Aunque el país crece por la actividad manufacturera, tampoco escapa a la desindustrialización. Ciudades que vivían de una actividad deben ser repensadas cuando ese sector desaparece sin recambio.
Según el
Global Entrepreneurship Monitor que
analiza ese parámetro a nivel global, Alemania ocupa el puesto quince
entre las veinte economías más innovadoras. Además, sufre una creciente
competencia de Asia Oriental, donde China ya registra anualmente más patentes
que Alemania. Su pilar económico no es la innovación sino la producción
industrial tradicional - cuyo tejido pesa mucho más en la economía que el de
Estados Unidos o el Reino Unido-que da trabajo a unos cinco millones de
personas. El grueso de los 128.000 millones que dedicó a innovación en el 2008
se lo llevó el sector del automóvil, su primer sector industrial seguido de la
maquinaria, la alimentación, la química y la electrónica.
Siendo
el país más industrial entre los más desarrollados, el país no escapa a la
tendencia general de desindustrialización, como evidencia la evolución de su
estructura socioeconómica. En los dieciocho años que van de 1991 a 2009, la
población activa ocupada en el sector servicios ha aumentado del 59% al 73%,
mientras que los empleados en la producción, sin contar la construcción, han
bajado diez puntos, del 29% al 19%. La mayoría de los 410.000 alemanes que el
año pasado iniciaron su propio negocio, lo hicieron en el sector servicios.
La mala
gestión económica de la, políticamente exitosa, reunificación nacional de 1990,
desembocó en una drástica desindustrialización del Este que fue mucho más allá
de lo deseable. En el espacio de la ex RDA se acabó con el 70% de los empleos
industriales y casi cuatro millones de puestos de trabajo. Grandes zonas son
hoy verdaderos desiertos industriales y la emigración ha reducido a la mitad la
población de algunas ciudades, obligando a acometer grandes programas de
demolición del alrededor de un millón de viviendas que han quedado vacías. Pero
el fenómeno se esta viviendo también en Alemania del Oeste.
En
Pirmasens (Renania-Palatinado) ha sido la desaparición del sector del calzado,
en Selm la porcelana, en Bremerhaven el puerto y los astilleros. Ciudades que
vivían de una actividad, pierden su sentido o deben ser repensadas, cuando ese
sector desaparece sin recambio. El caso más flagrante es el de la cuenca del
Ruhr antigua primera región industrial europea, del carbón y el acero.
Hoy
quedan 30.000 mineros donde antes había medio millón. Perderán su trabajo en
dos años, cuando cierre la última mina. La siderurgia que empleaba a 300.000,
sólo da trabajo a 50.000. Dos terceras partes del trabajo del Ruhr, cuarta
aglomeración urbana de Europa con siete millones de habitantes, se lo lleva el
sector servicios. En algunos lugares los cuadros de 20% de paro y de emigración
hacia las regiones más boyantes como Baden-Württemberg, recrean una situación
que se pensaba exclusiva de Alemania del Este.
Más allá
de la mejor o peor gestión del fenómeno, la desindustrialización es un vector
de los tiempos. En el XIX la gente vivía en el campo y marchó a la ciudad, lo
que lo transformó todo. Ahora pasa algo parecido: ciudades y sectores que antes
eran importantes se hacen irrelevantes o desaparecen del mapa, porque nadie las
necesita, explica el arquitecto berlinés Wolfgang Kil, estudioso del actual
proceso de desindustrialización alemán. De alguna forma este vector
postindustrial anticipa un modo de vivir más modesto y tranquilo, con menos
consumo, menos tráfico rodado (y más eléctrico), menos combustible fósil, una
población más envejecida, mayor protagonismo del mercado local en el
aprovisionamiento y nuevas redes de intercambio comercial y prestación de
servicios.