De la misma manera que Hugo Chávez aprovechó su lamentable actuación en el golpe de estado que planificó y ejecutó el 4 de febrero de 1992, para transformar una humillante derrota militar en una victoria política, esa parte de la sociedad venezolana que se resiste a obedecerlo ha convertido las elecciones legislativas, celebradas el pasado 4 de diciembre, en un escenario de denuncia a través del cual la opinión pública internacional ha podido constatar los pilares en los que se apoya el proyecto político chavista: populismo exacerbado, culto a la personalidad, militarización de la sociedad, corrupción e intimidación en un entorno de instituciones sumisas y desacreditadas.

La composición monocolor de la nueva Asamblea Nacional salida de unos comicios en los que votó sólo el 25% de la población, según cifras oficiales poco fiables (Súmate habla de 17,7% de participación), permite la consolidación de una dictadura legal pero a una velocidad menor a la que llegan a reconocer los jerarcas del régimen, ya que el déficit de legitimidad democrática del nuevo parlamento, producto de la abstención de más ¾ partes de la población venezolana, les impide acelerar las reformas que hagan a la revolución eterna. Siempre y cuando les preocupe mantener los precarios restos del disfraz de democracia que le elaboró a medida el lobby de la izquierda anti-americana internacional.

Ni los abundantes petrodólares que a Hugo Chávez le permiten comprar sonrisas en la comunidad internacional, que además sostienen su red político-clientelar de burócratas, contratistas, militares y beneficiarios de sus programas asistenciales, han logrado revertir los efectos de ese abrumador silencio que se apoderó de los centros de votación en todo el territorio venezolano; interrumpido sólo por las innumerables violaciones de la ley de sufragio que el gobierno y sus acólitos practicaban a la vista de todos los observadores internacionales a los que creían totalmente domesticados por la hospitalidad bolivariana.

Este grito de coherencia en la estrategia política que buena parte de la sociedad venezolana ha enviado a los partidos opositores es al mismo tiempo una reprimenda y una exhortación, porque desde este momento la estrategia debe estar dirigida a desmontar esa máquina de hacer fraudes que es el Consejo Nacional Electoral y no a preservar espacios ya perdidos desde hace tiempo en las instituciones, utilizando como eje las recomendaciones del informe elaborado por los observadores internacionales, cuyo contenido debe ser visto, desde el punto de vista del lenguaje diplomático, como un guiño a los que defienden los principios democráticos en Venezuela.

Es cierto que suena francamente contradictorio pedir la elección de otro CNE y al mismo tiempo certificar el proceso como transparente, haciendo un registro detallado de irregularidades, pero es que hay que comprender que esa misión estaba compuesta por personas de diversas tendencias político-ideológicas, con lo cual había distintas sensibilidades ante el proceso revolucionario, desde los que iban a constatar el fervor popular en torno a este líder de la izquierda "alternativa" como quienes fueron a comprobar sus sospechas de totalitarismo en ciernes. Además, había que asegurarse la invitación para venideros procesos, cuestión que está puesta en entredicho dado el tono descalificador utilizado por Chávez al referirse a dicho informe.

Ni la comunidad internacional, ni los precios del petróleo pueden cambiar los destinos de la Venezuela actual si no se articula una alternativa política con suficiente credibilidad y empuje como para aglutinar a los sectores que componen a la dividida sociedad opositora. Un proceso electoral organizado por la organización civil Súmate en el que se enfrenten civilizadamente las distintas tendencias de oposición puede hacer visibles las diversas propuestas programáticas y los líderes que las encarnan, en busca de una dirección representativa y eficiente que establezca las estrategias a seguir de manera unitaria y que por simple comparación se diferencie claramente del proceder gubernamental en forma y contenido. De esto depende no sólo la recuperación democrática de Venezuela, sino también la salud institucional de algunos países latinoamericanos tentados a intentar por enésima ocasión el camino del populismo nacionalista de izquierdas.

Por: Luis E. De San Martín R. Doctor en Periodismo y Ciencias de la Comunicación.