En casa, en materia doméstica y como con los asuntos de comer no se juega, la izquierda brasileña ha descubierto a Adam Smith y el capitalismo razonable, que nunca falla. En el exterior, en cambio, cultiva la amistad de Mahmud Ahmadineyad, los hermanos Castro y Hugo Chávez, justifica la represión en Irán y Cuba, y compara a los presos de conciencia de estos países con los criminales encarcelados en su país.

Así, apacigua la mala conciencia de quien siente que se traicionó a sí mismo por superar las majaderías de juventud. El egoísmo de quien se siente envejecer. Es un egoísmo perfecto: en el interior, el saludable egoísmo económico defendido por Adam Smith; y en el exterior. el cínico egoísmo de quien apoya los más disparatados experimentos políticos siempre que se hagan lejos de casa. Lo malo es que dime con quién andas y te diré quién te gustaría ser en el tablero de la política internacional.

Es una de las lecciones aprendidas en el lejano Mayo del 68. Aquellos jóvenes que gritaban «Mao, Mao» como un coro de gatos sobre los adoquines de París se preparaban para convertirse en agresivos ejecutivos y funcionarios de la Francia del mañana. En el solar galo es tradición desde Enrique IV que nunca ha de faltar una gallina en el puchero. En cambio, animar a los jóvenes camboyanos Pol Pot y Khieu Samphan —estudiantes en la Sorbona en los sesenta— a montar el genocida experimento de los jemeres rojos salía gratis. Ese viejo cinismo europeo, ¡ay!, que tan deprisa echa raíces en el Nuevo Mundo.