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09/11/2010 | La derrota y el futuro de Obama

Farid Kahhat

La derrota demócrata en las elecciones de medio término fue una de las peores de los últimos 50 años, comparable sólo con la que padecieran los propios demócratas en 1994 bajo la presidencia de Bill Clinton. La buena nueva para Obama es que, pese a perder la mayoría en ambas cámaras del Congreso, Clinton logró dos años después la reelección como presidente. ¿Qué tan probable es que se repita esa experiencia?

 

Existen cuando menos una diferencia y una similitud cruciales entre ambos casos. La diferencia es el estado de la economía al momento de celebrarse las elecciones: cuando los demócratas perdieron las elecciones de 1994, la economía se encontraba camino hacia una firme recuperación durante los dos años que mediaron entre esa derrota y la reelección de Clinton. Si bien un par de días después de la reciente elección se dio a conocer que en octubre la economía de los Estados Unidos había generado un incremento neto en el número de empleos, por primera vez en cinco meses, la recuperación es más débil que en tiempos de Clinton y la pendiente por remontar es sensiblemente mayor (en esta ocasión se trató de una crisis tanto financiera como del sector real, y esta última a su vez fue la mayor recesión desde la Gran Depresión).

Por lo demás, la nueva composición del Congreso augura que el presidente Obama no conseguirá aprobar un nuevo programa de estímulo fiscal como pretendía, y la reactivación quedará librada al efecto que pueda surtir sobre la economía la política monetaria expansiva de la Reserva Federal.

A su vez, la conducta obstruccionista de la envigorizada y enfervorizada representación republicana en el Congreso podría ser la similitud crucial entre las experiencias de Clinton y Obama. A pocos meses de estrenar su nueva mayoría parlamentaria en 1995, los republicanos la emplearon para obligar al gobierno a cerrar sus puertas al público, al negarse a aprobar el presupuesto federal mientras Clinton no redujera los fondos asignados al programa de salud denominado “Medicare”. A juzgar por las encuestas y los resultados de las elecciones de 1996, la confrontación terminó siendo un juego de suma negativa, en donde perdieron todos los involucrados.

Pero algunos perdieron más que otros: pese al descrédito creciente de la clase política, los demócratas retuvieron la presidencia y recuperaron algunos escaños (pero no la mayoría), en el Congreso. En el caso de Obama, la vocación obstruccionista de la representación republicana en el Congreso se revela a través tanto de las declaraciones de sus líderes, como de su conducta pasada. En cuanto a lo primero, baste con recordar las recientes declaraciones de Mitch Connell, el líder republicano en el Senado, según las cuales “la cosa más importante que queremos conseguir es que el presidente Obama sea un presidente de un solo término”.

En cuanto a la conducta pasada de los republicanos en el Congreso, el programa de estímulo fiscal de Obama para afrontar la recesión no obtuvo ni un solo voto de esa bancada en la Cámara de Representantes. Y ello pese al consenso que existía sobre su necesidad (pero no sobre su monto), a que todas las principales economías del mundo (incluso aquellas con gobiernos conservadores) aprobaron programas similares, y a que poco menos de un tercio del programa propuesto consistía en exoneraciones tributarias (decisión que tenía como único propósito captar algunos votos republicanos, dado que se trata de una de las demandas proverbiales de ese partido). La decisión de mezquinar todos y cada uno de los votos de la bancada a un programa de estímulo de poco más de US$800.000 millones, no tuvo una motivación meramente ideológica, si se recuerda que el plan de rescate financiero de US$700.000 millones, propuesto por George W. Bush, recibió 65 votos republicanos en una primera instancia (en la que fue desaprobado), y 91 en una segunda votación (cuando finalmente se adoptó).

Existe por último un factor que, asumiendo una recuperación decorosa de los niveles de empleo como condición sine que non, podría favorecer las perspectivas de reelección de Obama: la influencia del denominado “Tea Party” dentro del Partido Republicano. Las características políticas y, sobre todo, demográficas del Tea Party sugieren que podría ser una fuerza decisiva en elecciones de medio término, pero no necesariamente en elecciones presidenciales. Serían una fuerza formidable en elecciones de medio término porque se identifica con intensidad con él un 18% del electorado, con niveles de ingreso y educación superiores al promedio. Es decir, un grupo de votantes que participa más que el promedio en campañas electorales, que tiene más recursos para aportar en ellas, que vota en mayor proporción que el promedio, y que puede bastar por sí solo para ganar una elección de medio término, en las que rara acuden a votar más de 40% de los electores.

Pero ese grupo de votantes se compone esencialmente de los denominados WASP (siglas en inglés de blanco, anglosajón y protestante), y son mayoritariamente hombres de mediana edad. Es decir, se trata de un grupo de votantes no sólo minoritario, sino que además disminuirá con el tiempo como proporción del universo electoral. Se trata por último de un grupo de votantes que enarbola un discurso político crítico de la inmigración en general, y de la inmigración indocumentada en particular, cuando no xenófobo. Lo cual a su vez lo coloca en ruta de colisión, entre otros, con la mayoría de la población latina de los Estados Unidos, para la cual ese es un tema sensible: no en vano en estados como Nevada y California, donde la inmigración fue un tema importante de campaña, los senadores Reid y Boxer no habrían conseguido la reelección de no haber obtenido, respectivamente, 90 y 86% del voto latino.

Los latinos, a su vez, constituyen ya la primera minoría del país, y, por varias razones, representan el grupo electoral con mayor potencial de crecimiento. En primer lugar, porque tiende a crecer como proporción del total, debido tanto a sus mayores tasas de natalidad como por el hecho de representar la mayor fuente de inmigración hacia el país. En segundo lugar, por la alta proporción de ellos que carecen de ciudadanía (o incluso de derechos de residencia), situación que podría cambiar en la eventualidad (improbable pero no imposible en el futuro previsible), de que se produzca una reforma migratoria.

Por último, porque si bien entre los ciudadanos de origen latino las tasas de participación electoral siguen siendo menores que el promedio, estas han venido creciendo en los últimos años.

América Economía (Chile)

 


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