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09/01/2006 | ¿Por qué discutir sobre el diseño inteligente?

Andrew J. Coulson

Los defensores de la teoría de los orígenes humanos conocida como “diseño inteligente” quieren que se enseñe esta junto con la teoría de la evolución. Los oponentes harán lo que sea para mantener esa teoría fuera de las clases de ciencia. El desacuerdo es claro.

 

Pero, ¿por qué todos asumen que debemos decidir el asunto mediante una lucha ideológica hasta la muerte en la plaza del pueblo?

El diseño inteligente dice que la vida en la tierra es demasiado complicada para haber evolucionado naturalmente, y por lo tanto debe ser el producto de un diseñador no especificado inteligente. Muchos de los que creen en esta idea sin lugar a dudas estarían felices simplemente con que se enseñe a sus propios niños, y muchos de los evolucionistas como yo posiblemente creen que ellos deberían de tener ese derecho. Así que ¿por qué estamos peleando?

Estamos peleando porque la institución de la educación pública nos obliga a hacerlo, al permitir que haya solo una explicación de los orígenes humanos respaldada por el gobierno. La única manera para que un bando vea sus opiniones reflejadas en el currículum oficial es a cuestas del otro bando.

Este conflicto manufacturado no provee un bien público. Después de todo, ¿de verdad importa si algunos estadounidenses creen que el diseño inteligente es una teoría científica válida mientras que otros la ven como un cordero de Dios en ropa de oveja? Por supuesto que no. Mientras que seguramente hay cuestiones para las cuales el consenso es clave—como el respeto al estado de derecho o a los derechos de nuestros conciudadanos, o la tolerancia de puntos de vista diferentes, etc.—el origen de las especies no es una de ellas.

La triste verdad es que la educación administrada por el gobierno ha creado una multitud de batallas irrelevantes similares. Nada se gana, por ejemplo, al obligar a que haya conformidad con las oraciones en las escuelas, con los exámenes de drogas al azar, con la serie de celebraciones religiosas que valen la pena observar, o con la manera más apropiada de impartir educación sexual.

No solo son innecesarios estos conflictos, pero son socialmente corrosivos. Cada vez que peleamos sobre el currículum estatal oficial, ésto fomenta más resentimiento y hostilidad entre nuestras comunidades. Estas batallas inducidas por las escuelas públicas han hecho mucho para inflamar tensiones entre el EE.UU. republicano y el demócrata.

Pero mientras los estadounidenses pelean sin parar sobre enseñanzas pedagógicas, nosotros casi nunca discutimos sobre las enseñanzas teológicas. La diferencia, por supuesto, es que la Carta de Derechos excluye el establecimiento de una religión oficial. Nuestros padres fundadores fueron perspicaces en haber establecido una separación entre la iglesia y el estado, pero fallaron en prever las horrendas consecuencias sociales que resultan al enredar la educación con el estado. Esas consecuencias ahora son demasiado aparentes.

Afortunadamente, hay una manera de acabar el ciclo de la violencia educacional: la libertad para escoger de los padres. ¿Por qué no reorganizar nuestras escuelas para que los padres puedan fácilmente obtener el tipo de educación que ellos valoran para sus propios niños sin tener que imponérsela a sus vecinos?

Hacerlo sería difícil. Una combinación de rebaja de impuestos para las familias de ingreso mediano y asistencia financiera para las familias de ingresos bajos podrían darle a todos acceso al mercado de la educación independiente. Unas cuantas palabras desde la pluma legislativa podrían traer paz para todo el “frente educacional” de la guerra cultural estadounidense.

Pero seamos honestos. Por lo menos unos cuantos estadounidenses ven nuestras luchas actuales sobre el currículum estatal como un precio que vale la pena pagar. Aún en “la tierra de los libres”, hay una tentación de tomar control del sistema de la educación pública y usarlo para convertir a nuestros vecinos a nuestras propias ideas o creencias.

Además de ser socialmente divisiva y totalmente incompatible con los ideales estadounidenses, tal propaganda tampoco es efectiva. Luego de generaciones en las cuales la evolución ha sido la única explicación en las escuelas públicas de los orígenes humanos, solo un tercio de los estadounidenses la consideran una teoría bien respaldada por la evidencia científica. En cambio, 51 por ciento de los estadounidenses creen que “Dios creó a los seres humanos en su actual forma”.

Estos descubrimientos ameritan una pausa para reflexionar no solo para los evolucionistas sino también para los defensores del diseño inteligente. Después de todo, si la educación pública ha hecho un trabajo tan malo de enseñar la teoría de la evolución, ¿por qué se espera que enseñe de mejor manera la teoría del diseño inteligente?

Hay que reconocer que la promoción de la armonía social es una justificación inusual para reemplazar las escuelas públicas con los mercados conducidos por los padres. Muchos argumentos a favor de la libertad para escoger de los padres se basan en el desempeño académico superior del sector privado o de su mayor efectividad por costo. Pero cuando usted se detiene a pensarlo, ¿no cree que la combinación de estas ventajas sugiere que los mercados libres serían un diseño mucho más inteligente para la educación estadounidense?

Traducido por Gabriela Calderón para Cato Institute.
 
Andrew J. Coulson es Director del Centro para la Libertad Educativa del Cato Institute.

El Cato (Estados Unidos)

 



 
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