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12/01/2006 | ¿Por qué es importante la sucesión de Sharón?

Pablo de San Roman

Independientemente de cómo resulten los esfuerzos médicos por salvar la vida del premier israelí, Ariel Sharón, lo que está claro es que debe plantearse un camino de sucesión.

 

No porque no haya demostrado el premier decisión parta afrontar los complejísimos retos de su región, sino porque su exigida mente le dijo basta, y posiblemente también su vida. Intentando guardar los cuidados naturales de una situación de este tipo, lo que sobreviene ahora es la sucesión del poder en Israel.

¿Por qué es tan importante esta cuestión? Lo primero que hay que decir es que todo el mundo –casi literalmente- arriesga controvertidas hipótesis sobre la dificultad que representa ostentar el poder en Israel. Por el carácter eminentemente doctrinal-religioso del origen del pueblo hebreo; por la diáspora vivida a lo largo de muchas generaciones; por la persecución sufrida durante muchos años (aunque no la única en el mundo); y por la controvertida relación con sus vecinos árabes. Pues todo ello contribuye a configurar las más arriesgadas aventuraciones sobre el futuro del poder en Israel. Pero ¿qué es lo realmente imprescindible en un análisis certero de la situación?

Primero, la inseguridad latente y opresora que día tras día vive su sociedad. Esa especie de lucha contra los desquicios del fundamentalismo que huye de toda lógica y que perpetra sus ataques bajo las más inesperadas argumentaciones. En una condición de estas características, la seguridad va estrechamente asociada a la constitución –y solidez- del poder central. La continuidad de un liderazgo firme y sólidamente asentado es vital para las aspiraciones en materia de seguridad (y de supervivencia a estas alturas) del pueblo israelí.

La segunda y fundamental cuestión –vinculada a la primera- es la no interferencia de la relación entre Israel y los Estados Unidos. O, para ser más exactos, la necesidad de no ofrecer fisuras en esta relación que permitió, durante mucho tiempo, y aún en la actualidad, que la sociedad israelí contara con un aliado de excepcional poder para manejar los asuntos internacionales (y aún de orden interno). Es cierto que Estados Unidos aprovecha esta sociedad para desarrollar sus proyectos en ese volátil enclave que es Oriente Medio. Pero también ofrece un factor de imprescindible estabilidad bajo una racionalidad que no es la del fanatismo, ni la del tormento suicida. El sucesor de Sharón deberá observar –bajo cualquier circunstancia- la continuidad de esta relación estratégica.

En tercer lugar, un factor de orden interno. Ariel Sharón había logrado constituir una base política de extendida legitimidad que cumplía con dos requisitos fundamentales: un consenso amplio en los propios israelíes (que lo siguieron aún abandonando su partido original) y una aprobación general sobre sus decisiones en materia de seguridad y política exterior.

El desfalleciente primer ministro había alcanzado el cargo en base a una fuerte convicción sobre el resguardo de la integridad territorial y física –tal fue su emblema electoral- pero con una inobservada experiencia en la gestión del poder. Su capacidad de mando y su militancia activa en el terreno global, hicieron que su figura se transformase, hasta los últimos segundos, en un factor de estabilidad imprescindible. También de confianza. La solvencia de Sharón soportó los embates externos tras la construcción del llamado "muro de seguridad", y el ataque bastante ideologizado de quienes aspiran al poder, pero nunca tuvieron la responsabilidad de ejercerlo.

No se aventurarán aquí nombres. La responsabilidad que implica producir una transición bajo estas circunstancias exige que, tanto analistas como observadores entusiastas de la realidad internacional guarden un especial cuidado. El pueblo israelí ha dado líderes excepcionales durante las últimas tres o cuatro generaciones. Debatidos en la turbación radical del fundamentalismo islámico, han logrado constituir un orden de cosas que hace que hoy, por ejemplo, Israel sea lugar de destino de muchos inmigrantes.

La capacidad de sobreposición demostrada por la sociedad israelí se vio reflejada en la figura de sus líderes. Aún a costa de pagar con la vida. Se espera que, bajo estas circunstancias, la elección sea de la misma categoría. La paz en la región parece no tener un horizonte cercano. Las intolerancias sobrevienen en ese campo una y otra vez, disolviendo las aspiraciones de cada proceso de paz emprendido. Pues esta será, nuevamente, la más decisiva y fundamental tarea que el continuador de Sharón deba acometer. El mundo espera esa determinación.

Diario Exterior (España)

 



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