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17/01/2011 | México - ¿Democracia sin demócratas?

Carolina Beauregard

Cuando apenas hace una década logramos la alternancia en el poder, pensamos que la transición a la democracia era un hecho consumado. Pensamos que por fin iríamos conquistando aquellas instituciones que comparten los países desarrollados, donde los gobiernos eficientes son la regla y no la excepción, gracias a un Estado de derecho real que sólo es posible en un régimen democrático.

 

Si bien una transición de tal magnitud nunca es fácil y mucho menos inmediata, lo verdaderamente preocupante, al margen de los avances estructurales en los últimos 10 años, es la inercia que persiste dentro de la clase política mexicana de conservar los valores antidemocráticos que sostuvieron por más de 70 años un partido en el poder.

Hoy, es alarmante que pretendamos ser una democracia tratando de cumplir la suma de mecanismos formales pensando que como fórmula mágica, traerán consigo el resultado deseado, cuando el sistema de principios que subyace es radicalmente opuesto al que se pretende asumir.

Citando al académico y diputado del Partido Popular Español; Ignacio Astarloa, la democracia es un cuadro de valores, una forma de vida que se traslada del ámbito de lo doméstico a lo público. Un ideal churchilliano por el que incansablemente se trabaja porque se cree en él como el mejor sistema de gobierno posible en el mundo.

Ejemplo claro del déficit de valores democráticos es lo que sucede al interior de los partidos políticos, como la problemática elección del presidente del PRD el 16 de marzo de 2008, donde ocho meses después el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación declaró ganador a Jesús Ortega, en medio de múltiples acusaciones de fraude electoral por parte de los dos contendientes, viciando de origen la legitimidad del ganador que hasta el día de hoy no logra superar.

Ante tales antecedentes y temerosos de correr con la misma suerte, en la reciente renovación de la dirigencia nacional del PRI se designó al candidato de “unidad”, Humberto Moreira. Misma tentación que el PAN ha sucumbido en otras ocasiones, como la candidatura única de César Nava en 2009. Circunstancias donde las cúpulas partidistas consideraron que la competencia interna desgastaba, dividía y daba una mala imagen del partido de cara a la opinión pública y, por ende, al electorado.

Con miras a la elección presidencial de 2012, priístas, panistas y perredistas creen que el debate y la organización de elecciones al interior de su partido no son deseables, descalificando ese sano ejercicio democrático, cuyo mérito histórico como sistema es precisamente resolver todo discutiendo, votando y no mediante la violencia. Forma es fondo, por lo que resulta paradójico que la élite política mexicana rechace el método que por excelencia legitima y resuelve controversias de manera justa y racional. Hoy se privilegia el “consenso”, la disciplina y unidad partidista.

¿Por qué el rechazo y la desconfianza a debatir? ¿Cómo vivir la democracia si no hay convicción de que es un objetivo digno de aspirar? ¿Hasta cuándo seguiremos premiando como sociedad la disciplina y obediencia por encima de la crítica objetiva y racional? ¿Será que la democracia no está pensada para los mexicanos?

De acuerdo al informe del Latinobarómetro 2010, México (31%) y Brasil (32%) son los países con la mayor cantidad de población que le dan una baja legitimidad a la democracia en toda Latinoamérica.

Otro indicador preocupante es que mientras en América Latina la satisfacción con la democracia en el periodo de 2001 a 2010 ha aumentado de 30% a 39%. En México, la relación es inversamente proporcional, ya que la cantidad de demócratas insatisfechos (22%) ha crecido por encima de la media latinoamericana (17%) sólo superada por países como Bolivia, Venezuela, República Dominicana y Perú.

La actitud de la clase política no es diferente a la que comparten muchos mexicanos, que desconfían de la democracia, sin embargo, la experiencia internacional nos ha demostrado que la división de poderes, el pluralismo partidista, el mandato de la mayoría respetando a las minorías, así como el principio de legalidad y justicia son los cimientos para el crecimiento y desarrollo económico que finalmente eleva la calidad de vida de los pueblos.

Es necesario plantearse como sociedad que no puede haber democracia sin demócratas en lo público y lo privado, no basta con parecer formalmente demócratas, en verdad hay que serlo. Para ello, debe haber hombres y mujeres dispuestos a renunciar en lo personal por el beneficio del interés público ya que tampoco es posible construir un sistema democrático sin el compromiso de los ciudadanos.

Twitter: @Caro_Beauregard

**Carolina Beauregard Politóloga de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla, UPAEP

El Universal (Mexico)

 


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