Las recurrentes crisis económicas, el fracaso del mundo para estrechar las diferencias sociales entre el primero y el tercero, el cuarto y el quinto mundos y, al mismo tiempo, el desarrollo de las comunicaciones y medios de transportación, han puesto a los países desarrollados o de tránsito a ellos en un dilema complicadísimo.
Por si esto fuera poco, las grandes mafias del crimen organizado, tanto en América como en Europa, han entrado al negocio de la trata de personas. En México, por ejemplo, desde hace años, el coyote o pollero pequeño, y la organización mediana dedicada únicamente al paso de personas indocumentadas al otro lado, ha sido sustituida por las organizaciones de tráfico de estupefacientes, mejor armadas y organizadas que aquellos pequeños empresarios de la trata. En Europa, aunque no solamente allí, migración y crimen se ha asociado también con la trata de mujeres para el comercio sexual.
Pero el asunto de las minorías no se restringe al de los migrantes sino al de las minorías nacionales, tema que vuelve al debate público con fuerza. En Francia, por supuesto, por la prohibición de la Burka, pero también en España con el País Vasco o las revividas discusiones sobre el estatuto de Catalunya. O en Chile, con los mapuches.
En 1990, la ONU emitió la declaración de derechos de estas minorías que dice, entre otras, cosas que tienen:
• Derecho a disfrutar de su propia cultura, a profesar y practicar su propia religión y a utilizar su propio idioma, sin ser objeto de ningún tipo de discriminación.
• Derecho a participar efectivamente en la vida cultural, religiosa, social, económica y pública.
• Derecho a participar en las decisiones que se adopten respecto a la minoría a la que pertenezcan.
• Derecho a establecer y mantener sus propias asociaciones.
• Derecho a mantener contactos libres y pacíficos con otros miembros de su grupo o con personas pertenecientes a otras minorías.
Y en medio de todo esto, la política y los políticos que ahora quieren sacar ventaja de la situación. En esas anda el presidente francés Nicolas Sarkozy, que ha decidido terminar con los campamentos gitanos en su país ante el azoro, la protesta y algunas complicidades de la Europa del siglo XXI.
El asunto de los derechos de las minorías tiñó de sangre el siglo XX y provocó atrocidades como el Holocausto. Por lo visto, un siglo después, no se ha podido resolver con inteligencia, tolerancia y política.
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