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16/01/2011 | Cuba rectifica en privado

Mauricio Vicent

La asfixia económica y los masivos recortes en plantillas públicas obligan al Gobierno de Raúl Castro a reactivar la actividad privada.

 

Sí, hay motivos para el optimismo: esta vez parece que no hay marcha atrás", dice con cierta seguridad Enrique Núñez, dueño de La Guarida, uno de los paladares más conocidos de La Habana y de toda Cuba. Por este restaurante privado, que sirvió de escenario en 1993 a la famosa película Fresa y chocolate, han pasado personalidades como Jack Nicholson, la reina Sofía de España, Sting, el escritor Arthur Miller y una larga lista de artistas y empresarios, además de decenas de congresistas y políticos norteamericanos en discretas misiones diplomáticas. Fueron catorce años de manjares y éxitos, hasta que hace aproximadamente año y medio su dueño decidió cerrar el negocio por diversas razones, entre ellas "el estrecho marco legal para operar" y, sobre todo, porque no veía "claras las cosas ni el futuro".

Sin embargo, las cosas en Cuba empiezan a moverse. En lo que se refiere a la iniciativa privada y el autoempleo, al menos, el panorama y las circunstancias han variado de forma sensible y ahora, al calor de las últimas medidas del Gobierno de Raúl Castro,Nuñez acaba de reabrir su restaurante.

Esta misma semana estuvo cenando en una de sus mesas el influyente senador demócrata Carl Levin, en un viaje para evaluar los recientes acontecimientos y tomar el pulso a los posibles cambios en Cuba. "Sin duda es un momento muy interesante, la gente intuye que en Cuba está todo por hacer", afirma Núñez. Por un lado reconoce que muchas personas siguen siendo "muy escépticas" ante los cambios después de tantas expectativas frustradas. Por otro observa que "cada vez habrá más oportunidades para el que las sepa ver".

Ciertamente, La Guarida siempre fue un adelantado a su tiempo. Cuando a mediados de los años noventa Fidel Castro ensayó el experimento de las reformas obligado por el colapso del campo socialista, este paladar enclavado en el cogollo de Centro Habana no solo fue un negocio pionero, sino que se convirtió en símbolo de la nueva Cuba que pudo ser y no fue. "En aquel tiempo, nadie sabía qué iba a pasar", dice Enrique Nuñez, ingeniero de formación, al recordar las duras circunstancias del Periodo Especial, cuando decidió embarcarse en la aventura de montar un negocio privado en la costura de un sistema socialista a la vieja usanza, donde el Estado controlaba el 90% de la economía y despreciaba todo lo que oliera a particular.

"La realidad es que el cuentapropismo siempre fue visto con desconfianza. Se consideraba que era un mal necesario y una fuente de contaminación", recuerda Jesús, otro cubano con negocio particular. En el caso de los restaurantes privados, las restricciones "eran draconianas", afirma: solo podían tener 12 sillas, les estaba prohibido vender carne de res y mariscos, no podían contratar empleados -lo único permitido era la "ayuda familiar"- y además los dueños debían pagar 800 dólares de impuestos mensuales solo por abrir la puerta.

Por supuesto, todo el mundo violaba el sinfín de prohibiciones, pero muchos no supieron ni pudieron sacar a flote sus negocios privados y otros sucumbieron asfixiados por la presión. En el momento de mayor auge llegó a haber unos 600 paladares; de ellos, solo resistieron unas decenas. De igual modo, si a mediados de los noventa 200.000 cubanos tenían licencia legal para ejercer el trabajo por cuenta propia, en octubre de 2010 quedaban apenas 148.000.

Un economista cubano opina que lo que sucede hoy en su país "se parece a la reforma de los años noventa, pero tiene poco que ver con ella". En aquel momento se trataba de una situación de emergencia, la cuestión era tapar huecos para evitar despeñarse tras haber perdido el 35% del PIB en tan solo tres años. Pero "para Cuba no se trata ahora de maniobrar para sobrevivir", advierte Jorge Gómez Barata, ex dirigente del Comité Central del Partido Comunista y colaborador del diario Granma.

Esta vez, el Gobierno de Raúl Castro pretende sentar las bases de un nuevo modelo de economía mixta, en el que el Estado reducirá considerablemente su papel y se transformará en regulador, aunque mantendrá intacto el control político. El presidente cubano lo ha repetido por activa y por pasiva: el paternalismo oficial y las políticas igualitaristas se acabaron, es imposible sostener una plantilla estatal de 4.200.000 funcionarios y empleados, equivalentes al 80% de la población activa.

El plan oficial es eliminar 500.000 empleos estatales en 2011 y un total de 1,3 millones en el plazo de tres años, una cifra tremenda, que afecta a uno de cada cuatro cubanos que trabajan para el Estado.

Pero existe una generación, alerta el novelista Leonardo Padura -que está entre los 45 y los 55 años y que ha sido educada (o maleducada) en el socialismo- a la que "reciclarse" va a resultar tan difícil como salir adelante en una sociedad competitiva.

Para darse cuenta de la Cuba que viene basta darse un paseo por algunas zonas céntricas de La Habana o por pueblos cercanos como San José, capital de la provincia aledaña de Mayabeque -recién creada con el propósito de reducir la burocracia y sacar a miles de funcionarios de las plantillas infladas-. Por todos lados hay tarimas de venta de frutas y viandas, las pequeñas cafeterías florecen en cualquier soportal y también proliferan los vendedores de cazuelas, platos y otros accesorios del hogar. Hay manicuras, tatuadores, nuevas ofertas de taxis y casas de alquiler junto a chamarileo de desodorante, discos piratas o velas de fabricación criolla; en fin, un gigantesco mercadillo precario y bullanguero que apenas está despertando.

Las cifras hablan por sí mismas: entre octubre y diciembre se han concedido 75.000 licencias a cubanos que han pedido trabajar por cuenta propia en alguna de las 178 profesiones autorizadas, y eso que las hay tan increíbles como "forrador de botones", aguador, cartomántico o "desmochador de palmas". Según datos oficiales, la mayor demanda es para la actividad de "elaboración y venta de alimentos", con 22% de las licencias, mientras que la contratación de empleados, antes prohibida, se lleva el 16% de los permisos.

Un dato revelador es que si entre 1994 y 2010 se concedieron como promedio 25 licencias diarias, en los últimos tres meses son más de mil cada día. El propósito es incorporar al sector privado, de ahora al 2015, a 1,8 millones de personas. Si se tiene en cuenta que hoy, con una población activa de algo más de cinco millones de trabajadores, unas 820.000 personas son cooperativistas o trabajan por su cuenta, se entiende la magnitud del reto, que tiene descolocados a muchos dentro del propio sistema.

No son pocos los cubanos que dudan de la actual apertura a la iniciativa privada. Argumentan que, además de ser insuficiente, puede ser "reversible" y ponen como ejemplo lo que ocurrió a finales de los años noventa, cuando Fidel Castro plegó velas y cercenó la reforma flexibilizadora una vez que pasó el peor momento de la crisis.

Según Gómez Barata, "por razones diversas, las reformas iniciadas en los años noventa se detuvieron e incluso hubo retrocesos". "El nuevo siglo estrenó un clima de indiferencia e incluso de resistencia a la rectificación y las reformas, que hizo a algunos pensar en la posibilidad de que la revolución cubana fuera afectada por el inmovilismo característico de la Unión Soviética", pero "aquel momento está superado".

Raúl Castro lo dijo con todas las letras en su último discurso ante el Parlamento, el pasado mes de diciembre: "O rectificamos o nos hundimos y hundimos el esfuerzo de generaciones enteras". No hay marcha atrás esta vez.

Las nuevas normativas hoy permiten a Enrique Nuñez tener contratadas legalmente a 10 personas -por supuesto, pagando impuestos y su seguridad social- y no tener que andar por el filo de la navaja. "Eso es una buena noticia", dice. No es tan buena noticia el límite de capacidad impuesto, que antes era de 12 sillas y ahora se amplía a 20. Quizá se trate de un símbolo de otros temores y lentitudes que son también el hueso de la reforma.

En un momento de su intervención ante el Parlamento, Castro contó una anécdota nada gratuita para poner de manifiesto la ineficiencia del modelo cubano, en contraposición con la efectividad del socialismo vietnamita. "Después de la guerra de agresión norteamericana contra Vietnam, el heroico e invicto pueblo vietnamita nos solicitó que le enseñáramos a sembrar café, y allá fuimos; se le enseñó, se le trasladó nuestra experiencia", relató. Su coletilla fue: "Hoy Vietnam es el segundo exportador de café del mundo. Y un funcionario vietnamita le dijo a a su colega cubano: '¿Cómo es posible que ustedes, que nos enseñaron a sembrar café, ahora nos estén comprando café?'. No sé qué le contestó el cubano. Seguro que le dijo: 'El bloqueo".

El Pais (Es) (España)

 


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