Las catástrofes climáticas, desde los incendios de Moscú hasta las inundaciones de Pakistán y Venezuela, son un preludio de lo que se avecina, a menos que nos enfrentemos al desafío que supone el cambio climático. Esta es la razón por la que el paquete de medidas acordado en la conferencia de Cancún bien puede ser el mejor regalo de estas Navidades.

Cabe destacar que este acuerdo sustantivo se logró en parte gracias a la excelente labor de la presidencia mexicana que con un equipo altamente profesional y comprometido puso en marcha una consulta abierta e inclusiva.

¿Qué contiene el paquete? Bastantes cosas. Los puntos esenciales del acuerdo firmado en Cancún se basan en los resultados que conseguimos el año pasado en Copenhague, entre los que figuran el objetivo de los dos grados centígrados y los compromisos de reducción que asumieron los países con vistas a Copenhague, así como el compromiso de las naciones desarrolladas de proporcionar financiación a los países en desarrollo: 30 mil millones de dólares estadounidenses a corto plazo (2010-2012) y cien mil millones de dólares anuales de aquí a 2020. Cabe destacar, asimismo, las normas sobre transparencia o, dicho de otro modo, cómo los países miden y declaran sus emisiones. Este último punto puede parecer bastante técnico, pero de hecho es muy político, ya que esas normas son fundamentales para garantizar que los países cumplan sus promesas.

Cancún no ha resuelto todos los problemas. Los compromisos de reducción no son suficientes para mantener el aumento de la temperatura por debajo de los dos grados centígrados, y quedan cuestiones pendientes, tales como la forma jurídica del acuerdo o la manera de proporcionar la financiación a largo plazo. Pero Cancún ha demostrado que el proceso multilateral puede dar sus frutos. Sin acuerdo, el proceso de las Naciones Unidas se encontraría en peligro inminente.

Con toda probabilidad, los políticos y los ciudadanos habrían perdido la fe en el proceso y lo habrían desechado, sin nada que lo sustituya. Ahora tenemos un acuerdo. Con todo, queda aún mucho trabajo por delante, tanto en el ámbito internacional, donde tenemos que resolver aún los problemas pendientes, como en el ámbito nacional, donde tenemos que plasmar lo acordado. En Europa ya nos hemos puesto manos a la obra. El próximo año presentaremos un programa para la creación de una economía de bajas emisiones de carbono, inteligente e innovadora, de aquí a 2050. Lo hacemos por el medio ambiente, pero también en aras de la competitividad y de la seguridad energética. En un mundo cada vez más poblado y con menos fuentes de energía fósiles, huelga decir que ganarán aquellos a quienes no afecten las fluctuaciones del precio del petróleo y que puedan aportar soluciones eficientes desde el punto de vista energético e innovadoras.

**Connie Hedegaard -Comisaria Europea de Acción por el Clima