Efecto contagio.La desesperación de los jóvenes africanos no encuentra canales para expresarse.
En África
subsahariana hay mil Mohamed Bouazizi. O un millón. El joven tunecino que
se inmoló arrancó así la revolución de los jazmines y, de pasó,
incendió el mundo árabe no era un caso único. Al revés. África negra está llena
de jóvenes con estudios, desesperados por sacar su familia adelante (Bouazizi
vendía verduras en la calle) y hartos de humillaciones. Hay mil Bouazizi porque
los contextos de pobreza, paro y falta de libertad no son extraños en el
continente. Pero ¿esos factores son suficiente para que las revoluciones árabes
naveguen Nilo abajo y se expandan en el continente negro? Cuando nadie lo
esperaba, Egipto y Túnez dijeron basta a la injusticia y adiós al dictador. ¿Y
tú, África negra?
Cuando
Ngozi Okonjo-Iwealam, directora ejecutiva del Banco Mundial, atiende a este
diario durante unas conferencias en Kigali (Ruanda), deshoja la situación en
dos tandas: “Cada país tiene su dinámica y particularidad, pero los gobernantes
africanos pueden sacar dos lecciones de lo ocurrido en Egipto y Túnez. La
primera es que África es un continente joven, con el 50% o 60% de la población
menor de 25 años. Esa juventud puede ser beneficiosa si hay trabajo. Si no,
crece la insatisfacción. Hay que educar, pero con un objetivo”. La ex ministra
de Exteriores y Finanzas de Nigeria sigue: “La segunda lección es que la
libertad de expresión es clave. La gente tiene que sentir que su voz tiene
impacto, que puede cambiar las cosas”.
Okonjo
evita nombres propios, pero los hay. En Zimbabue, donde el veterano Robert
Mugabe (la semana que viene cumple 87 años) gobierna desde hace tres décadas,
la libertad de expresión es casi tan quimérica como encontrar trabajo: según la
CIA, es el país con la tasa de paro más alta del mundo, casi el 95%. La
eternidad de Mugabe en el sillón presidencial no es una excepción. En Camerún,
Uganda, Angola, Guinea Ecuatorial o Congo llevan más de un cuarto de siglo con
el mismo líder. En Togo o Gabón los presidentes son los hijos del antiguo
dictador.
El
ministro de Trabajo de Ruanda, Anastase Murekezi, subraya la importancia de la
legitimidad para lidiar con las revueltas. “¿Por qué se levanta un país como
Túnez, cada vez más desarrollado y donde la gente no sufre para comer y las
mujeres tienen más libertades que antes? Porque no podemos separar el buen
gobierno del desarrollo. Sólo desarrollo no es suficiente”.
Pero
para que el desencanto haga clic hace falta educación. El director del Programa
Mundial de Alimentos en Malawi, Abdoulayé Diop, es gráfico en su análisis. “Hay
cada vez más licenciados y doctorados africanos pero no se les da salida ni se
aprovechan en el desarrollo del país. Es una bomba de relojería, hay que darles
una salida”. En 1970 había en toda la región subsahariana sólo 200.000 alumnos
de educación superior, hoy hay más de cuatro millones. Aunque siguen siendo
pocos (apenas el 6%, cuando en los países árabes el 24% tiene estudios
superiores), el crecimiento anual de estudiantes avanzados dobla al de
cualquier otra parte del mundo.
También
está internet. Las revueltas del norte de África se bautizaron
como revoluciones de Facebook o Twitter porque la red
permitió organizar la protesta. El ghanés Emmanuel Akwetey, director ejecutivo
de IDEG, organización de investigación política y abogacía, dirige hacia ahí
sus temores (o esperanzas). “Potencialmente sí puede haber efecto contagio, los
líderes de la revolución son jóvenes educados, sin trabajo y que controlan
canales como Facebook o Twitter; eso empieza a existir en África subsahariana”,
opina. Aunque la tecnología está al alcance de una minoría, las previsiones
hablan de un futuro conectado: en el 2015, los móviles con conexión a internet
se habrán multiplicado por 22.
Pero si
la semilla social de las revolución egipcia y tunecina están en África negra,
las diferencias dificultan salir a la calle. El norte de África, de mayoría
árabe, apenas tiene similitud con la heterogeneidad del África negra, donde además
la pertenencia a la propia tribu es más fuerte que la conciencia nacional. Sólo
Somalia, Ruanda, Burundi o Botsuana rivalizan en homogeneidad nacional con los
vecinos del norte.
Luego
está el olvido. Hace dos semanas, una periodista francesa de Johannesburgo
recibió una llamada de un amigo desde Gabón. “¿Qué demonios hacéis? Aquí
estamos saliendo a la calle para protestar y nadie dice nada”, le espetó. La
policía disparó gases lacrimógenos y detuvo a treinta personas antes de ahogar
la protesta.
"El
mundo debe levantarse"
Unas
gotas de los ánimos de cambio en África subsahariana aterrizaron en El Prat
ayer. El escritor y bloguero ecuatoguineano Juan Tomás Ávila Laurel inició el
pasado viernes una huelga de hambre contra el régimen de Teodoro Obiang Nguema.
“Mi intención es denunciar la corrupción y la penosa situación del pueblo de
Guinea Ecuatorial”, explicaba ayer nada más aterrizar en la capital catalana.
Aunque en la ex colonia española los ingresos por el petróleo rozan los 5.000
millones de dólares anuales, el 77% de su población vive por debajo del umbral
de la pobreza. Ávila Laurel no se atrevió a poner un límite a su acción:
“Llegaré hasta donde sea, pero lo importante es que la gente coja el testigo.
Yo doy el primer paso para denunciar lo que ocurre, pero desde Guinea
Ecuatorial, tienen que empujar; también desde España”. Las revoluciones de
Egipto y Túnez le animaron a dar el paso. “Ya pensaba desde hace mucho que
había que hacer algo, pero la emoción de ver cómo un pueblo echaba a un dictador
sin las armas me da esperanzas y me inspira”, explicó. El autor, de 44 años,
cree que en varios países africanos se dan los contextos necesarios para una
revolución, pero el olvido facilita la represión. Por eso está en España, para
que se escuche su voz. “Si nadie lo sabe, para los dictadores es fácil reprimir
al pueblo, por eso estoy aquí, para decir que yo soy sólo uno pero el mundo
debe levantarse”.