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12/02/2011 | Hosni Mubarak, el dictador que se creyó un faraón

Mónica G. Prieto

Al final, no pudo con el poder de las masas. Tras 18 días de protestas incesantes por una abrumadora mayoría de la población, Hosni Mubarak, el único presidente que han conocido dos generaciones de egipcios, se ha visto obligado a dimitir el cargo que ha ocupado a lo largo de las últimas tres décadas.

 

La dinastía del terror

La avanzada edad del 'rais' y sus inevitables achaques, como el que le llevó a un quirófano aleman en marzo del pasado año, hacía temer la desaparición de su rostro pero no de su régimen, ni siquiera de su apellido. Porque Mubarak, de 82 años, 30 ellos detentando el poder de forma autoritaria y burlándose de las urnas, estaba amarrando su sucesión en la figura de su hijo Gamal.

Los egipcios parecían condenados a una dinastía al más puro estilo faraónico porque, como dicen hoy los jóvenes en los foros de Internet, desconocían que se podían enfrentar al régimen. Pero la impunidad policial les llevó a organizarse y el modelo tunecino les dio la fuerza necesaria para superar su miedo. Un puñado de ellos arrastró a toda una población, y ahora es indudable que el dictador, apodado por sus detractores 'la vaca que ríe' por la resplandeciente sonrisa con la que aparece en los retratos oficiales, tiene los días contados.

Su prepotencia y su negativa a hacer las reformas que su pueblo, desesperado, empobrecido y constreñido por tres décadas de estado de emergencia, viene exigiendo desde hace tiempo le ha cavado su tumba política. Pero poco podía temer el 'rais' Mubarak que su pueblo osara enfrentarse a su maquinaria represiva hace unas semanas. En el miedo basó la estabilidad interna, y en su alianza privilegiada con Estados Unidos y con Israel (es uno de los dos únicos países árabes que mantiene un acuerdo de paz con el Tel Aviv) su influencia externa. Se consideraba invencible y resultó ser tan vulnerable al juicio de su pueblo como cualquier otro dirigente.

Orígenes militares

Su camino hacia la presidencia se lo facilitó el estamento militar. Nacido en mayo de 1928 en Menufia, provincia situada en el Delta del Nilo, con 21 años se graduó en la Academia Militar Egipcia. El mismo año de su graduación, en 1949, pasó a la Fuerza Aérea: su formación como piloto de combate le llevó a la Unión Soviética en varias ocasiones para ampliar conocimientos, y su ambición le llevó a subir peldaños en la carrera militar. En 1969, ya era jefe de Estado Mayor de la Fuerza Aérea; en 1973 ganó honores de héroe de guerra por su papel en la guerra de Yom Kippur, y un año más tarde fue nombrado viceministro de Defensa.

En 1975, Anwar al Sadat le nombró vicepresidente de la República Arabe de Egipto. Cuando aquel fue asesinado en 1981 a manos de islamistas, durante una marcha militar celebrada en El Cairo, Mubarak esquivó las balas y además accedió a la Presidencia para sorpresa de muchos, ya que no era muy conocido por la población.

Desde entonces ha demostrado ser un superviviente, tanto en el sentido físico como en el político. En el primero, ha sobrevivido a seis intentos de asesinato, según el recuento de la BBC: el que más posibilidades tuvo de matarle sucedió en la capital etíope, Addis Abeba, cuando la limusina en la que se dirigía a la cumbre de líderes africanos fue atacada.

Salvar de la amenaza islamista radical

Eso, a pesar de que Mubarak mantuvo los motivos que llevaron a los radicales a asesinar a su predecesor: los acuerdos de paz con Israel con los que una significativa parte de la población no simpatiza, sobre todo teniendo en cuenta la proximidad de la franja de Gaza, que llegó a estar administrada por Egipto y que comparte frontera con la nación árabe. Los mismos acuerdos de paz que, por primera vez en la Historia, llevaron a la Liga Arabe a suspender la participación de Egipto en su institución durante hasta 1989, cuando el país fue readmitido con todos los honores y la Liga arabe trasladó su cuartel general a El Cairo.

En el exterior, Egipto mantuvo con Mubarak el liderazgo suní regional, siempre disputado -aunque amigablemente- con Arabia Saudí. Su presencia en las infructuosas conferencias de paz de Oriente Próximo le han puesto siempre ante los focos y sus relaciones privilegiadas con Occidente son indiscutibles. Nadie le reprochaba en voz alta las violaciones de los derechos humanos, la represión policial o el estado de excepción que arrebataba las libertades esenciales de sus ciudadanos desde que llegara al poder.

Su régimen alegó que era necesario mantenerlo en vigor para salvar a Egipto de la amenaza islamista radical, que golpeó el sector turístico en los años 90, pero la población lo considera una excusa para gobernar ignorando los más básicos derechos humanos. Pero Mubarak puede ser el rey del disfraz, como demostró en su primer discurso tras la crisis, cuando en lugar de disculparse por la falta de reformas afirmó sentirse identificado con los pobres del país y sufrir personalmente por el problema del desempleo.

Ha jugado siempre con la democracia como si fuera su coto privado: convocó cuatro referendos (1987, 1993, 1999 y 2005) de validez cuestionable, jamás supervisados por observadores internacionales, que confirmaron su mandato. Era difícil que ocurriese lo contrario, dado que en los tres primeros no permitió que nadie le disputase el cargo. En el cuarto, presionado por Estados Unidos, se vió obligado a modificar levemente la Constitución para aceptar competencia, aunque las elecciones presidenciales siguen sin ser abiertas: la ley es tan restrictiva que cualquier candidato que no sea el mismo Mubarak o esté respaldado por él tiene escasas posibilidades siquiera de medirse con el 'rais'.

El resto de elecciones han sido igualmente irrisorias: las últimas, hace apenas tres meses, contaron según el partido con una participación masiva. El Partido Democrático Nacional, la formación de Mubarak, obtuvo según el particular recuento del régimen 420 de 508 escaños, es decir, el 81% de la Asamblea del Pueblo. Los Hermanos Musulmanes, organización semi-legal de enorme peso popular, pasaron de tener 88 a 1 solo diputado en otro signo de la impunidad que rodea al régimen. La bofetada política fue tan violenta que se retiraron de la segunda vuelta electoral. La organización islamista tiene un enorme arraigo en la calle egipcia, especialmente en las provincias, donde las condiciones económicas son miserables, y cuanta más corrupción rodea al entorno de Mubarak, más aumentan sus filas.

Opositores como el escritor Alaa al Aswani denunciaron cómo habían visto grabaciones que mostraban a funcionarios del PDN rellenando urnas vacías con votos, y cómo muchos electores fueron apartados de los colegios electorales con violencia. Murieron 10 personas cuando trataban de ejercer su derecho al voto. Los cálculos más optimistas hablan de una participación del 25%. El presidente, siempre ausente de la realidad, calificó la cita electoral de "hito democrático" para indignación de su agotada población.

El debate de la sucesión, que había ocupado en los últimos meses los medios egipcios, ya no se planteará, ha quedado viejo. Finalmente, el 'rais' se ha visto obligado a dejar su trono.

El Mundo (España)

 


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