus compañeros de escuela? Y sin embargo, ahora sabemos que pueden hacerlo. Es cuestión de tiempo cuando están inmersos en un ambiente donde domina el narcomenudeo. Lo mismo aplica para las mujeres.

No hay política policiaca que pueda impedir el entrelazamiento de una mujer con las mafias cuando se trata de una madre sin empleo cuyo esposo murió en una balacera. Tal vez ella —ejemplo de nobleza— prefiera limpiar pisos por un salario mínimo antes que dañar a otras personas en la delincuencia. Sin embargo, las posibilidades de que eso ocurra serán cada vez menores mientras sus condiciones se mantengan. El Estado mexicano no debería confiar sólo en la decencia de sus ciudadanos, sino brindarles opciones para que no caigan en dicha alternativa.

Hay mucha diferencia entre trabajar 16 horas al día en una maquiladora por 80 pesos diarios, que 12 horas por 200. Sigue siendo un trabajo mal pagado, pero hace la diferencia entre la sobrevivencia y la dignidad. Bajo la segunda circunstancia será mucho más difícil que una mujer opte por el crimen organizado, aunque vender droga implique ganar 10 veces más dinero.

Un secuestrador seguirá siéndolo con o sin política social, por eso es fundamental tener policías profesionales y bien armados. Un ama de casa será narcomenudista con o sin Ejército en las calles, mientras sus opciones de desarrollo permanezcan cerradas. Por eso es importante que la lucha contra el crimen sea mucho más que operativos y sentencias penales.