Quienes, como Pepiño Blanco, afirmaban que a lo que se iba era para “liberar al pueblo libio”, no movieron un dedo durante tres semanas y sólo movilizaron a la ONU cuando la derrota de los rebeldes estaba cantada. Quienes afirmaron que Gadafi tenía que irse, Sarkozy, Cameron y Obama, se limitaron a redactar una resolución que sólo les permitía una zona de exclusión aérea para evitar matanzas de civiles indefensos. 

Quienes apoyaron las hostilidades por razones humanitarias, como la Liga Árabe, se escandalizaron por los repetidos bombardeos contra instalaciones en tierra que no ponían a nadie en peligro. Y cuando la OTAN y sus principales miembros dicen por fin que quieren ir más allá de la ONU y poner fin a los días del coronel libio, como han publicado el presidente galo, el primer ministro británico, el presidente americano y el secretario general de la Alianza, insisten al día siguiente que nada de soldados sobre el terreno, negando lo evidente una vez más: que la exclusión aérea no impedirá que Gadafi retome el control y acabe con los rebeldes. 

El grado de cinismo e irresponsabilidad es tal que en nuestro país se monta la marimorena porque el expresidente Aznar suelta en una de sus conferencias que Gadafi ha sido desde 2003 un amigo de Occidente. En verdad, desde 2003 hasta hace apenas dos meses, febrero de 2011. ¿O es que ya nadie se acuerda de la cola de visitantes ante la jaima que el dirigente Libio plantó en Sevilla con el aplauso del Gobierno de Zapatero? Y si todo es una cuestión moral, humanitaria y prodemocrática, ¿dónde están las críticas a la represión y ocupación saudí de Bahrein? ¿Dónde las acciones contra Bashar el Assad, el carnicero de Damasco? La única salida hoy para Libia es acabar con Gadafi y rezar para que lo que venga después no sea mucho peor, porque nadie lo sabe. 

Nadie conoce a los rebeldes y que su actual líder sea el que hasta hace semanas era el mayor represor de Gadafi dice mucho de las ratas que abandonan el barco antes de su naufragio, pero muy poco de valores liberales. 

Mientras a la OTAN se le vaya la fuerza por la boca y Gadafi siga, la lección para todo el Oriente Medio –y eso es lo que decía José María Aznar aunque aquí no interese– no puede ser más clara: a quienes se desarman, se les bombardea. El caso de Gadafi; a quienes se abren a las reformas, se les deja caer. 

El caso de Mubarak de momento; a los amigos y aliados, se les acorrala. El caso de Israel. Pero a quienes se hacen con armas nucleares, ni tocarles un pelo. Y a quienes endurecen la represión, ni criticarlos. ¡Vivan la libertad y la democracia!