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12/01/2006 | EL nuevo militarismo en América Latina

Enrique Ghersi

En Quito, durante la ceremonia de juramentación del presidente Lucio Gutiérrez, se dio partida al renacimiento definitivo del militarismo en la historia latinoamericana. Con la bendición patriarcal de Fidel Castro y la inspiración de Hugo Chávez, el coronel Lucio Gutiérrez consolidó un nuevo estilo de dar golpes de Estado en nuestro continente.

 

A diferencia de los antiguos, en los pronunciamientos modernos no se da un golpe para ganar, sino para perder y, después de una breve derrota y hasta una efímera prisión, premunir al golpista de la legitimidad política necesaria para ganar la siguiente elección.

El modelo lo inauguró Chávez, lo desarrolló Gutiérrez y, a no dudarlo, se convertirá en predominante en muy poco tiempo, pues los émulos de estos caudillos están por doquier en un continente donde el fracaso de la democracia es considerado una verdad por la opinión pública predominante, así como está muy difundida la desconfianza frente a los mercados libres.

Por lo pronto, en Bolivia Evo Morales parece muy interesado en practicar este nuevo estilo de golpe de Estado. Los desmanes de febrero lo acreditan sin duda. En el Perú tuvimos antes a otro espontáneo, el comandante Ollanta Humala, quien no obstante haberse levantado en armas los últimos días de Fujimori, acaba de ser "premiado" con la agregaduría militar del Perú en Francia. Tremenda necedad. Tres de los últimos dictadores militares ocuparon el mismo cargo. Después regresaron al Perú a golpear: Oscar R. Benavides, Luis M. Sánchez Cerro y Juan Velasco Alvarado. Si la historia no se equivoca, Ollanta Humala tal vez podría ser el próximo.

Caracteriza a este neomilitarismo una enemistad profunda con la sociedad democrática y la economía abierta. Da la impresión que tiene además un acento populista pronunciado y una peligrosa dosis de infiltración comunista. En el fondo, lo que representa es el descontento popular que existe contra la política democrática en Latinoamérica.

Lo paradójico es que no parece inquietar a Estados Unidos. Esto, por lo demás, podría ser perfectamente compatible con la historia, máxime ahora que después del 11 de septiembre la política exterior norteamericana está guiada exclusivamente por criterios de seguridad nacional. Si en el pasado Washington no se incomodó con Somoza, Trujillo o Duvalier, por qué habría de hacerlo con Chávez, Gutiérrez o quién fuera.

El primer militarismo latinoamericano transcurre luego de las guerras de independencia y ocupa casi todo el siglo XIX. El segundo militarismo, aunque nace en distintos momentos, según cada país, conjuga progresismo con la doctrina de la seguridad nacional y va de Getulio Vargas en Brasil y Juan Domingo Perón en Argentina a Pinochet en Chile.

El tercer militarismo, sería este que adviene. En él, habida cuenta de que no es posible instaurar un puro y simple gobierno militar por las repercusiones internacionales y el aislamiento que supondría, nuestros caudillos recurren a la estratagema de encabezar a sabiendas una revolución fallida a efectos de quedar habilitados para candidatear democráticamente contra el sistema. Este tránsito a una suerte de redivivo bonapartismo plebiscitario constituye, a no dudarlo, una nueva perversión de la democracia latinoamericana, entre las muchas tan atroces que marcan su destino.

Este artículo fue publicado originalmente el 21 de abril del 2005.

Enrique Ghersi es abogado, profesorde la Universidad de Lima, coautor de El Otro Sendero y académico asociado del Cato Institute.

El Cato (Estados Unidos)

 



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