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13/01/2006 | La Revolución francesa de Sarkozy

Javier Gómez

El ministro del Interior plantea, en su programa presidencial para las elecciones de 2007, una reforma «en profundidad» de las instituciones galas ? Propone una versión de la Constitución Europea más corta que se ratifique sin referéndum

 

Tenía que ser en un teatro, la salle Gaveau, con su escena y sus anfiteatros, sus sillas doradas y sus ornamentos, donde el ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, representase su primera «función» de 2006, decisiva en una carrera al estrellato que tiene por última etapa el Palacio del Elíseo.
 
Un discurso de año nuevo que el ambicioso Sarkozy convirtió ayer, ante un auditorio repleto, en un manifiesto para la modernización de Francia y resumen de su futuro programa presidencial.
 
El punto clave fue la reforma «en profundidad» de las anquilosadas instituciones galas. El líder de la UMP prometió convertir al intocable presidente de la República galo en un gobernante responsable ante su Parlamento y ante la opinión pública, como lo son el primer ministro español o el presidente estadounidense.
 
Un refuerzo del jefe de Estado, guión escrito con deleite por Sarkozy, dispuesto a enfundarse ese traje en 2007.
 
El objetivo es sacudir el polvo al rol presidencial, que la V República convierte casi en «monarca electo», sacarlo de su retiro solipsista en el Elíseo (tentación en la que han caído sus dos últimos inquilinos, Mitterrand y Chirac), hacerlo responsable directo del Gobierno y someterlo al tiro de feria (mediático, parlamentario y ciudadano) que supone la política en la vida real.
 
El primer ministro pasará a un segundo plano, reducido a «coordinar» la labor ministerial. La contrapartida será un mayor control democrático del «nuevo presidente», que rendirá cuentas ante la Asamblea.
 
Un pliego de iniciativas que no puede tacharse de conservador ni de lo contrario, sino más bien de regeneracionista, en un país donde la ley impide al jefe de Estado pisar cualquiera de las Cámaras.
Un cambio de época que Sarkozy dijo querer extender a los partidos tradicionales, para recuperar de su descontento a los abstencionistas y a los muchos millones que en Francia se decantan por la ultraderecha.
 
Nicolas Sarkozy no circunscribió sus deseos de cambio al Hexágono francés, sino a toda la UE. El ministro dibujó un horizonte que pasa por la aprobación de una versión «más corta» de la Constitución Europea.
 
El nervudo político propuso impedir nuevas adhesiones hasta que no se reforme la UE y sustituir el motor francoalemán por un G-6 (los dos anteriores, más España, Italia, Reino Unido y Polonia) que marque el paso a los pequeños países.
 
 «Malta recibe en un año los mismos inmigrantes clandestinos que España en un día. Su voluntad de conseguir una política de inmigración común no puede ser la misma», terció Sarkozy, en uno de sus peculiares ejemplos, más contundentes que matizados.
 
 El presidente de la UMP volvió a repetir su receta de Gobierno. En economía, reformas y aligeramiento de un Estado «impotente y ahogado por la deuda». En materia de seguridad e inmigración, explicó que «Francia necesita más autoridad» y anunció la controvertida creación de un colectivo de 1.000 reservistas, voluntarios que «llevarán signos distintivos, no estarán armados y harán labores de mediación».
 
El discurso de ayer fue «un paso más para la candidatura de Sarkozy en 2007», según resumió acertadamente el Partido Socialista.
 
Una campaña que el dirigente conservador da por comenzada y que, más que a derecha contra izquierda, enfrentará a optimistas contra realistas. El ministro es la cabeza visible de esta última tendencia. Ayer subrayó la «exasperación de los franceses» y el «fracaso, desde hace 30 años», de las políticas sociales y económicas galas.
El agorero Sarkozy respondió con ironía al cabecilla de la otra facción, el primer ministro, Dominique de Villepin: «Los sobresaltos sobre la 'grandeur' de Francia cada vez disimulan menos la amplitud del terreno perdido».

La Razón (España)

 



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