La Casa Blanca trató de dar marcha atrás a las palabras de Axelrod. Pero fueron elocuentes.

La razón principal por la que Obama se encuentra en esta situación es que hace dos años no estaba preparado para lidiar con el mundo como lo iba a encontrar. Y parece que todavía no lo está.

En la campaña por la presidencia, Obama dijo que estábamos en problemas no porque nos habían gobernado personas con las ideas equivocadas, sino por las divisiones partidistas y la política de siempre. Y prometió trascender esas divisiones partidistas.

Esta promesa pudo haber sido una buena política general para elecciones, aunque incluso eso es cuestionable: a la gente se le olvida cuán cerrada fue la contienda presidencial a principios de septiembre del 2008, qué tan preocupados estaban los demócratas hasta que Sarah Palin y Lehman Brothers los empujaron a superar lo más difícil. Sin embargo, la pregunta real era si Obama podría cambiar su tonada cuando se topara con la tormenta partidista, la que todos sabían que se avecinaba. Pudo ser optimista, ¿pero podía pelear? Hasta ahora, la respuesta es no.

Muy al comienzo de su gobierno, lo que Obama necesitaba hacer, sobre todo, era luchar por un plan económico acorde a la escala de la crisis. En cambio, negoció consigo mismo antes de llegar siquiera a negociar con el Congreso, proponiendo un plan que claramente era muy inadecuado, y después permitió que lo redujeran aún más sin protestar. Y no haber actuado con energía en el asunto de la economía, más que ninguna otra cosa, explica la golpiza de las recientes elecciones.

Ante los problemas de la economía, los esfuerzos del gobierno por limitar el daño político fueron increíblemente débiles. No hubo lemas pegajosos, ninguna declaración clara de principios; los mensajes políticos gubernamentales no fueron tan ineficaces como invisibles.

Y las cosas no han mejorado desde las elecciones. Hay que considerar las recientes observaciones de Obama en dos frentes.

En la reunión cumbre del G-20, predeciblemente improductiva, en Corea del Sur, el Presidente encaró demandas de China y Alemania para que la Reserva Federal detenga su política de ``relajamiento cuantitativo'', que es, dado el obstruccionismo republicano, una de las pocas herramientas disponibles para promover la recuperación. Lo que Obama debió haber señalado es que los países con enormes excedentes comerciales --y en el caso de China, gracias a la manipulación monetaria a una escala sin precedentes en la historia mundial-- no tienen por qué decirle a Estados Unidos que no puede actuar para ayudar a su propia economía.

también está el problema de la reducción de impuestos. Obama podría y debería estar criticando a los republicanos por usar a la clase media de rehén para asegurar las reducciones de impuestos para los acaudalados. Podría señalar que hacer permanentes esas reducciones de Bush es un gran problema presupuestario: en los próximos 75 años costaría tanto como el déficit total de la Seguridad Social. No obstante, otra vez está negociando consigo mismo, mucho antes de que en realidad se siente a la mesa con el Partido Republicano.

Esta es la cuestión: Obama aún tiene un poder inmenso, si decide usarlo. Internamente, cuenta con la pluma del veto, el control del Senado y la mayor tribuna del país. Aún tiene considerable autoridad ejecutiva para actuar en cosas como el alivio de la deuda hipotecaria. En lo internacional, aún dirige a la potencia económica más grande del mundo, y un punto en el que con seguridad obtendría el apoyo bipartidista sería si asume una posición más dura hacia China y otros rivales.

Sin embargo, nada de esto importará a menos que el Presidente use su poder. Y los síntomas no son buenos.

The New York Times News Service