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25/10/2010 | Los populismos invaden Europa

Enrique Serbeto

Grupos xenófobos emergen como llave de gobierno en varios países de la UE.

 

El pasado mes de junio, un partido que condena sin disimulos al islam por considerarlo incompatible con los principios de la sociedad democrática obtuvo el 15 por ciento de los votos de los electores holandeses y aumentó de 9 a 24 escaños en el Parlamento, el más significativo ascenso de todas las fuerzas políticas de este país que hasta ahora había cultivado una reputación de tolerancia infinita.

En septiembre, los socialdemócratas suecos que habían creado un sistema de protección social que fue emblema del país en el último medio siglo, recibieron su segunda y mayor derrota electoral consecutiva, mientras que el Partido de los Demócratas Suecos, partidario de restringir la llegada de nuevos emigrantes, entró en el Parlamento y se convirtió en un elemento esencial para la coalición de centroderecha.

Los 25 diputados del Partido del Pueblo Danés también apoyan a la coalición de gobierno en Copenhague desde 2007 para asegurar que se cumple su agenda de recortes en los beneficios sociales de los emigrantes no europeos. Por ello, cuando el nuevo primer ministro holandés, Mark Rutte, anunció que aceptaba formar una coalición que se mantendrá con los votos de Gert Wilders y su antiislámico Partido por la Libertad, apenas se produjo una leve sacudida política.

De hecho, prácticamente toda Europa está experimentando de una forma u otra la emergencia de este tipo de movimientos políticos que plantean por primera vez abiertamente la angustia de la sociedad frente a la inmigración, especialmente frente a los extranjeros de origen musulmán. Hasta la canciller alemana Angela Merkel ha proclamado abuiertamente que «el multitulturalismo ha fracasado».

Jean Michel de Waele decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Libre de Bruselas (ULB) y director de Centro de Estudios de la Vida Política (CEVIPOL) señala que el fenómeno «es más agudo en las sociedades ricas con un fuerte estado-providencia asentado desde el fin de la II Guerra Mundial» que está siendo corroído por los efectos de la globalización. «Los ciudadanos experimentan la angustia de no saber adónde vamos; lo antiguo no ha muerto y lo nuevo no ha nacido aún». Para el historiador francés Patrick Weil, esa evolución se extenderá a todo el occidente de Europa, donde al menos un 20 por ciento de los ciudadanos temen que la diversificación cultural «fragilice las naciones» sobre las que acomodamos nuestra identidad.

De Waele reconoce que «en muchos lugares de Europa los musulmanes se han convertido en el símbolo del fin de esa sociedad occidental como la hemos ido definiendo desde la postguerra. Hasta sectores laicos y demócratas se sienten atemorizados con asuntos como el velo o la violencia urbana y las imágenes que produce el mismo mundo árabe tampoco ayudan en absoluto» a mejorar esa percepción.

Deserción de la izquierda Todos los expertos coinciden en diagnosticar que la crisis económica favorece la aparición de estos temores en la sociedad, Sin embargo, otra de las razones por las que se produce este fenómeno es que la mayoría de los partidos políticos tradicionales se han mantenido en los límites de lo políticamente correcto, ignorando lo que pensaba una parte de la sociedad a la que no han dado respuestas.

El politólogo y profesor de la ULB Jean-Benoit Pilet sostiene que durante los últimos años los partidos han dejado un espacio vacío, y señala sobre todo a la izquierda socialdemócrata «que en su proceso de modernización no se ha dado cuenta que abandonaba a los sectores obreros tradicionales». Un buen ejemplo es lo que se da en Bélgica, donde la paulatina sofisticación —y debilitamiento— de los socialistas flamencos ha permitido la emergencia de fuerzas expresamente xenófobas como el Vlaams Belang, mientras que en la Bélgica francófona, el socialismo sigue siendo hegemónico con su lenguaje obrerista tradicional y este tipo de movimientos no existe.

Aunque puedan percibirse como tendencias simétricas, resulta cada vez más complicado catalogar a estas nuevas fuerzas dentro de la división tradicional entre la derecha y la izquierda. Algunos de los partidos que han puesto la cuestión de los problemas la integración de los inmigrantes sobre la mesa fueron definidos como de extrema derecha, pero ni Wilders en Holanda ni Akesson en Suecia ponen en duda los cambios de las costumbres sociales que se han llevado a cabo en sus respectivos países sobre el reconocimiento de derechos a los homosexuales, la introducción de la eutanasia y otros fenómenos «progresistas», a pesar de que tienen un discurso equivalente al del Frente Nacional francés en lo que se refiere al conflicto con los inmigrantes musulmanes y la defensa de la identidad nacional.

A diferencia de lo que lo que sucedió en 2000 con el populista Jorg Haider y su Partido de la Libertad, cuando Austria estuvo prácticamente suspendida de derechos en el seno de la Unión Europea a causa de su mensaje antiinmigración, ahora estos nuevos movimientos están construyendo un discurso cada vez más aceptado en la vida política tradicional.

Según Pilet estos nuevos partidos «debaten si el Islam es compatible con la democracia, es decir, que criticando directamente las lapidaciones o la relegación legal de la mujer evitan que se les trate de racistas». Mientras que lo que ha hecho en Francia el presidente Nicolás Sarkozy expulsando a gitanos de origen rumano ha provocado una mayor oposición social.

Minaretes y burkas Así las cosas, el profesor Pilet cree que la discusión pública sobre la integración de los inmigrantes musulmanes va a llegar antes o después a todos los países. «Vamos a un debate claro y abierto sobre el problema de la inmigración musulmana» y en ese sentido, estos nuevos partidos estarían llevando la delantera.

Ese debate ha empezado ya en casi todos los países cuando se discuten las sucesivas iniciativas prohibiendo los minaretes, el burka en los lugares públicos o el pañuelo en la escuela. En Suiza, esa discusión tuvo lugar en el referéndum en el que una mayoría se pronunció a favor de constreñir la construcción de minaretes en las mezquitas. Todo eso forma parte de esa definición de la base de convivencia común que según Pilet tendrá que ser un nuevo «punto de equilibrio» entre la cultura sociorreligiosa de origen de los emigrantes y la de las sociedades que los reciben.

ABC (España)

 


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