No hay dudas de que Colombia se ha convertido en un país mucho más estable, seguro y promisorio que hace una década.

Mientras hace apenas 10 años los académicos internacionales estaban debatiendo si Colombia era un ``estado fallido'', un país cuya propia existencia estaba amenazada por la violencia del narcotráfico y las guerrillas, ahora está a punto de recibir el ``grado de inversión'' de Standards & Poor y otras agencias de calificación crediticia.

El índice de homicidios ha caído a su nivel más bajo en 32 años, y el índice general de delitos ha bajado un 6 por ciento el año pasado, según cifras del gobierno. Lo que es tanto o más significativo, Colombia está dando asesoramiento en seguridad a 14 países, y el presidente Santos ha sido invitado a hablar sobre temas de seguridad ante la cumbre del G-8 de las naciones más desarrolladas del mundo en Mayo.

En una entrevista realizada en el palacio presidencial, Santos me dijo que aunque Colombia aún tiene problemas de seguridad, ``hemos avanzado muchísimo'', tanto en la reducción del crimen como en el respeto a los derechos humanos. Agregó que ``hay muchas lecciones que podemos compartir con otros países''.

Aunque confesó que está ``un poco frustrado, un poco cansado'' tras cuatro años de batalla por lograr la aprobación parlamentaria estadounidense del aún pendiente acuerdo de libre comercio entre EEUU y Colombia, agregó que ``soy bastante optimista que este acuerdo finalmente se va a aprobar este año''.

Pero aunque Santos le recuerda con frecuencia a su país que Colombia debería empezar a medirse en relación a los países más exitosos del mundo en desarrollo --y no solamente con respecto a su propio pasado--, en los medios colombianos hay un aire de triunfalismo que podría resultar contraproducente.

Al observar varios medios durante mi estadía en Bogotá, me pregunté si el progreso de Colombia no está llevando a un estado de satisfacción que frenará los cambios educacionales y económicos necesarios para hacer al país más competitivo.

Las revistas colombianas aluden constantemente a las historias de éxito del país --que son muchas-- como la de la cantante Shakira, el artista Fernando Botero, el novelista Gabriel García Márquez y varios otros colombianos de éxito internacional. Sin dudas hay mucho talento aquí, tal vez más que en muchos otros países.

Varios colegas periodistas, haciendo notar el crecimiento sostenido de la economía colombiana, me preguntaron si esta será ``la década de Latinoamérica'' y, más específicamente, si Colombia ya es vista en el exterior como la nueva historia de éxito latinoamericano.

Lo que no vi mucho en los medios --ni escuché en conversaciones privadas-- son debates sobre el hecho de que Colombia es cada vez más dependiente de los precios internacionales de las materias primas; o de que el país todavía está por detrás de muchos países latinoamericanos en cuanto a competitividad, o de que enfrenta enormes desafíos en educación, ciencia y tecnología.

Lo cierto es que Colombia ocupa el puesto número 68 en el recientemente publicado ``Ranking de Competitividad Global 2010-2011'' del Foro Económico Mundial, casi 40 puestos detrás de Chile.

Aunque las exportaciones de Colombia alcanzaron un record de $40,000 millones, gran parte de ese aumento se debió a los altos precios del petróleo y otras materias primas, según reportó el periódico Portafolio. Las exportaciones no tradicionales --productos manufacturados en su mayoría-- cayeron casi un 8 por ciento el año pasado.

Aunque Santos --como su antecesor Alvaro Uribe-- está promoviendo muy necesarias reformas en educación e innovación, Colombia arranca de muy atrás. Mientras Corea del Sur --que hace cinco décadas era mucho más pobre que Colombia-- registró 8,800 patentes en Estados Unidos en el 2009, Colombia registro tan sólo 7.

Mi opinión: Colombia va bien, pero tal vez ha llegado el momento en que empiece a pensar más ambiciosamente. La visión optimista de los medios colombianos tal vez haya sido necesaria hace dos décadas para aumentar la autoestima del país en momentos en que estaba al borde del abismo, pero hoy en día podría ser un factor de complacencia y parálisis.

Colombia se beneficiaría de una visión más realista de sí misma --incluyendo las malas noticias-- para poder enfrentar mejor sus problemas de competitividad y reducir con mayor rapidez la pobreza. Un poco de autoflagelación --concentrándose en sus asignaturas pendientes-- no le vendría mal.