Doy fe que no fue fácil, ni dentro ni fuera de nuestras fronteras, porque hubo que acabar con la pertenencia capada de España e integrarnos como un aliado más en la estructura de mandos y porque, como he dicho, algunos tuvieron que ceder posiciones para que nuestro país cobrara relevancia. La pujanza de la España de José María Aznar se vio también recompensada con la instalación del cuartel general de despliegue rápido de la OTAN en Bétera, Valencia.

Pero aquellos años acabarían pronto. Cuando le tocó por turno rotatorio al cuartel de Bétera desplegarse en Afganistán, Zapatero se negó, lo que levantó ampollas en los pasillos de la OTAN en Bruselas. Y como los actos tienen consecuencias, cuando la OTAN decide recortar sus estructuras, es en la España débil y menguante de Zapatero donde se fijan todos los ojos. No puede ser ninguna sorpresa por tanto que apenas poco después de cumplir su primera década operativa, la OTAN nos cierre Retamares.

Lo que es lamentable es que ni Zapatero ni la desaparecida ministra Chacón o la de exteriores, Trinidad Jiménez, enfangada en las arenas movedizas del Sáhara, hayan querido mover un dedo en defensa de España en la OTAN y el reconocimiento que la Alianza nos debe en materia institucional. Con toda seguridad Zapatero y sus muchachas habrían votado “No a la OTAN” en el referéndum de Felipe en 1986 a tenor del nulo apego que le tienen a la organización. Pero ni siquiera eso les puede perdonar que la OTAN se vaya de Retamares sin que opongan la más mínima resistencia. Otra bajada de pantalones (y faldas, por aquello de la igualdad) de un gobierno que se ha quedado sin aliados.