En el terreno militar su imagen fue siempre la de un halcón dispuesto a empresas de extrema violencia. Aquí la fama no siempre se correspondió con la realidad. Cuando resultó más cruel fue en su etapa de oficial y jefe al mando de unidades.

Por el contrario, las críticas sobre su responsabilidad en actuaciones tan graves como las acontecidas en los campamentos palestinos de Shabra y Shatila, en Líbano, nunca pudieron demostrarse. Sharon nunca dudó de que la única forma de que los palestinos respetaran y aceptaran la existencia de Israel era mostrando su disposición a ejercer contundentemente la fuerza. Sólo convenciéndoles de la imposibilidad de vencer a Israel acabarían reconociendo su derecho a existir.  

Sharon fue tan poco fiable para sus colegas en el Parlamento como previsible para la ciudadanía. En él convergía un profundo sentimiento nacionalista con la fría mente de un estratega. Como nacionalista creyó en la expansión de Israel y soñó con un país que abarcara desde el Mediterráneo hasta el Jordán.

Fue uno de los principales adalides del movimiento de los colonos, dispuestos a ir conquistando terreno mediante el establecimiento de asentamientos. Pero nadie como Sharon representa en Israel la disposición a levantarlos y trasladar la población a otros enclaves. Él fue el ejecutor material de la operación que puso fin a la presencia judía en la península del Sinaí; él ha ordenado y dirigido la retirada de Gaza y él hubiera continuado con Cisjordania si la salud se lo hubiera permitido.  

Finalmente el corazón nacionalista y expansionista se sometía a la razón estratégica. Un acuerdo de paz con Egipto bien valía la retirada del Sinaí. Los ritmos de crecimiento demográfico de la población árabe hacían inviable un Israel hasta el Jordán, por lo que resultaba aconsejable abandonar Gaza y la mayor parte de la Cisjordania.

Si la retirada no podía ser el resultado de un proceso de paz, se aplicaría un plan unilateral que girara en torno a una valla de seguridad que aislara a aquellos que no querían vivir juntos.  

Su última opción política fue, una vez más, un ejercicio de coherencia. El Likud, el partido nacionalista y expansionista por excelencia, no podía ser el instrumento para abandonar Cisjordania.

De ahí que dejara el partido que ayudó a crear y formara uno nuevo, Kadima, que aunara firmeza en temas de seguridad con la disposición a retirarse y a tratar de llegar a un acuerdo de paz con los palestinos.

Kadima sigue ahí, pero su fundador parece definitivamente apartado de la política. Sin él la opción mayoritaria pierde a su ejecutor natural.