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29/01/2006 | Cambio climático

Jean Meyer

El recalentamiento y el enfriamiento del planeta son tan viejos como el mundo y muy anteriores a la trayectoria humana; las catástrofes y las extinciones biológicas tampoco son nuevas. Según unos físicos californianos, las extinciones aquellas siguen ciclos de 62 millones de años, y eso desde que aparecieron los animales hace cosa de 550 millones de años. Esas cifras como que dan cosquillas, ¿o no?

 

La evolución ("inteligente" o no) ha sido descarrilada u orientada cinco veces por cinco manotazos masivos. La última barrió con los dinosaurios, algunos dicen que por culpa o gracias al gran meteorito nuestro, digo "nuestro" porque cayó en Yucatán.

¿Los humanos podríamos ser responsables de la próxima extinción? Según la cuenta de los 62 millones, faltaría aún uno o 2 millones de años para la caída del telón, pero algunos piensan que somos capaces de acelerar el desenlace. Dicen que nosotros, a partir de la revolución industrial del siglo XIX, trabajamos sin cesar al calentamiento del planeta y que sus efectos, ya visibles, no tardarán en ser desastrosos, si no hacemos algo.

Los científicos al estudiar el hielo del Polo Sur que nos da 740 mil años de archivos climáticos, apuntan similitudes entre las temperaturas actuales y las de un largo periodo caliente que empezó hace. 422 mil años. El ritmo frío-calor ha producido ocho ciclos climáticos glaciales antes de ese cambio: hace 422 mil años y durante 28 mil años reinó un clima comparable al actual. Según los estudiosos, ese capítulo de 28 mil años es "análogo" a nuestro tiempo, porque las condiciones astronómicas -órbita y eje de la tierra- que influyen sobre el asoleamiento son idénticas. La temperatura en aquella época era superior en dos grados a la de hoy.

De hecho nuestro ciclo empezó hace 10 mil años, lo que significa que la temperatura podría subir otros dos grados. Los estudios confirman que los gases de efecto invernadero contribuyeron por mitad a este antiguo recalentamiento; también confirman que hoy en día esos gases han alcanzado el mismo alto nivel que hace 422 mil años. ¿Por qué cuento todo esto? Porque ahí está la gran pregunta: ¿en qué medida la actividad humana con sus emisiones de gas de efecto invernadero puede perturbar, a la escala de un siglo, o de una vida humana, el ritmo cósmico frío-caliente, glaciación-recalentamiento? Con o sin responsabilidad nuestra, lo más probable es que nuestros hijos y nietos deberán adaptarse a dos grados más y controlar el efecto invernadero.

Antes de pasar a nuestra responsabilidad y a nuestras tareas, déjeme complicar un poco la cuestión: está comprobado que desde 1970, más o menos, el sol nuestro ha desarrollado un activismo poco común, que no había alcanzado desde hace 8 mil años y eso debería durar otros 30 ó 50 años; ¿no tendrá algo que ver con el recalentamiento? Nos responsabilizamos también de los agujeros que afectan la capa de ozono; qué bueno, pero resulta que las tormentas solares de 2003 tuvieron un papel decisivo en la reducción del ozono en 2004.

Esto ilustra lo difícil que es separar los efectos atmosféricos debidos a la naturaleza y los causados por la actividad humana. ¡Qué bueno que se haya prohibido el uso de los químicos que destruyen la capa de ozono!, pero hay otros factores.

Hoy existe un consenso casi general sobre nuestra responsabilidad "criminal", "suicida" en el recalentamiento; la pequeña, pero inteligente, voz que lleva la contra es la de Bjorn Lomborg (copenhagenconsensus.com), difundida por la revista The Economist). Los informes del Intergovernmental Panel on Climate Change, los de la FAO, de la ONU (unfcc.int), de la academia estadounidense de las Artes y de las Ciencias, etcétera, coinciden en coro para decirnos que el cambio climático está en marcha, que nuestras actividades lo han desencadenado y urge actuar para evitar desastres si no para nosotros, para las futuras generaciones.

Nos dicen que estamos ensuciando nuestro nido, contaminando, erosionando, deforestando, destruyendo ecosistemas y diversidad biológica; que nuestras industrias, nuestro modo de vida urbano y motorizado, por tierra, cielo y mar, que todo lo que hacemos calienta y recalienta y que somos unos aprendices de brujo que la pagarán caro. Pagarán nuestros descendientes, lo que de un punto de vista moral es peor aún: "los padres comieron las uvas verdes y los hijos tuvieron las muelas picadas". Todo eso es cierto, pero ¿podemos cambiar de riel? Todo empezó con la "revolución verde", la primera, hace 5 mil si no es que más años, cuando nuestros padres "inventaron" la agricultura y la ganadería, la cual, hoy, es responsable de 25% del efecto invernadero. Todo conspira para producir los famosos gases, hasta el metano producido por la majada del ganado, por la digestión de los rumiantes (¡y de las termitas!, no se rían, por favor, es cierto). Y ahora que, por fin, China y la India están despegando y entran en la carrera del desarrollo a pasos agigantados, ¿quién les va a decir de no seguir nuestro camino, el de uno, dos, tres coches por familia?

Pronto China y la India, la tercera parte de la humanidad (somos 6 mil, seremos 9 mil millones en 2050, ¿en coche o en bicicletas?), serán los mayores emisores de gases de efecto invernadero. Manifiestan hoy una voracidad en cuestión de petróleo, carbón, cemento, acero, hule, que ridiculiza el Protocolo de Kioto (que EU se niega a firmar). ¿Entonces?

A trabajar, hermanos científicos, para resolver esos problemas que se antojan insolubles; a trabajar, los políticos, porque el asunto tiene una dimensión internacional y pide una solución globalizada. Uno puede creer en la inventiva de los científicos y desconfiar de las bondades de un derecho internacional que no existe. Uno puede pensar que el recalentamiento no ha sido lanzado por las actividades humanas, o más egoístamente decir que el diluvio vendrá después de nosotros.

Seamos o no los responsables del cambio climático, que no es ni el primero, ni el último -las ciudades mayas murieron, entre otras causas, por un largo cambio en el ciclo de las lluvias, a consecuencia de la deforestación y erosión de los suelos-, tenemos que enfrentar el reto. Según el principio de precaución, debemos actuar ahora y además aprender a vivir en un mundo más caliente. México debe recuperar sus antiguas técnicas de construcción y olvidarse de los edificios de metal y vidrio con aire acondicionado. Una verdadera revolución es necesaria.

jean.meyer@cide.edu

El Universal (Mexico)

 



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