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29/01/2006 | La promesa en el próximo lustro: una América Latina más próspera

Luis Alberto Moreno

América Latina y el Caribe atraviesan por un momento potencialmente transformador de su historia. En materia económica, en el ámbito de la política social y en la arena política hemos alcanzado una estabilidad y un nivel de consenso -- con los matices propios del caso -- como hace muchos años no veíamos.

 

No obstante, nuestros países enfrentan también enormes desafíos para consolidar una región próspera, justa y segura: la deuda social, el deterioro ambiental las brechas tecnológicas son sólo algunas de las agendas pendientes.

La labor del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) se inserta justamente en este escenario de luces y sombras, bajo la promesa de alcanzar en el próximo lustro una prosperidad sostenible para América Latina y el Caribe. Apoyar y acompañar a los países de la región, y a sus más de 560 millones de habitantes, en la ardua senda del desarrollo sostenible y con equidad constituye la misión más importante del BID. El próximo lustro se nos presenta lleno de grandes retos, pero también de enormes oportunidades.

EL MOMENTO DE AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE

Nuestra región se encuentra en un momento singular para potenciar el cambio en los próximos cinco años. En materia económica, las crisis de finales de siglo han dado paso a tres años de sólido crecimiento económico, con baja inflación y orden en las finanzas públicas. El entorno externo es favorable, con crecimientos dinámicos en el nivel global, bajas tasas de interés y altos precios de los productos primarios; mientras que en el nivel interno la región en su conjunto nunca ha estado mejor administrada en el campo económico. Por primera vez en muchas décadas, la inflación está controlada y los frutos de una bonanza exportadora se están manejando, en la gran mayoría de los países, "con criterio de escasez y no con escasez de criterio".

En el ámbito de la política social también observamos grandes progresos y retenemos numerosas lecciones potenciales. Los países de la América Latina y el Caribe han cobrado conciencia de la importancia de la calidad -- más que la cantidad -- del gasto público enfocado a proyectos sociales de alto impacto. Nuestros gobiernos son cada día más conscientes de que los niveles de pobreza y desigualdad de nuestra región son moralmente intolerables y constituyen un enorme lastre para el desarrollo y la gobernabilidad democrática. Más aún, han aprendido que no son problemas irresolubles y que con los recursos y conocimientos disponibles en la actualidad se puede lograr un impacto sustantivo en la reducción de la pobreza y la promoción de la equidad.

En la arena política, aunque hay segmentos importantes de nuestra población que impugnan los resultados económicos y sociales de la democracia, existe un consenso amplio en torno a su superioridad como principio de justicia y sistema de gobierno. La democracia es la garantía del disenso y la tolerancia, y el único camino para nuestra región hacia un desarrollo con justicia y equidad. Es cierto que, en ocasiones, complica la gobernabilidad, pero la solución no es replegarla, sino profundizarla y fortalecerla. Sin duda alguna, el intenso calendario electoral en América Latina y el Caribe en los próximos 15 meses, más que un quiebre de tendencia, marcará un paso más en la consolidación de la gobernabilidad democrática y el pragmatismo económico en nuestro hemisferio, con todos los matices que los mismos abrigan.

No obstante, existen enormes desafíos por delante. Es imposible desconocer la ingente deuda social que tenemos con los más pobres y excluidos de nuestros conciudadanos. Nuestra región es pobre; pero sobre todo es extremadamente desigual, tanto en materia de ingreso, salud, educación y oportunidades, como entre regiones, clases, etnias y géneros. Somos un hemisferio dividido por océanos de diferencias que corroen el tejido de nuestras sociedades y afectan particularmente a poblaciones indígenas, comunidades afrodescendientes, y mujeres y niños en situación de vulnerabilidad.

Tampoco podemos olvidar que por décadas explotamos nuestros recursos naturales sin reparar en la sostenibilidad de nuestras prácticas ni en sus costos de largo plazo. Asimismo, distamos mucho de ser un modelo en materia de la transparencia, probidad, representatividad y eficacia de la gestión pública. La corrupción, la exclusión y la ineficiencia cuestionan todos los días la legitimidad de nuestros estados.

Aparte de éstas y otras pesadas cargas históricas, la coyuntura actual también nos presenta grandes desafíos. El pronunciado aumento de los precios de la energía; el rápido surgimiento económico de China, India y otros países asiáticos y sus mares de mano de obra motivada y barata; el deterioro del ambiente en torno al libre comercio hemisférico y las fricciones entre algunos de nuestros países miembros; el rápido avance y la adopción dispar de la tecnología, y el espectro del cambio climático y la proliferación de desastres naturales, entre otros, son fenómenos que afectan en forma asimétrica a países, industrias y grupos sociales de nuestra región, y en algunos casos amenazan con agudizar nuestros ya pronunciados índices de desigualdad.

El convertir estos desafíos en oportunidades para la transformación positiva de nuestros países es una tarea ardua pero no imposible. El accionar coordinado de los sectores público y privado ha probado ser una estrategia efectiva para que nuestros ciudadanos más pobres ejerzan sus poderes a fin de que se conviertan en motor del desarrollo. Aunque los altos precios de la energía implicarán ajustes dolorosos para ciertos países, hay grandes posibilidades para catalizar alianzas público-privadas, esfuerzos transnacionales, mecanismos financieros y proyectos alternativos que en el largo plazo conducirán a una mayor integración energética de la región y a un uso más racional y ecológico de los recursos. Lo mismo sucede en el tema de los desastres naturales, donde se pueden impulsar sistemas de prevención y mitigación como el pooling de riesgos entre países. En lo que se refiere al dinamismo asiático, el surgimiento económico de más de 1000 millones de personas tiene beneficios innegables para nuestra región, como ofrecer una fuente casi inagotable de negocios para empresas y trabajadores. Es igualmente alentador vislumbrar, con el derrumbe de los precios de la tecnología y el cambio acelerado de la misma, mayores oportunidades para cerrar la brecha digital.

EL PAPEL DEL BID

Las condiciones están dadas para que el próximo lustro marque un quiebre positivo en la historia de América Latina y el Caribe. Nuestro hemisferio vive un momento inédito de convergencia con el planeta. A pesar de las diferencias políticas, la geografía nos obliga a entendernos. Los países del continente americano y el mundo están hoy más cerca que nunca, a causa de la globalización, las comunicaciones, los acuerdos comerciales y la rápida expansión de la presencia latinoamericana y caribeña en Estados Unidos, Europa y Japón. Esta convergencia abre inmensas posibilidades. Las comunidades emigrantes representan nuevos e interesantes mercados para los productos de nuestra región, y sus millonarias remesas se pueden apalancar para generar inversión, empleo y prosperidad en nuestros países. Los reveses de estos últimos años nos han hecho aprender innumerables lecciones, y el legado del ajuste a una nueva realidad globalizada son instituciones más sólidas, economías más flexibles, mercados más integrados, empresas más competitivas, dirigentes más pragmáticos y sociedades mejor dispuestas al cambio.

Pero, aunque necesarias, estas condiciones no son suficientes. Como en todo gran emprendimiento, el ingrediente crítico será la voluntad de transformación, el trabajo dedicado y la perseverancia de nuestros líderes, nuestras instituciones y nuestra gente, comenzando por el BID en su condición de principal institución multilateral de desarrollo de la región.

El desarrollo es un maratón, no una carrera, es un proceso de acumulación, de aprender haciendo, de ajuste continuo a nuevas circunstancias, más que de grandes utopías y certezas a priori. Es un fenómeno que no es de suma cero: hay sinergias significativas entre empresas, organizaciones y países. Es un ejercicio de convicciones firmes en lo estratégico, pero de flexibilidad y riesgos calculados en lo táctico. En palabras del célebre economista Albert Hirschman: "Para enfrentar los múltiples y complejos desafíos del desarrollo, hemos aprendido que debemos ser sordos, como Ulises, al canto seductor del paradigma único".

De ahí la importancia de que el BID se presente como una institución libre de prisiones ideológicas o de edificios teóricos, y de inercia burocrática. Para ser una institución productora de cambio y que genere beneficios para nuestros conciudadanos se requiere flexibilidad, eficiencia y adaptabilidad. En este sentido nuestra misión, alcanzar el desarrollo sostenible y con equidad, tiene como hoja de ruta los Objetivos de Desarrollo del Milenio cuyo cumplimiento se fijó para 2015. En el nivel regional, consideramos imperativo marchar hacia un "Nuevo Compacto para el Desarrollo" que tenga en cuenta los retos particulares que enfrenta nuestra región en materia de desigualdad, cohesión social y gobernabilidad democrática.

Para ello, es crucial entre otras cosas forjar una nueva visión unificada en torno al sector privado. Ningún proceso de desarrollo es sostenible sin el sector privado, pues éste es el propulsor de la inversión y el empleo; y sin su concurso activo no avanzaremos en materia de pobreza y equidad, ni podremos atender desafíos puntuales como la brecha digital o el choque energético. La labor del Banco en este sentido consiste en ofrecer más y mejores servicios a nuestros empresarios, en más sectores, y con menores tiempos y trabas; dando énfasis, por supuesto, a proyectos de gran impacto en el desarrollo y pocas posibilidades de financiación por la vía del mercado.

Otra área de gran potencial en el próximo lustro es ampliar la financiación de proyectos de infraestructura; en especial los que eliminan cuellos de botella al desarrollo y revisten complejidad por su naturaleza transnacional o por sensibilidades ambientales y sociales. En momentos como el actual de expansión del comercio, tratados de integración y altos precios de la energía, la infraestructura resurge como prioridad clave de la agenda de competitividad regional. Las necesidades son tan grandes -- se estiman en más de 80000 millones de dólares anuales -- que sólo constituyendo alianzas efectivas entre los sectores público y privado se podrán satisfacer. En este frente, el BID tiene mucho que aportar, pues está singularmente posicionado para servir de interfase entre gobiernos y empresas, entre países y grupos de la sociedad civil.

Asimismo, la tarea de oficiar de puente entre América Latina y el Caribe y sus comunidades emigrantes es primordial. El Banco ha sido pionero en la identificación y cuantificación de las remesas que están fluyendo hacia nuestros países, e incluye entre sus socios a las fuentes clave de estos giros. Por estos motivos, es el interlocutor natural para promover iniciativas público-privadas en torno a canalizar las remesas hacia créditos a pequeñas y medianas empresas, capital de riesgo, financiación de vivienda, educación, salud y seguridad social.

Finalmente, existen otras áreas clave donde el Banco ha venido cumpliendo un papel de liderazgo y en las que debe continuar trabajando: estrategias y programas integrales de reducción de la pobreza, reformas institucionales en áreas como la justicia, la inclusión de grupos marginados, el trabajo en educación, salud y otros pilares del bienestar ciudadano, la lucha contra la corrupción, el mejoramiento del clima de negocios, el control y mejoramiento ambiental, la generación y difusión de conocimiento aplicado al desarrollo y el apoyo a bienes públicos regionales. Todos éstos son pilares fundamentales del desarrollo sostenible y el crecimiento responsable.

El Banco Interamericano de Desarrollo busca ser un factor determinante en el desarrollo y coadyuvar a conquistar las grandes transformaciones que pueden gestarse en los próximos años. Ser una institución en constante renovación hacia adentro es un requisito para poder mostrar cómo dirigir con el ejemplo y ofrecer la entrega decidida que merecen nuestra región y sus habitantes más pobres y excluidos. De cara a un mundo más globalizado, más tecnificado y más veloz, el Banco enmarca su misión y su promesa en el próximo lustro: apoyar con mayor relevancia y eficacia a América Latina y el Caribe en la senda hacia el desarrollo sostenible y con equidad.

 

Foreign Affairs (Estados Unidos)

 


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