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29/10/2010 | Requiem por la Soberanía

Revista Semana Staff

Es curioso que cuando se trata de drogas, el problema parece originarse en los países productores, pero cuando se trata de armas el problema parece generarse en los países consumidores.

 

Obviamente legalizar la marihuana en California va a crear un problema en México, pero no solo allí. El tema de las drogas ilícitas dejó de ser un asunto local para convertirse en parte de la agenda internacional básicamente desde cuando, al caer el muro de Berlín, las ideologías cedieron su lugar de cuestión prioritaria a las pandemias, al tráfico de armas y narcóticos, al calentamiento global, al terrorismo y a la defensa de los derechos humanos – en palabras de Koffi Annan “la responsabilidad de proteger” a las víctimas de Estados masacradores y genocidas-, temas de envergadura mundial que penetran en la soberanía de los países, haciendo porosas sus fronteras. Si un jugador mueve una ficha en este ajedrez modifica radicalmente el aspecto del tablero para todos, nadie está blindado.
 
Mucho se ha hablado de la necesidad de cambiar el rumbo de las leyes vigentes respecto a la producción, el tráfico y la venta de estupefacientes, que criminalizan y prohíben y que por lo tanto generan temibles mafias. Pero ¿cómo legalizar, se preguntan unos, cuando esta guerra ha cobrado la vida de tantas víctimas? ¿Y cómo no hacerlo, nos preguntamos otros, antes de que cobre millones de vidas más? Es curioso que cuando se trata de drogas, el problema parece originarse en los países productores, pero cuando se trata de armas el problema parece generarse en los países consumidores y la ecuación termina simulando ser la de siempre, con cara ganan ellos y con sello perdemos nosotros. El punto es que en este mundo donde las esferas de lo interno y lo externo se interceptan permanentemente ya no hay un ellos ni un nosotros en términos de sida, de agujero en la capa de ozono ni de carteles de la mafia, porque la guerra no se da ya entre Estados, con ejércitos uniformados y visibles, sino contra enemigos conectados internacionalmente que no tienen ninguna filiación nacionalista. ¿Qué país representa a Al Qaeda? ¿Dónde se pueden ubicar sus miembros de manera certera? ¿Qué gobierno los convoca? Probablemente hay grupos políticos que los avalan, como los Talibanes, pero son difíciles de asir porque sus integrantes provienen de múltiples Estados, sus maniobras se financian con dinero de diversos orígenes y cuentan tanto con fervorosos adeptos como con feroces contradictores a lo largo y ancho del planeta.
 
El patriotismo de poco sirve aquí. León Tolstoi estaría feliz ante la constatación de que el nacionalismo a ultranza, con el que históricamente muchos gobiernos han alimentado a sus pueblos en aras de convertirlos en soldados dispuestos a dar la vida por una bandera, mirando a sus vecinos como enemigos acérrimos por el simple hecho de vivir un metro más allá de la línea de frontera, ya no tiene aplicación ante esta nueva forma de confrontación. Tolstoi calificó el concepto de patriotismo como “un sentimiento antinatural, irracional y pernicioso –porque representa una violación a las relaciones fructíferas y pacíficas con otras naciones-, causante de la gran mayoría de las calamidades que afligen a la humanidad”. Estas palabras, escritas a finales del siglo XIX, parecen una premonición de lo que la sociedad global enfrenta hoy, cuando ya esa noción no solo es antinatural, sino también insuficiente. El capo colombiano está conectado con el mexicano y con el tailandés y resulta difícil combatirlos a punta de patriotismo.
 
Así como no se le puede ordenar a un río que no se contamine sino hasta una determinada curva, porque desde ese punto empieza otro Estado, la guerra contra las drogas es colectiva y multilateral. Si se mueve un extremo de la cuerda, cambiando las leyes de un solo país o de una parte de éste –en los Estados federales- el movimiento se sentirá en todos los demás. La soberanía ha cambiado sus términos porque ya son muchos los problemas que no pueden manejarse desde el gobierno nacional y nociones como el derecho de injerencia, deber de injerencia y la responsabilidad de proteger minan el concepto desde sus cimientos.

*Docente – Investigadora
Universidad Externado de Colombia
Correo: b.vallejo@hotmail.es

Revista Semana (Colombia)

 



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