Ahora resulta que deberíamos aceptar, como parte de la “normalidad democrática”, alianzas tramposas que pretenden engañar a la ciudadanía, llevando a la competencia a candidatos tránsfugas de otro partido, sin proponer un programa o siquiera un objetivo común útil a la gente: sólo presentan a una persona que, inconforme por no haber obtenido una candidatura de su propio partido, se presta a la farsa de competir cobijado por varias fuerzas políticas, sin proyecto, sin debate de ideas y sin compromiso claro ante los votantes.

¡Ah! pero hay un ingrediente más en este remedo de democracia, y es que los “líderes” de los partidos aliados tienen detrás patrocinadores con mucho dinero para comprar voluntades, robarse estructuras electorales, recurrir a las amenazas, al chantaje, a la extorsión, a la utilización de programas públicos de apoyo social con fines electorales, y cosas peores como usar a los medios de comunicación para difundir acusaciones sin sustento de supuestas complicidades con el narco de uno de los candidatos, pocos días antes de la fecha de la elección.

Estos aliancistas operan bajo el lema de “todo se vale, con tal de ganar” y lo que menos importa es la gente, la democracia, la legalidad o las instituciones, por supuesto tampoco el país o el estado, en este caso Guerrero, por cierto el cierto el más pobre del país.

Lo que aportan estos “caballeros de la política” es confusión, desprecio por la política y ejemplos funestos de excesivo pragmatismo y falta de ética. Como si no fuera suficiente con la descomposición que se observa por todas partes y la corrupción que corroe a la sociedad.

La democracia electoral por la que muchos mexicanos votamos y optamos en el pasado, se quedó en la historia y no tiene nada que ver con el hoy y con el futuro próximo. En esa democracia los partidos debían jugaban un papel en el planteamiento de ideas y programas diversos de gobierno entre los cuales los votantes podían optar.

En la elección de Guerrero no hubo ideas, ni opciones sólo una batalla descarnada y descarada por el poder, a cualquier precio, y para servir al grupo que impulsa este juego perverso y socialmente dañino.

Alguna vez, no hace mucho, un presidente de la República dijo que ojalá México no se convirtiera en un país de cínicos. Qué triste que hoy otro presidente de la República, junto con el jefe de Gobierno de la principal ciudad y los dirigentes de tres partidos integrantes de una hipotética “izquierda” pongan claramente el ejemplo de ese cinismo que ya no cuida ni las formas y que no se preocupa en lo más mínimo por las posibles sanciones legales o sociales. Parecen más bien atenerse a la impunidad que lamentablemente azota a nuestra patria.

Esta misma mañana, en la ceremonia de apertura del Congreso de la Unión, dos reclamos llamaron mi atención: uno solicitando paz para el país y alto a la violencia; el otro expresado por un miembro de la bancada del PRD pidiendo la renuncia del presidente Calderón.

Me pregunté ¿qué parte del PRD es la que, olvidando su ideario y rechazo evidente de su partido contra Calderón cuanto sintieron que éste le había robado la elección a López Obrador, es la que ahora se entrega, sin razón válida alguna, al personaje que hasta hace unos meses llamaban ilegítimo. ¿Y qué motiva al presidente, quien debiera gobernar para todos, a fomentar alianzas contra-natura con el único propósito de no entregar el poder al PRI, partido que se ha levantado electoralmente y ha tenido la capacidad de construir un discurso de altura y convincente para una parte de los mexicanos?

Por supuesto, el señor Calderón se da cuenta de que los resultados de su gobierno son muy malos y que tanto la economía y el empleo, como la equidad social, la pobreza y la seguridad pública han empeorado. ¿Estará anticipando la derrota de su partido por su pésimo ejercicio de gobierno? ¿Justificaría esa percepción su actuación parcial y antidemocrática, así como el uso ilegal de recursos públicos para que “triunfen” los aliancistas?

Por su parte, ¿los perredistas creen que todo este espectáculo deprimente, incluido su desdibujamiento y su resquebrajamiento como “partido de izquierda”, le será útil a alguien? Bueno, quizá sí, a Marcelo Ebrard, quien se contagió de “izquierdismo” muy recientemente y, si juzgamos por su prominente presencia y su júbilo por el triunfo de su “nuevo amigo”, estará haciendo cuentas del número de gobernadores que serán sus deudores para el momento de la contienda presidencial.

Y mientras tanto, los ciudadanos vemos con tristeza y temor cómo se debilita la democracia formal; cuánto se aleja la democracia real, que debería resultar en beneficios económicos y sociales para todos; y de qué manera algunos gobernantes dilapidan el dinero en aras de un triunfo que no le servirá a Guerrero, a la ciudad, o al país, sino sólo a los intereses mezquinos de unos cuantos.

¿Será esta una manera de aportar a la recuperación de la paz y la tranquilidad social? ¿Es que así suponen que se enriquecerá la democracia?.

 metropoli@eluniversal.com.mx