Una vez que el régimen no se desintegró con el simple comienzo de la operación internacional, el medio para el fin es sostener a los opositores. La situación de tablas es ya un éxito, aunque sea costosa para los rebeldes que no dejan de clamar para que los aliados le sirvan cuanto antes la victoria en bandeja. Porque la estrategia aliada que ha ido emergiendo del caos inicial tiene dos condiciones básicas: la implicación de los participantes es limitada –nadie pone toda la carne en el asador–; y no debe haber bajas propias –cara a cada política doméstica– ni se deben causar bajas civiles –cara a la política internacional–. El riesgo, realmente extraordinario, reside en que es casi milagroso que hasta ahora se hayan conseguido mantener esos dos tabúes estratégicos. Lo que no ha pasado se cuenta entre lo más importante del conflicto libio.

Preservarlo es una parte esencial del desarrollo de la misión. El precio es prolongar la misma, lo que implica el continuo castigo de la población por parte de los gubernamentales, cuyo principal objetivo es hundir la moral de sus enemigos. Para llegar al final protegiendo a los civiles hay que dejarlos un tanto desprotegidos. Viene bien estratégicamente, mientras los muertos se pongan en la cuenta de su perpetrador, Gadafi, no como en Irak, donde la poderosa coalición antiguerra le endilgaba desaprensivamente a Bush las víctimas de los terroristas.

Todo ello es el producto de la situación de tablas. Para mantenerla con un desequilibrio tan grande hay que estar continuamente reforzando al bando más débil, lo que significa ir poco a poco escalando la intervención y por tanto ir haciendo una lectura cada vez más generosa de del mandato del Consejo de Seguridad. Había sobre el terreno comandos especiales americanos y británicos desde el principio, ahora ya se están enviando instructores y asesores militares, incluso italianos.

Los americanos operaron muy pocos días su irremplazable aviación de ataque a suelo, antes de replegarse al segundo plano de mero pero indispensable apoyo. Ahora ya están enviando sus Predators, aviones teledirigidos de gran precisión en el ataque, que reducen el peligro de los daños colaterales y eliminan el de las bajas propias. Hasta Alemania –a pesar de su remilgada neutralidad– participa en la ayuda estrictamente humanitaria. Mientras se apuntala a los débiles, se degrada continuamente a los fuertes.

El almirante Mullen lo calcula entre un 30% y un 40% de sus capacidades. Mientras tanto, una activa diplomacia casi invisible trata de explotar la otra degradación, la de la moral, entre los gadafistas. El proceso, si las cosas siguen así, puede durar días o unos pocos meses, pero no llega a fin de año. Eso es una estrategia de desgaste donde las haya.