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11/12/2010 | La trama de WikiLeaks

Alberto Benegas Lynch

Como todo lo que firmo, solamente yo soy responsable de mis escritos. Ningún medio que publica mis opiniones necesariamente comparte lo que digo, se trata de hacer uso de mi libertad de expresión en medios receptivos a distintos puntos de vista puesto que del debate y la controversia argumental surgen elementos de juicio que sirven al lector en el contexto de procesos evolutivos.

 

Con mucha razón ha dicho Thomas Jefferson que “frente a la disyuntiva de no contar con gobierno pero disponer de libertad de expresión o tener gobierno sin esa libertad, decididamente me inclino por lo primero”. El cuarto poder resulta esencial para la vida misma de una sociedad abierta. Su función medular es la crítica al poder a los efectos de mantenerlo en brete. Todas las legislaciones sobre medios que se presentan bajo los más variados ropajes deberían abrogarse. Los gobernantes no deberían tener ninguna intervención en la producción y distribución de papel ni en el mundo cibernético donde debe reinar la más completa libertad, debería privatizarse el espectro electromagnético al efecto de salirse del régimen autoritario de las concesiones y el aparato estatal no debería contar con agencias oficiales de noticias que solo sirven para condicionar a la prensa independiente y para malgastar los recursos de los contribuyentes. Las figuras del “desacato” y dislates de tenor equivalente constituyen afrentas a la inteligencia y a los espíritus libres, todo lo cual en modo alguno significa que quienes publican informaciones falsas u ofensivas a los derechos de terceros puedan eludir las conclusiones de la justicia, siempre ex post nunca una censura a lo que se considere pertinente expresar.

Como es del dominio público, WikiLeaks acaba de difundir más de un cuarto de millón de documentos gubernamentales que pretendían mantenerse en secreto. Julian Assange —ciudadano australiano, radicado en Suecia y ahora desaparecido— es el responsable de haber hecho conocer la información “clasificada” quien no revela sus fuentes aunque se considera que el informador fue el soldado estadounidense Bradley Manning (quien fuera delatado por un hacker: Adrián Lamo). Inmediatamente reprodujeron la noticia Le Monde de Francia, El País de España. The Guardian de Inglaterra, The New York Times de EE.UU. y Der Spiegel de Alemania, y luego hicieron lo propio prácticamente todos los medios existentes orales y escritos en papel o por la vía electrónica.

Esta documentación puso al descubierto infinidad de tramas, de traiciones, de hipocresías, de espionajes, de informaciones confidenciales y de alguna chismografía insustancial. Que el Departamento de Estado estadounidense utilizó a su diplomacia para espiar al Secretario General de las Naciones Unidas, a todos los miembros del Consejo de Seguridad de ese organismo y a otros encumbrados burócratas (seguimiento de tarjetas de crédito, identificación de ADN y otros datos personalísimos), que Pakistán financia a los talibanes, que la corrupción es alarmante en Argentina y en Afganistán (gobierno este que, además, recibe cuantiosos fondos de Irán), que China apunta a la unificación de Corea, que Arabia Saudita requiere que EE.UU. ataque a Irán mientras le da apoyo financiero a Al-Qaeda, que Helmut Metzner, jefe de la oficina del ministro de relaciones exteriores alemán, filtraba datos reservados al gobierno estadounidense (por lo que ya fue despedido), que en la guerra de Irak el gobierno estadounidense ha cometido barrabasadas de diversa índole por las que intenta frenar causas judiciales varias, que Chávez constituye un peligro y que compra voluntades en el exterior, que algunos miembros del gobierno mexicano exhiben ambigüedades varias en cuanto a las drogas, que Sarkozy es errático e hiperactivo, que Angela Merkel representa el liderazgo europeo, que Putin influye decisivamente  sobre Berlsuconi, que el nicaragüense Daniel Ortega es uno de los tantos gobernantes jefes del narcotráfico, datos de la economía que se pretendían ocultar sobre España, truculentas revelaciones sobre la intervención militar rusa en Georgia y hasta intimidades que se querían mantener bajo siete llaves tales como que Kadafi ha recurrido al botox facial y que Cristina Kirchner no puede con Evo Morales ni con ella misma (“basta oírla hablar” ha dicho Mario Vargas Llosa). Ernesto Tenembaum en el programa televisivo “Palabras más, palabras menos” que se emite en Buenos Aires dijo el pasado 30 de noviembre que “es sorprendente que el mundo siga existiendo con estos gobernantes”. Ahora se anuncia que viene correspondencia muy comprometedora para Wall Street en su alianza con el poder de turno y algunas filtraciones inaceptables de “inside information” (solo lo referido a bancos se estima representa 10.000 documentos; en declaraciones a la revista Forbes Assange anunció que próximamente vendrá un “megaleak”).

El 29 de noviembre, Richard Stengel, el editor de la revista Time, le hizo un reportaje al mencionado Assange que duró 36 minutos. En esa entrevista, entre otras muchas cosas, manifestó que “los secretos no son para ocultar abusos”, que su organización “apunta a disminuir atropellos”, que “la ley no es lo que dicen los poderosos que es”, que “los servicios de seguridad chinos están aterrados de la libertad de expresión y mientras que podemos decir que esto es horrendo, pienso que esto también puede ser un signo optimista porque la expresión puede producir cambios”, que “EE.UU. no es peor debido a su federalismo, el poder de los estados, lo cual hace que pueda expandirse en las relaciones exteriores”, que “Hillary Clinton debería renunciar porque violó el acuerdo sobre espionaje del que ese país es signatario” y que “los EE.UU. son un caso interesante por sus atropellos y por sus principios fundadores”. Assange es buscado afanosamente por la Interpol alegando abusos sexuales aunque a nadie se le escapa que la razón fundamental de la cacería global radica en la filtración de archivos secretos que comprometen a muchos funcionaros, especialmente al cuerpo diplomático estadounidense que es de donde principalmente surge la información de marras. En lugar de eso, la Secretaria de Estado pretende aclarar lo inaclarable pero como reza el aforismo: “no aclare que oscurece”.

En este delicado tema hay varios aspectos a considerar. En primer lugar, lo público no es privado especialmente en sociedades que se precian de contar con sistemas transparentes y que los actos de  gobierno deben estar en conocimiento de los gobernados quienes se dice son los mandantes. Lo dicho no significa que en muy específicas circunstancias y de modo transitorio y provisional los gobiernos pueden mantener reserva sobre ciertos acontecimientos (como, por ejemplo, un plan de defensa que no debería divulgarse antes de su ejecución). En todo caso, la reserva mencionada es responsabilidad de quienes estiman debe mantenerse reservada la información correspondiente. En ningún caso puede imputarse a la función periodística la difusión de datos e informaciones una vez que estas llegan a las redacciones. En el caso que nos ocupa, en este plano, están a la par Assange y todos los medios más importantes del orbe que contribuyeron a difundir los documentos en cuestión. Si se lo detuviera a Assange por estas supuestas infidencias, habría que detener también, y con el mismo fundamento, a los editores de los periódicos más importantes del mundo, con lo que se habría dado por tierra con el sacrosanto principio de la libertad de prensa lo cual significaría la extinción de la vida civilizada en este planeta.

Viene a continuación otro asunto directamente vinculado con lo que analizamos y es el contrato de confidencialidad sea en el área privada o pública. Si un empleado de una empresa comercial asume el compromiso de no divulgar cierta información, no lo puede hacer. Lo contrario implica lesionar los derechos de la otra parte en el referido convenio. Idéntico razonamiento es del todo aplicable para el sector gubernamental. Cuando en los años cincuenta funcionarios gubernamentales estadounidenses (dicho sea de paso pertenecientes al Departamento de Estado) se comprometían a ser leales con su país y, simultáneamente, le pasaban información confidencial a los rusos, incumplían con sus deberes elementales. Este parce ser el caso del aludido soldado Manning, aunque autores como Sheldon Richman —editor de la revista The Freeman de la Foundation for Economic Education— ha publicado un artículo en el Christian Science Monitor en su edición del lunes 29 de noviembre donde sostiene que en casos de abusos extremos como los ocurridos en Irak y otros frentes, es obligación moral el denunciarlos (el primer documento a que tuvo acceso se titula “Collateral Murder” en referencia a la matanza de civiles), incluso el autor de la nota califica a Manning como “héroe”. En realidad, el contrato de confidencialidad ¿tendría vigencia si uno se entera que la están por asesinar a su madre o no son válidos los contratos contrarios al derecho? Respecto al caso Manning (para quien se solicitan 52 años de prisión), personalmente no tengo opinión formada puesto que no dispongo de los suficientes elementos de juicio como para pronunciarme.

Es curioso observar el doble discurso cuando quienes no suscribían las patrañas del calentamiento global celebraron alegremente cuando ciertos hackers interceptaron correos electrónicos donde se ponía en evidencia la falsificación de estadísticas y otros fraudes y ahora, en cambio, condenan la difusión de documentos gubernamentales. Sin duda que los papeles privados son privativos de los destinatarios, interceptarlos constituye un delito pero, como queda dicho, lo público debe ser público. También hay doble discurso por parte de la gente que critica la puesta en escena de informaciones secretas pero la leen y escuchan con voracidad inaudita, digna de mejor causa.

Julian Assange comenzó con el “hackering” en 1987 con el seudónimo de Mendax (tomado de un verso de Horacio) por lo que fue detenido en su país natal en 1992 (pagó la fianza correspondiente y lo liberaron “por buena conducta”), fue coautor en 1997 de un libro titulado Underground: Tales of Hackering, estudió física y matemáticas en la Universidad de Melborne, ubicó a su WikiLeaks en Internet en 2007 y al año siguiente recibió el “New Media Award” de la revista The Economist, en 2009 obtuvo el Amnesty International Media Award y en octubre del corriente año el Sam Adams Award for Integrity de la Sam Adams Associates. Hoy se reproduce mucho lenguaje de matonería en relación a este sonado caso, por ejemplo, Thomas Flanagan, asesor del primer ministro canadiense Stephen Harper, sugiere que EE.UU. “debería fijar una recompensa para quien asesine a Assange” (el destinatario en comentarios escritos con lectores de The Guardian en diciembre 2 sostiene que ese funcionario “debería ser procesado por apología del crimen”).

Es de interés recordar el caso de lo que se ha dado en denominar en la jerga periodística como “los Papeles del Pentágono” cuyos documentos del Departamento de Defensa de EE.UU. fueron fotocopiados por Daniel Ellsberg con la ayuda de Anthony Russo y entregados primero a The New York Times y luego a The Washington Post que los publicaron en 1971, medios que alegando la Primera Enmienda de la libertad de prensa naturalmente no sufrieron ninguna sanción y los dos fotocopiadores clandestinos mencionados fueron sobreseídos por el Juez Federal William M. Bryne en 1973. Dichos documentos probaron gruesas y reiteradas  mentiras, patrañas y falsificaciones pavorosas de la administración de Lyndon Johnson sobre la guerra de Vietnam.

Tengamos en cuenta que en el caso de WikiLeaks, a los efectos del significado de las documentaciones expuestas y de las razones para su difusión, no resultan relevantes las características de la vida privada del fundador del referido sitio ni su visión filosófica de la vida (por otra parte, en entrevista con Atika Shubert de CNN, sostuvo que las imputaciones de abusos sexuales “constituyen una maniobra de distracción totalmente infundadas” que parecería se basan en la extraña figura del “sexo por sorpresa” debido a que una dama alega que al sujeto en cuestión se le habría roto el profiláctico en medio de un acalorado ejercicio copulatorio). De más está decir que el autor de estas líneas no está en condiciones de argumentar sobre la filiación ideológica ni sobre la conducta privada de Julian Assange en otros órdenes que desconoce por completo, ni tampoco le parecen que son temas que hagan a la cuestión aquí tratada.

Cambio a la primera persona del singular para decir que no se me pasa inadvertido que los tilingos de siempre le endilgarán la culpa de lo exhibido en WikiLeaks (el contenido que reflejan los cables y documentaciones secretas) al capitalismo sin reparar en que ese sistema se basa ante todo en criterios éticos sustentados en el respeto recíproco, del mismo modo que el tilingaje en masa endosó la crisis internacional al capitalismo, cuando en verdad se debió (y se debe) a los reiterados atropellos del adiposo, avasallador y torpe Leviatán. Antes, frente a cualquier apuro, el aparato burocrático designaba una comisión, ahora con la nueva manía de Obama que resucita el terror blanco en Rusia, frente a este nuevo aprieto, acaba de designar a Russell Travers como “zar” (¡otro más!), parecería que se ha olvidado la muy certera conclusión de Reagan: “el gobierno no es la solución, es el problema”.

El canciller cubano, Bruno Rodríguez, representante de un inmisericorde estado policial, ha tenido la desfachatez de denunciar a la diplomacia estadounidense en la reunión de mandatarios en Mar del Plata inaugurada el 3 de diciembre, quien también, con su presencia, ha convertido a la referida conferencia en una farsa monumental y en una escandalosa hipocresía debido a la declamada “defensa de la democracia” que suscribieron los países miembros.

David Samuels publicó un artículo en The Atlantic el 5 de diciembre en el que sostiene que Assange ha contribuido a incorporar procedimientos tecnológicos para quebrar el cerco de secretos impropios en una sociedad abierta y que las reacciones en contra recuerdan a las de Richard Nixon y sus seguidores en el lamentable caso de Watergate.

En todo caso, considero de utilidad la difusión de los documentos expuestos para que resulte más claro aún lo escrito por Hannah Arendt en el sentido de que “Nadie ha puesto en duda que la verdad y la política están más bien en malos términos y nadie, que yo sepa, ha contado la veracidad entre las virtudes políticas”. Los llamados “secretos de estado” (y escribo estado con minúscula porque de lo contrario debería escribir individuo con mayúscula que es más apropiado), en la inmensa mayoría de los casos son para ocultar las fechorías de gobernantes inescrupulosos, lo cual viene ocurriendo desde Richelieu, Metternich, Talleyrand y Bismarck, prácticas que revirtió categóricamente EE.UU. pero que, de un tiempo a esta parte, ha retomado costumbres insalubres de otras latitudes.

A raíz de las persecuciones gubernamentales, algunos sitios web le han negado la entrada a WikiLeaks, mientras que otros nuevos ofrecen hospedaje y muchos más bombardean con virus electrónicos de gran potencia con la intención de sofocar incendios de indiscreciones adicionales. De cualquier manera, hago votos para que salgan a luz cuanto antes los documentos que vinculan a lobistas de Wall Street que, si bien incluyen operaciones de empleados deshonestos no detectados por las auditorias correspondientes, subrayan el inmenso daño que hacen los negocios en los despachos oficiales en lugar de competir a la luz del día en el mercado libre, tal como advirtió Adam Smith ya en 1776.

Este artículo fue publicado originalmente en Diario de América (EE.UU.) el 9 de diciembre de 2010.

El Cato (Estados Unidos)

 


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