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05/02/2011 | El Salvador: La visita del presidente Obama

Manuel Hinds

Recientemente, el presidente Barack Obama anunció su intención de visitar El Salvador en una gira en la que visitará sólo dos países más en Latinoamérica: Brasil, la economía más grande, y Chile, el país con la economía más liberal de la región.

 

Varios otros países han expresado su descontento por no haber sido incluidos en el itinerario del presidente Obama, incluyendo países mucho más grandes que el nuestro, como Colombia, Perú y Argentina. El haber sido incluido en el itinerario del presidente es, sin duda alguna, una distinción importante que EE.UU. confiere a El Salvador.

La pregunta surge naturalmente: ¿Por qué habrá escogido el presidente Obama visitar El Salvador cuando hay tantas otras alternativas? Por supuesto, no podemos saber la respuesta a ciencia cierta. Pero podemos especular.

Ciertamente que se ha mencionado el tema de las drogas, que sin duda será parte de la agenda. Pero este tema es común a varios países. Si esta fuera la razón de la visita, podría haberse organizado una reunión de todos los presidentes de Centro América para discutirlo. Hay otras posibles respuestas, compatibles entre sí, que es interesante explorar.

Una es que que EE.UU., a pesar de las diferencias de tamaño y desarrollo, ha dado distinciones comparables a El Salvador en otras ocasiones. Los dos predecesores inmediatos de Obama, Bill Clinton y George W. Bush, visitaron el país siendo presidentes. El presidente anterior a Bill Clinton, George Bush, visitó El Salvador en 1983 cuando era vice presidente de Ronald Reagan. Antes que ellos, otro presidente, Richard Nixon, visitó el país cuando era vice presidente de Dwight Eisenhower en 1954. Otro vice presidente de Reagan, el que sirvió en su primer período, Dan Quayle, visitó también El Salvador en 1983. Es decir, cuando el presidente Obama desembarque en El Salvador, será el cuarto presidente, y el tercero consecutivo, que visitará el país. Dos presidentes más vinieron siendo vice presidentes. La amistad ha sido grande.

Otra posible respuesta es que hay un claro factor común en los otros dos países que el presidente visitará. Ambos —Brasil y Chile— son democracias maduras que sufrieron por un largo tiempo por una terrible polarización entre la derecha y la izquierda, que detenía el progreso económico, social y político de sus sociedades. En ambos, la incertidumbre que producía la posibilidad de que la izquierda tomara el poder e introdujera el comunismo detenía la inversión y el crecimiento. Y ambos —Chile en los noventa y Brasil en el 2000— pasaron por una transición en la que la izquierda tomó el poder y en vez de tornar esos países en réplicas de Cuba, mantuvieron la estructura liberal de sus economías y sus instituciones democráticas. En ambos países, esta transición llevó a una aceleración del desarrollo en todas sus dimensiones porque la posibilidad del comunismo fue descartada definitivamente. Ahora, los inversionistas en ambos países se sienten seguros de que el régimen de libertades económicas y políticas se mantendrá, independientemente de la ideología del gobierno de turno.

La elección de gobiernos de izquierda en ambientes políticos de gran polarización, que claman ser moderados se ha dado en otros dos países latinoamericanos —Uruguay y El Salvador—, que además comparten otra característica: su pequeño tamaño, de tal manera que podríamos pensar que si el presidente Obama hubiera querido estructurar su itinerario para visitar países que han enfrentado esta transición hubiera tenido que escoger entre estos dos. Pero hay una diferencia clave: en Uruguay, la transición ya se dio, mientras que en El Salvador, aunque la percepción es de que ya se dio también, la realidad es que no se ha dado. Aquí, el presidente mantiene una actitud agresiva contra el sector privado, culpándolo de todos los problemas que tiene el país e ignorándolo olímpicamente en la toma de decisiones.

Ciertamente, el presidente mantiene un Consejo Económico y Social como un supuesto foro de consulta. Pero la percepción en el sector privado —tanto empresas como sindicatos no politizados— es que es un foro falso, establecido para dar apariencias sin cambiar las realidades.

El presidente ha justificado su alejamiento del sector privado con la peregrina idea de que éste, o sectores de éste, están tramando un golpe de estado, algo que todo el mundo en el país sabe que no está pasando y que no puede pasar. El presidente parece usar esta acusación gratuita, y otros ataques verbales contra el sector privado, mezclados con ataques también verbales contra su propio partido, el FMLN, como un mecanismo político para situarse al centro. Se pinta a sí mismo como una víctima de ataques de la izquierda y la derecha que no lo dejan trabajar. Esto puede trabajar en su imagen fuera del país, pero no logra la despolarización que El Salvador necesita y que los líderes de Brasil y Chile lograron en sus países. Al contrario, polariza más la situación y esconde tras excusas la ineficiencia de un gobierno separado de la vida real de la economía por sus ataques continuos al sector privado.

El presidente Funes ha expresado muchas veces su admiración por el presidente Barak Obama de EE.UU. Lo mencionó en su discurso inaugural, junto con el presidente Lula de Brasil, como uno de los dos líderes que él estaba tomando como modelos para su administración. Esto es excelente porque no hay nadie mejor que el presidente Obama, que hace poco llamó al sector privado a trabajar junto con el gobierno por el progreso del país, para ayudar al presidente Funes a comprender la necesidad de ejercer su liderato para unir, no para dividir más a una sociedad que ha sufrido tanto con la polarización. Ojala que el presidente Obama pueda ayudar a El Salvador a eliminar esta polarización y contribuir así, más que con dólares, al desarrollo del país.

Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de Hoy (El Salvador) el 4 de febrero de 2011.

El Cato (Estados Unidos)

 



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