EE. UU. encuentra oportunidades energéticas para reducir la dependencia. La Marcellus Shale activa una nueva fiebre del oro, pero las incertidumbres persisten. Boom en Pensilvania: La extracción de gas natural en una roca no explotada altera los equilibrios locales. Lotería o maldición: A algunos vecinos los pozos les solucionan la vida; para otros es una maldición. Miedos arraigados: En áreas ya castigadas por el carbón, hay temor a los efectos en la salud y el ambiente. Ventajas del nuevo gas: Una ventaja de las nuevas explotaciones es su cercanía a la poblada Costa Este.
Bob Deiseroth se levanta cada mañana,
mira la pradera frente a su granja en el municipio de Hickory, en el sudoeste
de Pensilvania, y da las gracias a Dios.
"Le doy las gracias por lo que me ha dado", dice Deiseroth, de 65
años, junto al pozo de gas natural que se encuentra en su pradera y que, con
los ingresos mensuales que le proporciona, le ha regalado una jubilación
plácida.
A pocos kilómetros, la familia Hallowich suele amanecer de un humor distinto.
Un día del pasado verano, a las seis de la mañana, mientras Stephanie Hallowich
se preparaba un café, sintió un olor insoportable. Hallowich, de 39 años,
despertó a Chris, su marido, y le dijo que se llevase a sus hijos de seis y
nueve años.
No fue la primera ni la última vez que los Hallowich evacuaban su casa en una
colina rodeada de pozos de gas natural y una planta procesadora que desprenden
malos olores, causan ruido día y noche y, según algunos vecinos, han
contaminado el agua del grifo.
"No podemos quedarnos", dice Stephanie Hallowich, de profesión
contable; su marido es profesor de historia en el instituto local.
"Demasiados riesgos. Demasiados problemas para la salud".
La fiebre del gas natural en Pensilvania, que empezó a mediados de la primera
década de este siglo, ha roto los equilibrios de esta zona de colinas verdes y
paisajes bucólicos. Donde antes una gasolinera era casi el único punto de
encuentro de Hickory, un pueblo de granjas dispersas, ahora hay un restaurante
de comida rápida Subway, hoteles en las proximidades y un tráfico constante de
camiones y personas. Donde todos se conocían, ahora se ha llenado de forasteros,
de empleados de las empresas que extraen el gas procedentes de Texas y
Oklahoma, estados donde la industria energética está arraigada. Donde hasta
hace unos años las vacas pastaban a solas, ahora se elevan torres metálicas,
señal de que hay una perforación en curso, como la que dirige Billy Don. Este
perforador ha trabajado, además de en su Texas natal, en Luisiana, en Misisipi,
en Utah.
Billy Don lleva ocho meses en Pensilvania. Aquí ha perforado diez pozos, lejos
de su familia, viviendo en casetas prefabricadas y levantándose cada día a las
cuatro de la madrugada. "Es un trabajo de 24 horas al día",
dice.
Billy Don, Bob Deiseroth y la familia Hallowich viven encima de la llamada
Marcellus Shale, una formación rocosa que esconde lo que algunos estudios creen
que puede ser el segundo mayor yacimiento mundial de gas natural después de
Qatar.
La Marcellus Shale se extiende desde el estado de Nueva York hasta Virginia
Occidental, pasando por Pensilvania. Hacía décadas que se conocía su
existencia, pero hasta hace unos años no se desarrolló la técnica para perforar
esta roca que en castellano recibe el nombre de esquisto.
En pleno debate - impulsado por la Administración Obama-sobre la autonomía
energética y la reducción del consumo de petróleo, la Marcellus Shale puede ser
una bendición para Estados Unidos. El gas natural, que se usa para la
calefacción de las viviendas y para las cocinas, pero también para la producción de electricidad, emite menos
gases contaminantes que el petróleo y el carbón.
Una ventaja de la Marcellus Shale, según Matt
Pitzarella, portavoz de la compañía gasística Range Resources, es su
localización, a unos trescientos kilómetros de la Costa Este, el mayor mercado
energético del mundo.
Según proyecciones oficiales, en el 2020 el gas de
esquisto representará más de 20% del suministro total de gas en EE. UU.
En Pensilvania, donde se han perforado más de dos
mil pozos, los beneficios se notan en forma de empleos y dinero para los
granjeros. Hasta hace poco, tenían dificultades para llegar a final de mes.
Ahora algunos nadan en la abundancia.
"Amí me ha hecho la vida más fácil. No creo
que hubiera sido capaz de jubilarme", dice Deiseroth, que lleva una gorra
de Range Resources. En los mejores tiempos el pozo ha llegado a reportarle
21.000 dólares mensuales, unos 16.000 euros.
Pitzarella, de Range Resources, y los granjeros
que han sacado dinero de las perforaciones porque se han realizado en sus
terrenos sostienen que quienes se oponen a perforar lo hacen porque les habría
gustado recibir más dinero por las perforaciones. En su momento no negociaron
bien con las empresas, o sus pozos daban poco de sí.
Pitzarella admite que la industria energética
carga con un déficit de confianza. El ejemplo más reciente fue el vertido
petrolero del golfo de México. Y en Pensilvania, donde el carbón y el acero -
señas de identidad en esta región minera e industrial-dañaron el medio ambiente
y la salud de sus habitantes, los recelos parecen justificados.
Carol Jean Moten, una mujer de 52 años que vive de
la ayuda estatal, sospecha que la muerte de su padre tuvo que ver con el agua
contaminada por las extracciones de gas.
Moten saca de un armario en la casa de su madre
una bolsa pesada y se la da al invitado. "Esperábamos que nos diesen cenizas
y nos dieron eso", dice. "Sus huesos no ardieron".
La Agencia de Protección Medioambiental está
investigando los efectos del método para fracturar la roca - con una mezcla de
agua, arena y productos químicos-en el agua corriente. La incertidumbre ha llevado
al estado de Nueva York a declarar una moratoria sobre las perforaciones.
"Si una industria llegase a una región y
quisiese construir una fábrica, tendría que presentar muchos planes
medioambientales - ha dicho a la revista National Geographic Conrad Dan Volz,
director del Centro para Ambientes y Comunidades Sanas de la Universidad de
Pittsburgh-.Esta industria, al estar más difusa en una región geográfica
amplia, ha evitado este tipo de escrutinio".
Los Hallowich tampoco se fían. Llegaron en el 2007
en busca de una vida más tranquila. Ahora quieren vender la casa como sea.
Quieren huir. Quizá algún día el boom - la fiebre que recuerda a las fiebres
del oro o el petróleo-haga multimillonarios a todos los habitantes de Hickory.
Si pueden, ellos ya no estarán aquí.