Silvio Berlusconi no pretendió ser frívolo cuando, al inicio de la crisis libia, dijo no querer "molestar" a Muamar el Gadafi con una llamada telefónica. Il Cavaliere expresó pura realpolitik,el obligado pragmatismo del país europeo que más intereses económicos cruzados tiene con el régimen del excéntrico coronel. El caos libio, además de suponer una bofetada a la política exterior de Roma durante los últimos cuarenta años, asesta un golpe muy duro a la economía italiana y abre serios interrogantes sobre el futuro de ingentes inversiones recíprocas. 

La trascendencia geoestratégica que Libia tiene para Italia resulta evidente. Basta mirar el mapa del Mediterráneo, comprobar los flujos comerciales y la presencia de empresas y capitales. Existe una interdependencia muy intensa - que ahora se ha mostrado en extremo arriesgada-entre una democracia de la Unión Europea y una dictadura sujeta a los caprichos de un todopoderoso clan familiar. 

Antes de la revuelta, Libia suministraba a Italia el 23 por ciento del petróleo que consumía y el 10 por ciento del gas natural. El mayor inversor italiano en el país norteafricano es el coloso energético ENI, presente en Libia desde 1959, diez años antes de que Gadafi tomara el poder. ENI es hoy el primer operador internacional presente en Libia, con cuyo régimen tiene firmados contratos hasta el año 2047. Otro fuerte vínculo bilateral es el gasoducto Green Stream, de 520 kilómetros, que une la localidad libia de Mellitah con la población siciliana de Gela, donde desembarcaron los aliados en la Segunda Guerra Mundial. 

La participación de compañías italianas en obras de infraestructura libias es muy extensa. 

Abarca desde la construcción de la autopista costera, de casi dos mil kilómetros, hasta la realización de un trayecto ferroviario, sistemas de comunicación y protección de la frontera sur. Se trata de empresas de envergadura como Saipem, filial de ENI, Ansaldo, Selex o Impregilo. Esta última trabajaba en proyectos de una urbanización, una universidad y un centro de conferencias. El grupo Fiat, a través de Iveco, gestiona una sociedad mixta para el ensamblar vehículos industriales. Capítulo aparte merece la actividad de Finnmecanica, activa en el sector de armamento y aeroespacial. Existe un proyecto conjunto para la construcción de helicópteros. 

Libia, por su parte, ha tenido una predilección por Italia a la hora de invertir sus petrodólares. Esta preferencia viene de lejos. en 1977 se produjo una conmoción cuando la Libyan Arab Foreign Investment Company (Lafico) adquirió un 15 por ciento de Fiat. En aquel momento los Agnelli impulsaron la compra porque la empresa automovilística estaba en dificultades y necesitaba dinero fresco. Lafico vendió sus participaciones en 1986, pero en el 2002 volvió a entrar en el capital. La cuota libia actual en Fiat es inferior al 2 por ciento. 

Mucha más preocupación ha suscitado la inversión de la Libyan Investment Authority en el mayor y más internacionalizado banco italiano, Unicredit. En total los libios tienen el 7,5 por ciento de las acciones. Un aumento de la presencia libia estuvo entre los motivos que costaron el puesto el año pasado al consejero delegado de Unicredit, Alessandro Profumo. 

Algunas de las empresas italianas más visibles en Libia, como ENI o Finnmecanica, están a su vez participadas por capital libio, aunque niveles que no superan el dos por ciento. Una de las inversiones libias más vistosas, consecuencia de su implicación en Fiat, es la que ostentan en el club de fútbol Juventus de Turín. Lafico es propietaria del 7,5 por ciento de este equipo. Uno de los hijos de Gadafi, Al Saadi, ha sido consejero del club. Hace unos años jugó como profesional en el Perugia y en el Udinense. 

Este complejo panorama complica sobremanera la estrategia italiana, a la espera de un desenlace político incierto. Italia se dejó seducir en su momento por grandes negocios sin tener en cuenta los espejismos que escondía el desierto libio.