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12/01/2006 | 'Por querer un clavo se perdió el zapato'

Sarah Honig

Nunca imaginé que me encontraría lamentando la derrota de Shimón Peres por Amir Péretz. Pero la infalible visión retrospectiva identifica sin error a Peres como no otra cosa que el clavo de herradura perdido que nos desbarató de manera real.

 

Por querer un clavo se perdió el zapato
Por querer un zapato se perdió el caballo
Por querer un caballo se perdió el jinete
Por querer el jinete se perdió la batalla


Nunca imaginé que me encontraría lamentando la derrota de Shimón Peres por Amir Péretz. Pero la infalible visión retrospectiva identifica sin error a Peres como no otra cosa que el clavo de herradura perdido que nos desbarató de manera real.

Consecuencias significativas, aparentemente sólo en retrospectiva se levantan de la cadena de causalidad que podría haber sido evitable. Si un menos confiado Peres hubiera hubiera presionado sólo a unos cuantos cientos más de presumidos veteranos laboristas a votar por él en las primarias por la presidencia del partido, ninguno de los tramposos políticos de hoy se hubieran manifestado con el impresionante potencial de impacto sobre nuestro completo futuro nacional.

Un gracioso, falsamente modesto Peres hubiera entonces agradecido profusamente a sus partidarios y se hubiera sometido humildemente a lo que una vez fue eufemísticamente en el habla del laborismo como din hatnuá . la decisión del movimiento.

En los alegres viejos tiempos de Mapai (el antiguo nombre del laborismo) la mayor´ía de nosotros pensaba que la politiquería israelí no podría descender a un pozo más bajo que el de la hipocresía del din hatnuá. Ingenuamente lo considerábamos el fondo rocoso, sólo para descubrir inevitablemente un estrato más bajo por debajo de lo que creíamos era el fondo absoluto.

En aquellos tiempos pasados, la ambición de todo político ambicioso era aparentar no ser ambicioso. Los políticos se afanaban por camuflar sus intereses personales, parecer no presuntuosos y persuadir a los otros de que lo último que deseaban era el poder y la influencia. La afectación de rigor era eludir el honor y la fama. Los que emergieron a las alturas siempre hicieron un gran esfuerzo para mostrar que habían sido obligados, contra sus inclinaciones más íntimas, a ocupar posiciones de prominencia por medio de una deferencia resistente a los dictados del movimiento, din hatnua.

Ahora que se ha evitado que Peres recurra a la básica insinceridad de los viejos tiempos, no queda nadie que pretenda que no otra cosa sino maquinaciones motivadas personalmente desaten cataclismos políticos. Los principios, aun débilmente declamados, están ausentes.

Los ideales no fueron obviamente el único factor en juego incluso en el pasado, pero no obstante fueron potentes.

Hoy todo es conveniencias. Entonces, el partido que fundó Jabotinsky debate si le conviene ser visto como más o menos nacionalista, la trasnochada maravilla política lanzada por Sharón se enorgullece de decirle nada a todos, y el movimiento de Beni Katzenelson se ha extraviado en un callejón marxista sin salida como consecuencia del accidente de la derrota de Peres.

Si esto último no hubiera ocurrido, el laborismo hubiera seguido siendo la familiar reserva del conformista y acomodado sistema elitista. Un Peres victorioso, feliz de continuar recorriendo el mundo como Vice Primer Ministro de Sharón no hubiera hecho salir a su facción cargada de carteras de la coalición empequeñecida. Sin punzante humillación no hubiera tenido razón para ver la luz, correr hacia la pancarta de Sharón y proclamar que él es la única esperanza para el “Nuevo Medio Oriente”. Sharón no hubiera tenido pretexto para lanzar su “bing bang”. No se hubiera llamado a elecciones adelantadas. Menospreciados miembros de la última fila del Likud , a los que Sharón premió por abandonar la plataforma de su partido estarían eventualmente jurando lealtad al ethos maximalista de Jabotinsky.

Lo mismo con los laboristas que Sharón sedujo. Más brillantes perspectivas tendrían Jaim Ramón, Dalia Itzik y los demás si hubieran permanecido como discípulos de Katzenelson. Pero la pérdida de Peres se transformó en su pérdida. Sin un remo para remontar el arroyo del laborismo, no les quedó más que aferrarse a la cuerda salvadora de Sharón.

Tal como parecen las cosas, la ignominia de Peres hizo posible toda una serie de oportunismos. Un triunfo de Peres le hubiera negado al Prof. Avishay Braverman un carromato político al que subirse y no hubiéramos oído al ministro de finanzas designado por Péretz cantar su propias alabanzas tan sin reservas sin explicar cómo casaría el populismo con la libre empresa.

Otro profesor, Uriel Reichman, hubiera seguido siendo el gurú de Shinui en lugar de decirnos que no se hubiera unido a Sharón si no hubiera sido por el compromiso de Sharón de nombrarlo ministro de educación. Demasiado para mentes esclarecidas.

No más din hatnuá. Es la ventaja individual o nada – ejemplo: Shaul Mofaz. Tan desembozado interés propio está ligado a afectar los intereses del partido. Sharón pisoteó impúdicamente la noción de gobierno de la mayoría y tolerancia para las opiniones disidentes. Desconoció el referéndum del Likud y castigó a los ministros desobedientes. No está atado por obligaciones mundanas a especificar sus planes al electorado. Ellos no son asunto suyo. De acuerdo a su concepto de democracia, el deber de los votantes es meramente seguir, aplaudir y encargar a su hombre fuerte que vea desde su altura lo que los bajos de la plebe no pueden ver.

Por su parte, Péretz desfila como el campeón del pueblo. Él secuestró a la multitud del laborismo en su nombre explotando la infraestructura de la Histadrut, la fuerza organizacional y los grandes ultra-despiadados sindicatos para producir miembros del partido instantáneos y votos en las primarias. Ehud Barak estuvo en lo cierto cuando denunció que las listas del partido estaban llenas de ficticios recién llegados que desviaron las primarias. Hasta los tribunales internos del partido estuvieron de acuerdo.

En consecuencia, la ilícita afiliación al partido, que precedió a las primarias del laborismo y determinó quién podría votar en ellas, no fue un mero escándalo doméstico irrelevante más allá del contexto del laborismo. Mirando hacia atrás, nos damos cuenta de que ella aflojó el clavo del destino.

Ella permitió que un autócrata (con intenciones ocultas) y un demagogo (que tal vez no sabe muy bien dónde atacar después) hundieran la política israelí en peligrosas profundidades, donde hay muy poco más que posturas seudo democráticas. La cosa verdadera – incluyendo el respeto por los rivales, la amplitud de criterio hacia las posiciones antagónicas, la apertura honesta, la confiabilidad, la adherencia a la ideología profesada y, sí, hasta el din hatnuá – no pueden ser hallados en este irredimible y cínico abismo.

Caímos en ello tan abruptamente, de cabeza y sin salvación, por el deseo de un clavo de herradura – sólo porque Peres fracasó, una vez más, en romper su racha perdedora. Desde allí, toda la consecuente conmoción no ha sido más que desvergonzado egotismo.


Jerusalem Post -

El Reloj (Israel)

 


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26/09/2005|

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